El iberismo racial de Vasconcelos

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Cuando, tras impartir un curso sobre el racismo cultural en la Universidad Nacional Autónoma de México, mi amigo el doctor Rafael Pérez Taylor, director a la sazón del Instituto de Investigaciones Antropológicas, me entregó la constancia que atestiguaba la impartición del seminario antirracista, observé que en el frontispicio del diploma junto al escudo de la venerable universidad podía leerse el lema “Por mi raza hablará el espíritu”. Quedé ciertamente desconcertado. Contradictio in terminis, pensé. Ciertamente, el lema de la UNAM es ese y su autoría es debida a José Vasconcelos (1882-1959), que fuera uno de sus primeros rectores entre 1920 y 1921, destacando asimismo por ser el más firme valedor del muralismo mexicano,

Vasconcelos fue un activo iberista, e iberoamericanista, pero en clave “racial”. En 1926 dio a la luz un libro titulado La raza cósmica, subtitulado “Misión de la raza iberoamericana”. No podemos ni debemos eludir este pensamiento complejo y lleno de pliegues contradictorios. La edición española de 1976 que yo he manejado, de la señera colección Crisol, de la editorial Aguilar, posee dos partes bien diferenciadas: las tituladas respectivamente “el mestizaje”, y “notas de viaje”, referentes estas últimas a Brasil. Visto en perspectiva, desconcierta que el autor, apasionado partidario del mestizaje como clave de la “raza cósmica”, apoyase a los regímenes fascistas europeos, que eran naturalmente antisemitas y raciológicos. Más aún, en la segunda parte hizo un canto apasionado al Brasil que se le presentaba como la prefiguración de un país democrático, sobre todo en comparación con el suyo propio, México. Vasconcelos había sido expelido al exilio en Estados Unidos por su oposición a varios golpes de estado. Tras la lectura del libro queda el lector tan confuso y desorientado como podría estarlo yo mismo cuando me dieron el diploma mencionado en la benemérita universidad en la que fuera rector Vasconcelos. Brujuleando por internet, los autores del artículo que le dedica la famosa Wikipedia afirman juiciosamente: “La afinidad de Vasconcelos por el fascismo italiano (de bajo contenido racista, antes de verse influido por Alemania) y por la Alemania de Hitler no estaba fundado sobre ideas de supremacismo racial, sino por su espíritu de encumbramiento nacional a través de la unidad del pueblo en una vía percibida entonces como progresista”. Por una vez me ha ayudado a entender algo el famoso y poco fiable portal de internet; llevan razón, porque de lo contrario no lograré explicarme a Vasconcelos y sus vaivenes políticos.

Sin más intermediaciones veamos lo que escribía en aquellas fechas. En los inicios de su apreciación sobre la raza cósmica habla de una “raza atlántida” heredera de la mítica Atlántida hundida en el océano, de los “hombres rojos”, cuyo color de piel sería el cobrizo, a fuerza de mezcolanzas. Raza que habría permanecido aislada en América. En fin, en este punto Vasconcelos se mueve en su sola fantasía histórica, puesto que no aporta ni una sola prueba para sostener sus afirmaciones. Tras traer a colación a los atlantes, anímicamente se siente hermanado con las derrotas españolas del fin de siglo XIX, cuyos ecos aún no se han extinguido en 1926. “Lejos de sentirnos unidos frente al desastre la voluntad se nos dispersa”, por lo que “la derrota nos ha envilecido a tal punto que, sin darnos cuenta, servimos los fines de la política enemiga”. Frente a esa decadencia en lugar de lamerse las heridas, en una introspección parecida a la que tuvieron en España las generaciones del 98 y del 14, Vasconcelos se propone salir al encuentro de la superioridad de la raza.

Quiere evitar Vasconcelos aquel estigma y sentimiento de “estigma” que, por ejemplo, en la Italia del sur, el diputado socialista Napoleone Colajanni (1847-1921) tenía para quitarse de encima, y que les había sido otorgado a los sicilianos por gentes del norte, entre otros el criminólogo turinés Cesare Lombroso, amén de por los anglosajones, esgrimiendo una superioridad racional contrastada con la decadencia latina. La contra-superioridad esgrimida por Vasconcelos estaba en la miscegenación, en el cruce físico: “Los llamados latinos, tal vez porque desde el principio no son propiamente latinos, sino un conglomerado de tipos y razas, persisten en no tomar muy en cuenta el factor étnico para sus relaciones sexuales”, por lo que sería signo distintivo de ellos “la mezcla de sangres”. Afirma que, “es en esa fusión de estirpes donde debemos buscar el rasgo fundamental de la idiosincrasia iberoamericana”. Claramente enfrentado a Gobineau y todos los teóricos que asociaban degeneración a cruce racial, aunque hermanado con los racismos culturales, que fundarán la superioridad latina, y sobre todo francesa, en la existencia de una nueva raza, surgida de la miscegenación, del cruce sexual.

En el centro de la existencia de esa “raza mixta” pone Vasconcelos a Brasil, tierra de promisión. Desde la Amazonía, suelta en un momento de visionaria euforia, ha de extenderse la buena nueva de la “raza cósmica”. Lo hace con elocuentes palabras: “Cerca del gran río [Amazonas] se levantará Universópolis, y de allí saldrán las predicaciones, las escuadras y aviones de propaganda de buenas nuevas (…) Si la quinta raza se adueña del eje del mundo futuro, entonces aviones y ejércitos irán por todo el planeta, educando a las gentes para su ingreso en la sabiduría. La vida fundada en el amor llegará a expresarse en formas de belleza”. La utopía futurista se impone a la vista de las inmensidades brasileñas. No será ni el primero ni el último en quedar atrapado por esas visiones.

Para acabar de perfilar este mandato interracial, que sería la raza cósmica, sostiene: “La teoría de la superioridad étnica ha sido simplemente un recurso de combate común a todos los pueblos batalladores; pero la batalla que nosotros debemos librar es tan importante que no admite ningún ardid falso. Nosotros no sostenemos que somos ni que llegaremos a ser la primera raza del mundo, la más ilustrada, la más fuerte y la más hermosa. Nuestro propósito es todavía más alto (…) Nuestros valores están en potencia, a tal punto que nada somos aún”. Late en el autor, evidentemente todo un A. Schopenhauer o F. Nietzsche, que pusieron la voluntad de ser por delante de cualquiera otra apreciación.

En la segunda parte del libro se extiende en la descripción de su viaje a Brasil. Llega al país sudamericano, en misión oficial, con unas expectativas enormes. Lo dibuja como un lugar magnético. En particular, se detiene en Río de Janeiro, donde millones de luces, contempladas desde sus colinas, “conciben la ilusión de que es posible vencer a la sombra y a la muerte”. Visiones poéticas, donde hay que insertar la reflexión que sobre los himnos nacionales hace a la vista de São Paulo: la Marsellesa francesa –esgrime–, no lastimaría nuestros oídos, si no fuese porque revela “cierta egolatría pueril”. “La marcha española tiene una pompa que sueña a hueco”. El himno mexicano, tendría “una cruel arrogancia que habla de cañones que retumban y sepulcros que se abren”. Frente a todos ellos valora el himno brasileño: “Es algo distinto de los demás himnos patrios. En un sentido es bélico; cuando se le escucha, se ven desfilar esos brillantes ejércitos de ciudadanos que defienden la libertad y el honor, pero no manchan con la venganza y la injusticia; es bélico, pero no es provocativo ni posee acentos lúgubres. Sus melodías son claras como un amanecer, no semejan los gritos de un pueblo en el combate feroz, sino la alegría del cuerno de Sigfrido cuando despierta a las selvas”. Me recuerda aquel filme Fiztcarraldo de Werner Herzog, donde el protagonista, con su gramófono lucha en las selvas de Brasil por hacer oír la ópera a los indios a los pájaros amazónicos.

En fin, a la vista del pensamiento de Vasconcelos no resulta inextricable pensar que viendo en Brasil un país de futuro, el autor mexicano apueste por las potencias de la voluntad, los fascismos. Lo contrario, la oposición decidida al fascismo, poco después la encarnaría Stefan Zweig, refiriéndose a ese mismo Brasil, que lo concebía como refugio de los hombres futuros libres. El papel ambiguo de los intelectuales, capaces de retorcer sus argumentos con cualquier motivo, parece obvio. Desde Jules Benda, la traición de los clérigos seculares, es decir, los intellectuels, parecía un hecho cotidiano. De ahí que a la hora de evaluar los apoyos que ha tenido la idea noble del iberismo tengamos una panoplia de pensadores basculando entre el fascismo y el anarquismo. En la prefiguración del iberismo de nuestro tiempo no se puede diluir ni ocultar la conciencia crítica sobre los fundamentos del mismo. Para obtener una sólida ideología iberista de nuestro tiempo democrático y líquido, no podemos desviar la atención sobre los problemas del pasado. Vasconcelos, en todas sus contradicciones es un buen ejemplo.

Cuando terminé la lectura del libro de José Vasconcelos entendí mucho mejor el curioso diploma que me había otorgado la UNAM, presidido por ese extraño “Por la raza hablará mi espíritu”, justo tras impartir un curso para antropólogos el “racismo cultural”. Era una prolongación actual de proclamas pasadas, inserto en lo que decía el pro-iberista José Saramago: “somos cuentos de cuentos contando cuentos, nada”.

 

José Antonio González Alcantud

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