El iberismo metodológico de Américo Castro, a 50 años de su muerte

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El próximo 25 de julio se cumple medio siglo de la muerte del filólogo-historiador Américo Castro Quesada, que revolucionó el modo de hacer historia sobre España e Iberia, como así hicieron -sobre sus respectivos países- Fernando Ortiz en Cuba, Manuel Gamio en México o Gilberto Freyre en Brasil. Se trataba de hacer una historia más integradora de las herencias culturales, aunque -en el caso de Américo Castro- arrastró problemas epistemológicos como me ha advertido el catedrático granadino José Antonio González Alcantud, que está actualmente investigando sobre su vida y obra. Castro interpretaba la historia desde una filología con vocación multidisciplinar, desde un amplio conocimiento de la literatura del Siglo de Oro y desde una intuición iberista metodológica, que le permitió compensar -en parte- algunas carencias epistémicas en antropología, sociología e historia. Castro modificaba siempre las nuevas ediciones y otras veces prohibía reeditar sus viejas obras por haberlas superado intelectualmente y contener errores. Era honesto en ese sentido, pero demostraba que también fallaba con frecuencia. En otras ocasiones se adelantó a los hallazgos documentales sobre el origen cristiano-nuevo de algunos eminentes personajes del Siglo de Oro español. La correspondencia revela que su obra España en su Historia sí que la sometió a crítica de algunas personas de su confianza.

El mérito de Castro, al igual que el de Gilberto Freyre, no es sólo el de no sucumbir al racismo científico europeo, sino el de abrir un camino integrador-humanista de las minorías sociológicas, históricas y/o culturales. Castro intentó superar la “estrechez del positivismo”, según Guillermo Araya. No obstante, don Américo no se interesó por la renovación epistemológica que se produjo -con posterioridad- en Francia, Italia y Alemania, como recuerda Alcantud. ¿Tiró el niño con el agua sucia? Sea como fuere esta dinámica del exiliado obsesionado por el cainismo español reforzó la intensidad de su iberismo implícito, encerrado en su vividura y morada vital hispánica mental, que en lo fundamental era acertado pero que quizá le falto abrir las ventanas y consolidar conceptos con métodos y pruebas más consistentes para elaborar una teoría. En 1942, se mostró preocupado con la difusión de la cultura francesa en América Latina (término que rechazaba): “Es absurdo pretender continuar la vida francesa, rota y hecha polvo por los franceses (antes que por Alemania), y que lo importante sería explicar la crisis de la civilización europea y particularmente la de Francia”. Castro afirma que “he tratado de hacer compatible mi posición frente a la civilización hispana con mi simpatía por lo francés. Si hay entre los franceses quienes piensen que nos toman como medios para el camelo de l’Amérique Latine, peor para ellos”[1]. Su crítica a los historiadores convencionales le granjeó muchos enemigos de dicho campo. Le devolvieron la crítica acusándole de no usar fuentes documentales. Américo Castro lo rebatía diciendo que sí descubrió, divulgó y dio sentido a diferentes documentos.

Américo Castro, de padres granadinos, murió en el mar Mediterráneo, pero nació al otro lado del Atlántico en 1885 en Cantagalo (Brasil). [No confundir la favela Cantagalo en la ciudad de Rio de Janeiro con el pueblo de Cantagalo, a 193 km en coche, donde nació este brasileño de Granada]. Su padre vivió 18 años en Brasil y su madre 14, “los más felices de la vida” (de la madre). Los resultados de esta investigación están en el artículo Saudades de Cantagalo. En mi tesis sobre Gilberto Freyre agrego algunos paralelismos entre ambos, su correspondencia e influencias (hacia el pernambucano) como el tiempo hispánico o el término “simbiosis”, así como expongo algunos datos sobre la vida de la familia en Cantagalo, dueña de un bazar y de esclavos domésticos. En mi visita a Cantagalo de noviembre de 2021, donde recibí una moción de reconocimiento por la investigación, di una conferencia y pude confirmar donde estaba la casa original con pruebas y fotografías de la época.

El iberismo metodológico de don Américo -más o menos intuitivo- fue materializándose con su vinculación al Centro de Estudios Histórico y la Revista Tierra Firme, sus investigaciones y el desarrollo de una diplomacia cultural (hispano)americanista al servicio de la II República. Miembro de la asociación Unión Ibero-americana, un espacio donde se fraguaron debates que derivaron en la mutación del iberismo político en hispanoamericanismo. Su iberismo metodológico se confirma en una de las cartas al brasileño Edmo Rodrigues Lutterbach (29/05/1972), al afirmar que: “cuando escribo sobre España, pienso también en el Brasil, en Hispanoamérica, en Portugal”. Su hispanismo fue crítico de las veleidades imperialistas hispánico-culturales del primer franquismo y de cierto tradicionalismo anterior al mismo. Me consta que visitó Portugal para hacer investigaciones, en diferentes épocas. Una de ellas en el verano de 1949[2]. Publicó el libro Iberoamérica, su presente y pasado en 1941, con múltiples ediciones, donde defiende que es necesaria una visión en conjunto de dicha civilización. A diferencia de otros autores españoles americanistas, Brasil aparece abundantemente en la obra. Aunque -en el conjunto de todos sus libros- no prestó demasiada atención al Portugal (europeo), tampoco cometió los típicos errores graves de omisión del país luso, como suele ocurrir en autores que analizan la reconquista y la expansión del Imperio como si fuera un fenómeno exclusivamente castellano o español. Incluso añadió un apéndice a La Realidad Histórica de España sobre Portugal.

El capítulo II de España en su Historia se titula “Islam e Iberia”. Los gentilicios “ibérico” e “hispano-portugués” están presentes a lo largo de su obra. En La Realidad Histórica de España, desde una visión crítica de la élite portuguesa, dice que “Portugal no poseía, en el siglo XII, una estructura de vida distinta de la galaico-leonesa”[3]. “Superando la fría realidad de aquellos hechos, los portugueses crearon la obra de arte de su historia-vida. Los hizo independientes de León y Castilla la circunstancia de haber sido entregadas las tierras al sur de Galicia a una dinástica borgoñosa, a la gente más vital y enérgica de la Europa de entonces. Más tarde, sobre ese fondo extranjero surgió una peculiaridad nacional, aunque con múltiples enlaces con el resto de la Península, según exigían las comunes tradiciones y la vecindad de las tierras”[4].

Por otro lado, su iberismo metodológico es protagonista -implícitamente- de su cambio de perspectiva de la historia de España, tras el trauma de la guerra civil. Pensó España desde el exilio americano y se exilió de su propia obra escrita con anterioridad a la guerra, como declara Juan Carlos Conde. Para el nuevo Américo Castro, bajo mi punto de vista, la historia de España no había que verla desde una historia de inadaptación al canon de la modernidad burguesa europea, sino que había que verla desde la perspectiva de un iberismo antropológico. La historia de la Península había tenido una historia de civilización más larga que el centro-norte-europeo y tenía que verse a través de un prisma propio. Quizá en la Península -a diferencia de los territorios transpirenaicos- es más clara la idea de que no siempre el pasado fue una mala experiencia. El nazismo se encargaría de dinamitar todas esas creencias de la modernidad burguesa. Y, claro, esa era una perfecta coyuntura para reformular la historia de Iberia. Cuando Castro escribe el prólogo de España en su Historia en abril de 1946 todavía están en marcha los Juicios de Núremberg.

Con su nueva experiencia en Argentina, en 1937, Américo Castro comenzó a entender que el enfoque histórico adecuado debía de partir de la comprensión del sistema vital hispánico: “La extraña peculiaridad de Buenos Aires comenzó a revelárseme no como resultado de una acumulación de hechos exteriores, sino más bien como expresión de una disposición preexistente de vida, conectada con la totalidad del sistema vital hispánico. El drama de la historia española allí estaba: la pugna entre los sueños mesiánicos de cultura y grandeza y las presiones de una rusticidad afirmada y sostenida por creencias tradicionales”[5], afirmó.

Uno de los riesgos de su obra consiste en acabar encerrado en el bucle determinista-identitario de las castas, no tanto como el actual identitarismo (decolonial) que quita o pone razones según el origen étnico, sino que quita y pone explicaciones según el origen étnico sin demostrar las estructuras materiales que lo hacen posible. No obstante, es sólo un riesgo psicologista de interpretación porque sería injusto no reconocer que Américo Castro tenía en cuenta factores sociales, aunque muchos sí que podrán alegar que no era suficiente para evitar un esencialismo. El “método” de la vividura o la morada vital es el que da la primacía al factor interno de la interrelación de las castas, frente al factor externo, especialmente el europeo. Don Américo se dio cuenta que el erasmismo -por el que se interesó durante mucho tiempo- no era un camino para explicar la singularidad hispánica, sino que la clave estaba en los vientos no occidentales traídos por los andalusíes (judíos y musulmanes) y la manera en que habían sido absorbidos parcialmente -y a su modo- por los cristianos reconquistadores. Ese método de primacía de “lo interno” nos recuerda aquello de Ganivet, inspirado en San Agustín y suscrito por Gilberto Freyre, que la verdad está en el interior del hombre (hispánico).

Y, en particular, en lo que se refiere la Edad Media en la península ibérica, Castro entendió que tenía que pensar en términos de “forma” histórica: “La Edad Media cristiana se me apareció entonces como la tarea de los grupos. (…) La España medieval es el resultado de la combinación de una actitud de sumisión y de maravilla frente a un enemigo superior, y del esfuerzo por superar esa misma posición de inferioridad”, afirma en España en su Historia[6].

Los visigodos no eran aún españoles para Américo Castro, que -por otro lado- no los califica de “bárbaros”. Estaban -según Castro- en la media intelectual de lo que había en Europa y valora sus cronistas, historiadores y poetas. Todos los grupos que se instalaron en la Península, valga la redundancia, se peninsularizaron, en el sentido que aprendieron de lo que había previamente y aportaron su granito de arena. Con benevolencia, podemos interpretar de Castro que en los tiempos de la Hispania visigoda todavía no estaban todos los ingredientes -en la cocina cultural- que hicieron posible, por ejemplo, el Siglo de Oro español. No obstante, bajo mi perspectiva, si se hace una historia del territorio y sus habitantes, todos son ibéricos, aunque siempre hay que matizar lo sincrónico con lo diacrónico para no incurrir en los clásicos sesgos de la historiografía nacionalista. Asimismo, según pase el tiempo, siempre será problemático decir el punto histórico donde ya existen “los españoles”, más si cabe si introducimos la variable de la construcción del Estado-nacional constitucional.

Pedro Salinas afirmó que España en su Historia “hará época en eso de la interpretación de lo español, tanto como el ‘Idearium español’ o la ‘España invertebrada’. Además, está fundamentada con toda seriedad documental, mucho más que los libros de Ganivet u Ortega[7]. Sánchez Albornoz, exembajador de la II República en Portugal, le hizo una enciclopédica reseña crítica en España, un enigma histórico, que supuso por ambas partes el fin de sus correctas relaciones. Albornoz -en su obra- iba más allá de un mero iberismo espiritual.

Tal y como hizo Eduardo Lourenço en Europa y Nosotros en 1988, Américo Castro nos lleva a pensar un Nosotros español e ibérico. Pensar la singularidad ibérica, entre oriente y occidente, sin exclusivismos. Pensar la Iberia cristiana, la Iberia musulmana y la Iberia sefardita que llevamos dentro. Y, desde luego, que su actitud no es anti-cristiana; todo lo contrario, como evidencia su hispanofilia y su forma de abordar la reconquista, la colonización ibérica y la permeabilidad del catolicismo ibérico. No cuestiona la reconquista, sino que estudia de qué manera se digiere culturalmente los territorios conquistados por los cristianos y los espacios de convivencia interna. Lo hace con el instrumental que mejor dominaba: la literatura. A través de los fenómenos paradójicos de la realidad, concluye que el ibérico se entregó “a la forma y manera de la vida musulmana” en “simultánea reacción contra ella”[8]. Francisco Márquez Villanueva, uno de sus discípulos, reflexionó sobre ello proponiendo el “concepto cultural alfonsí”.

Si el sentido político de la reconquista se hizo -en general- contra el islam, en sentido antropológico la reconquista se hizo junto con la cultura andalusí. González Alcantud recientemente ha subrayado el valor de la narrativa iberista y el reconocimiento de al-Ándalus: “Al-Ándalus como concepto y mito forma parte de las narraciones nacionales de España y Portugal, en tanto sociedades históricas confrontadas con el islam. Ha sido muy importante en la conformación de la narración nacional española, generando movimientos de filia y de fobia. Menos importancia ha tenido en Portugal. La crisis actual de España, inmersa en tensiones territoriales, y de Portugal, sin la tutela británica, está dando lugar a una revisión de su papel en la formación de la «comunidad imaginada». Al-Ándalus constituye un relato transversal, que ha sido percibido desde América, por autores como Gilberto Freyre y Américo Castro, y que permite revisar las apreciaciones del iberismo metodológico”[9]. Alcantud agrega en otro artículo: “Se trataría más bien de arracimarse en torno a una metodología común, íntima, como vislumbraba Américo Castro, para actuar al unísono, como corresponde a países vecinos y fraternos, sin forzar el discurso unitario”[10].

El filólogo de Cantagalo unió teóricamente el mestizaje andalusí y cristiano-peninsular con el iberoamericano, como lo había hecho poco antes Gilberto Freyre. El carácter mixófilo era común en el Mediterráneo. Probablemente el de Castro sea un discurso que no es de los vencidos, sino de los vencedores inteligentes que supieron valorar la contribución de otras culturas, como efectivamente ocurrió, sin cuestionar la hegemonía y empresa cristiana. Castro llegó a afirmar que “la arquitectura colonial (incaica y azteca) es la réplica americana al arte mudéjar de la metrópoli”[11]. Lo que entronca con ese mundo de convergencias en el marco del debate filosófico, arquitectónico y antropológico entre el mudejarismo, el barroquismo (el barroco de la contrarreforma y el barroco de la contraconquista) y el hispanotropicalismo de Gilberto Freyre.

En este año y el próximo, coincidiendo con el medio siglo de su muerte, debemos estar atentos a las contribuciones -sobre el pensamiento y biografía de Américo Castro- de los investigadores Javier García Fernández, Juan Carlos Conde o José Antonio González Alcantud, que en breve abordará el mito de Santiago en una ponencia y que tiene algo mayor entre manos. Por último, es especialmente importante para los iberistas (metodológicos) poner en marcha un debate académico sobre su figura, su inmensa obra y su reto general de integrar la historia de España e Iberia. Obviamente incluyendo lecturas críticas, y teniendo en mente la importancia de fortalecer un pensamiento iberoamericano e iberófono.

Dámaso Alonso le dijo a Américo Castro que “habrá que aguardar dos generaciones para que su imagen de los españoles se abra camino”. Podemos decir que ya han pasado esas dos generaciones. Es tiempo de estudio del voluminoso y complejo pensamiento de Américo Castro. Don Dámaso, enfático, identificó un fuerte iberismo en Américo Castro y lo puso por escrito en una carta a Jorge Guillén: “Me gusta, me gusta este iberismo súbito del viejo maestro Américo… ¡Vieja sustancia ibérica de los viejos maestros, de los viejos troncos, como el estupendo libro de Américo, que ha escrito ese huracán [‘España en su historia’], ese remolino, movido solo por la fe: lo mismo que si saliera en cruzada contra el turco, o a conquistar el Cuzco! Yo, ibérico, siempre me siento profundamente unido a esa fuerza”[12].

 

Pablo González Velasco

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Américo Castro. España en su Historia. Círculo de Lectores. 1989 [1948].

Américo Castro. La realidad histórica de España. Eidtorial Trotta. 2021 [1954].

Jorge Guillén & Américo Castro. Correspondencia (1924-1972). Universidad de Valladolid. 2018.

José Antonio González Alcantud. “Iberismo metodológico”. Málaga hoy. 5 de noviembre de 2021.

José Antonio González Alcantud. La narrativa iberista y el reconocimiento de al-Ándalus. AIBR, Revista de Antropología Iberoamericana. 2022.

Juan Jesús Morales Martín & M. Carmen Rodríguez Rodríguez. Américo Castro. Antología del pensamiento político, social y económico español sobre América Latina. AECID. 2012.

Pablo González Velasco. “Dos imágenes de la casa original donde nació Américo Castro y una aclaración”. Blog Estado Ibérico, Iberotropicalismo e Iberofonía. 2021.

Pablo González Velasco. Gilberto Freyre y España: La constante iberista en su vida y obra. Universidad de Salamanca. 2021.

Pablo González Velasco. Saudades de Cantagalo: nuevos datos sobre la desconocida biografía brasileña de Américo Castro. Revista De Estudios Brasileños, 7(14), 225–234. 2020.

 

NOTAS

[1] JG&AC:71.

[2] JG&AC:147.

[3] AC (2021:621).

[4] AC (2021:623).

[5] JJMM&MCRR (2012:114).

[6] AC (1989:64).

[7] JG&AC:128.

[8] JJMM&MCRR (2012:309).

[9] Alcantud (2022).

[10] Alcantud (2021).

[11] JJMM&MCRR (2012:169).

[12] JG&AC:152.

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