El fin del bloqueo beneficia a los cubanos de dentro y de fuera

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El terreno de disputa política entre los cubanos tendría que realizarse en el postbloqueo. Y es posible que la gane Estados Unidos y los exiliados. Cada uno puede jugar sus cartas. La política de Obama apuntaba ese camino y Joe Biden debería recuperarla, como ha pedido la congresista Alexandria Ocasio-Cortez.

El bloqueo estadounidense tiene origen en la nacionalización sin compensación. Pocos saben que en los años ochenta, cuando la Cuba socialista vivió su auge, cerró acuerdos compensatorios por expropiaciones, con España, Canadá, Francia, Reino Unido y Suiza. Estos países después lo repartían entre los nacionales de sus países que habían sido expropiados. En el caso español, Cuba pagó 5.416 millones de pesetas, que se repartieron entre 3.151 ciudadanos.

Tiene cierta lógica que para poner fin al bloqueo se negocie las indemnizaciones a 5.913 empresas y particulares estadounidenses (en las que también se incluyen cubanos en el exilio), que mantienen una demanda donde exigen más de 7.000 millones de dólares. Lo que ocurre es que el Gobierno cubano también exige una compensación por las pérdidas acumuladas por el bloqueo que suman más de 100.000 millones de dólares. Por tanto, lo lógico es saldar esa cuenta y que sea Estados Unidos quien indemnice a particulares, añadiendo la devolución de la base de Guantánamo (117,6 km cuadrados), por la que Cuba ni siquiera cobra alquiler por considerarla una ocupación ilegal desde 1903, aunque la firmara el primer presidente de Cuba, en lo que de facto era un protectorado estadounidense.

La ocupación de Guantánamo es producto de la guerra hispano-estadounidense. El Tratado de París y la llamada Enmienda Platt, aprobada por el Congreso de los Estados Unidos, implicaba una tutela política de la Cuba postespañola. Filipinas fue oficialmente entregada a los Estados Unidos por 20 millones de dólares, y Guam junto con Puerto Rico se convirtieron también en propiedades estadounidenses.

Más allá de la disputa política de izquierda y derecha, así como de modelos políticos de pluralismo, participación y Estado de derecho, la geopolítica de las macrorregiones culturales también es un terreno de disputa política fundamental para organizar la política exterior de cualquier país. En ese sentido, respetando la soberanía del Estado cubano, España no puede dejar, en la medida de sus posibilidades, que Estados Unidos vuelva a tutelar la política cubana. Mediante el chantaje del bloqueo ya lo hace por la vía de la fuerza, pero en un futura Cuba, independientemente de su régimen político y económico, no debiera de caer en su órbita de influencia ni mucho menos que Cuba se convierta en un nuevo Puerto Rico. Inconscientemente los revolucionarios españoles, hispanoamericanos e iberoamericanos también se identifican con Cuba por motivos culturales, a través del imaginario quijotesco y barroco del paraíso hispánico caribeño.

El Partido Comunista de Cuba siempre ha respetado el sistema institucional iberoamericano. Diferente a otros Gobiernos de izquierda de la región, siempre fue diplomático en este espacio, y lo consideró prioritario. Consciente o inconscientemente, la Revolución Cubana y la clase dirigente del Partido Comunista ha defendido y está defendiendo implícitamente la hispanidad o, en un sentido más amplio, la iberofonía, a través de la cubanidad, frente a los excesos de la colonización cultural de Estados Unidos. No se trata tampoco de tener prejuicios a lo estadounidense, porque de hecho hay elementos positivos e historias en común, especialmente en la herencia africana y en las interacciones del Golfo de México y en los contactos íntimos del siglo XX. Cuba incluso, con sus exiliados, rehispanizó culturalmente la Florida, que fue española durante tres siglos hasta 1821.

En este contexto, la oposición debería ser pragmática y canalizar sus reivindicaciones hacia una legalización de un partido reformista que comulgue con los principios de soberanía de la Revolución. Otra opción sería superar el mecanismo de participación interna del Partido Comunista, basado en un pluralismo individual, estableciendo una competición de colectivos, sobre la base de programas políticos y económicos. Denunciar la falta de libertades o la situación de carestía, que son demandas reales, pierden eficacia política, y conducen a la frustración, al exigirse en abstracto, sin una traducción política que ofrezca soluciones viables al bloqueo y sin contextualizar la excepcionalidad de la pandemia. El Gobierno cubano ya está vacunando con sus propias vacunas (las primeras iberoamericanas), y ciertamente completará el proceso con rapidez, con el apoyo de México en el suministro de jeringuillas. Las estadísticas globales del impacto del coronavirus en la Isla son comparativamente excelentes. Y, para este fin de año, el turismo internacional ya se habrá restablecido en Cuba, lo que nos devolvería al escenario de hace dos años, con la salvedad del veto que puso Trump al envío de remesas de los cubanos en los Estados Unidos.

El sandinista Augusto Zamora, en su libro Malditos libertadores, ha afirmado que la comparación histórica, a final del siglo XIX, de Cuba y Puerto Rico con el resto de países hispanoamericanos independientes, permite observar que estos países caribeños de independencia tardía tenían un grado de desarrollo económico mayor que el resto. “Para 1854, Cuba disponía de 593 kilómetros de vías férreas, más incluso que las existentes en España [peninsular], que contaba con apenas 305 kilómetros de ferrocarril”. “En 1887 se crea el Laboratorio Histo-Bacteriológico e Instituto de Vacunación Antirrábica de La Habana”. Por eso no cabe la comparación de Cuba con Haití, como circula en algunas redes sociales de izquierdas bajo una hipótesis de una Cuba capitalista. Cuba fue siempre la más rica, o de las más ricas, de las Antillas, también en el periodo español y prerrevolucionario. Otra cosa, no menor, es que estuviera mal repartida dicha riqueza y que su población negra fuera explotada.

Augusto Zamora señala también la calidad intelectual de José Martí en comparación con los viejos libertadores. El sandinista considera que esa solidez de la Cuba española es una de las claves de la resistencia de la Revolución Cubana. Al fin y al cabo, un Viriato, como calificara Ernesto Giménez Caballero a Fidel Castro, de descendencia gallega, estaba defendiendo ese legado por la vía de los hechos. El glamour italoamericano de los mafiosos fue substituido por el glamour de los barbudos, de base popular, nacionalista, revolucionaria y conservadora. Acabo la diversión para los primeros, y para los segundos la lógica anti-imperialista les llevaría al campo socialista, hasta que este cayó, y volvió la diversión, ya no para mafiosos, sino para el turista extranjero.

La Cuba de Miami, como renacimiento empresarial de la burguesía de la Cuba prerrevolucionaria, tiene su mérito económico, independientemente de otras consideraciones ideológicas. La creatividad de los cubanos ha sido un activo en Florida y en La Habana, una idea que se la he oído decir en el programa Dossier de Telesur al periodista bolivariano Walter Martínez. La Cuba socialista es una pequeña isla, pero un gigante diplomático, que todo el mundo escucha. Pocos países en el mundo tienen soberanía en su política exterior; Cuba es uno de ellos. El desarrollo de la cultura cubana, como dique de contención a un exceso de colonización cultural norteamericana, ha sido una defensa de la cultura africana e hispánica de la Isla. Y eso la Comunidad Iberoamericana debe reconocerlo.

El fin del bloqueo mejoraría sustancialmente la escasez material de Cuba, pero también aceleraría el proceso de creación de una nueva burguesía nacional (¿antinacional?) o de trasplante de la burguesía cubana de Florida, que cada vez está más dividida y desdibujada, por la muerte de los dirigentes de la primera generación o por la asimilación de algunos de sus descendientes. En cualquier caso, existe el riesgo de caer de nuevo en la órbita estadounidense. A diferencia de la nueva burguesía china que está domesticada por el Partido Comunista Chino, en el caso cubano es muy probable que se viese hegemonizada por la burguesía de Florida.

La persistencia de la escasez es un problema para todos los cubanos. Todo sistema necesita cubrir las crecientes aspiraciones materiales de su población, incluidos viajes al exterior. La libertad de expresión en las redes sociales y la ostentación material de los países capitalistas desarrollados, rompen el sistema de comunicación interno de Cuba y los valores del socialismo. Aunque el Gobierno cubano se está actualizando con tecnología china, el escaparate (y tentación) del consumismo es difícil de competir contra él, a pesar de que el auge de la ecología en el mundo podría ayudar a hacer frente a esa lucha ideológica. China incorporó el enriquecimiento y el consumismo a su repertorio, con sus contradicciones, pero priorizando su propio desarrollo de las fuerzas productivas.

El fin del bloqueo puede provocar un empuje a la restauración económica del capitalismo o por lo menos acelerar las reformas económicas. Intuyo que la resistencia de Estados Unidos al fin del bloqueo, además de por los costes electorales de Florida o por la apuesta en la escasez para derribar al régimen, tiene el objetivo de evitar un escenario chino o vietnamita en el postbloqueo, en el sentido de que el Partido Comunista consiga mantener el monopolio político mientras desarrolla de forma mixta su economía con ayuda de los consumidores e inversores estadounidenses. Es decir, Estados Unidos quiere una restauración completa del capitalismo, incluyendo la parte política y la devolución de las propiedades expropiadas por la Revolución.

El bloqueo limita a Cuba al acceso de tecnologías, productos industriales, materias primas y financiación, y le priva tanto de inversiones de capitales privados estadounidenses, como de un gigantesco y cercano mercado como el estadounidense para la exportación de productos (y servicios) cubanos, así como de la recepción masiva de turistas norteamericanos. Sería mucho dinero entrando en el país, independientemente de la participación actual del comercio exterior en el PIB cubano. Adicionalmente, existe un coste de transacción (del bloqueo), ya que las autoridades cubanas sólo pueden trabajar con empresas extranjeras que no comercien con Estados Unidos dado que pueden estar sujetas a sanción.

España e Iberoamérica, en su conjunto y como contrapeso, deberían ayudar a Cuba a mantenerse fuera de la órbita estadounidense, estimulando un acuerdo de beneficio mutuo entre Estados Unidos y Cuba. Deberíamos tener aún más presencia, creando varios niveles de cooperación especial, más institucionalizada, por ejemplo, entre las islas de la Macaronesia (recordemos su hermanamiento con las Islas Canarias), y establecer una segunda sede de la Secretaría Iberoamericana (SEGIB) en La Habana.

 

Pablo González Velasco

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