La intercomprensión lingüística no se hace con pinganillo

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Una de las situaciones que más me indignan -como iberista- tiene lugar cuando un presidente del Gobierno o ministro de Exteriores español necesita pinganillo en Portugal o en otro país lusófono. El pinganillo es la derrota de la intercomprensión. En el caso español, el pinganillo es también la victoria, paradójicamente, de la lengua común, dado que lo que sale del pinganillo es -monolingúísticamente- castellano. No obstante, el derecho de uso de las lenguas regionales españolas en el Parlamento me parece razonable y justo. En realidad, lo problemático sería si algún diputado se pusiese a hablar en un idioma no ibérico.

Gracias a que España fue girondina barroca y muy poco jacobina, tenemos plurilingüismo y una lengua en común. Esta es común en la medida que la habla el 99,9% de los españoles. Como iberista podría pensar en la ucronía utópica de un rey Alfonso X el Sabio decantándose por el galaicoportugués y que hoy el gallego/portugués fuera el idioma común español y que el castellano fuera una lengua regional, pero no fue así. Cuando hemos nacido, nos hemos encontrado con que nuestro castellano es uno de los mayores activos culturales globales que, junto al portugués, constituye un espacio lingüístico de intercomprensión de más de 800 millones de hablantes (Iberofonía). Gracias a Hispanoamérica y a la efectividad -por su sencillez- de los cinco sonidos de las vocales vascas transferidas a la lengua de Cervantes, el castellano ha tenido un éxito en su implantación global. Nadie, en su sano juicio, renuncia a una lengua tan importante.

La equiparación lingüística no puede obviar el grado de implantación interna y externa. Y, desde luego, no se puede establecer una lógica de competición, entre lenguas, en un juego que nunca será de suma cero aunque se empeñe una minoría. Siento comunicar que las lenguas iberorromances occidentales y orientales (con influencias del occitanorromance) son, básicamente, una misma lengua (la lengua del ser y el estar), cuyas variantes no necesitan traducción ni pinganillo si mínimamente si se tiene contacto previo y ganas de entender.

No obstante, sería bueno que antes de implementar el plurilingüismo de pinganillo, todas sus señorías cursaran un curso intensivo de técnicas de intercomprensión de lenguas ibéricas y aprendieran un segundo idioma ibérico o un tercer idioma para quien ya sea bilingüe. Tienen que dar ejemplo.

Junto a la OPA hostil a la lengua común existe otro movimiento que es contra la nación común. La proliferación confusa del término “plurinacional” o “plurinacionalidad” genera dudas. ¿Es plurinacional en sentido de multinacional? ¿Qué jerarquía entre naciones? ¿Se pretende negar el Estado-Nación o la nacionalidad española común? Por otro lado, hay que recordar a los hispanófobos que cuando sustituyen el término “España” o “español” por “Estado” o “estatal”, más allá del crimen estético, lingüístico y político (se trata de ciudadanos y no de funcionarios), supone el reconocimiento del Estado que, siendo este constitucional y reconocido por la ONU, conlleva el reconocimiento automático del Estado-Nación.

La pluralidad de la nación o la plurinacionalidad está recogida en la Constitución al citar la existencia de nacionalidades regionales. La pregunta es: ¿La pluralidad interna de cada nacionalidad regional está garantizada? Considero que es posible aspirar al máximo pluralismo -incluso a una nación autodeclarativa en los preámbulos de los Estatutos de Autonomía- sin negar la nación soberana común ni la lengua de facto común. Es decir, la existencia de micronaciones culturales regionales sólo tiene sentido si se reconoce la macronación política (España), siendo esta -la macro- la única soberana con derecho a la autodeterminación, dentro de los marcos de la natural interdependencia internacional. Añadiré, por otro lado, que la macronación cultural es Iberia.

Para quien albergue dudas, estas son las polisemias de nación, formuladas por la RAE: Nación. Del lat. natio, -ōnis ‘lugar de nacimiento’, ‘pueblo, tribu’. 1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno. 2. f. Territorio de una nación. 3. f. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común. 4. f. coloq. p. us. nacimiento (‖ acto de nacer). Ciego de nación. De nación. 1. loc. adj. U. para dar a entender el origen de alguien, o de dónde es natural.

Desde EL TRAPEZIO hemos defendido la intercomprensión lingüística, y así la ejercemos oralmente en nuestro programa de Conexión Ibérica y nuestro periódico, donde conviven las lenguas – fundamentalmente castellano, portugués y gallego, con alguna que otra colaboración en catalán-. La intercomprensión se basa en que cada ibérico se puede expresar en su lengua materna y tener éxito en la comunicación. La excepción es el vasco, el idioma más ibérico de los que hoy hemos heredado, del que heredamos el concepto de ser y estar, así como una gran influencia soterrada porque al fin y al cabo el castellano nace en tierras de influencia vascuence y la hipótesis del parentesco vascoiberista no es desdeñable si se matiza. En el caso del euskera, a mi juicio, en un hipotético Parlamento español pro-intercomprensión y sin pinganillos, cabría la autotraducción de los propios diputados, disponiendo del doble de tiempo.

Conviene, por tanto, combinar pluralismo con sinceridad. El templo de la palabra no puede despreciar e ignorar la España liberal del siglo XIX, un referente revolucionario mundial, de la que el Parlamento es heredero. La solidificación constitucional de lo común español no lo hizo el Imperio español, sino los liberales españoles. Que esto haya sido olvidado es grave.

Aquí el problema estará en si las lenguas se van a asociar a diputados nacionalistas o si los diputados de partidos nacionales van a hablar en lenguas regionales para que no se las apropien. Si se hace desde la cordialidad, sin problema. Veremos si esta experiencia ayuda a clarificar y convivir o se utiliza como plataforma de exclusión. Tendrá éxito si se reducen los prejuicios entre todas las lenguas españolas.

En España siempre ha existido una tercera España tolerante y diversa que ha tendido puentes por mucho ruido o drama que hagan los intolerantes. Sin embargo, es responsabilidad de todos -los que quieran que seamos un país respetado en el mundo- hacer posible que haya una viabilidad geopolítica de España, minimizando el ensimismamiento. El fortalecimiento de España tiene que ser política de Estado. Seamos realistas: no hay solución ni encajes mientras se quiera imponer el interés de una parte frente al todo. Las soluciones aparecen cuando se puede hacer compatible el interés de la parte con el todo. El pluralismo es bueno para todos: en el marco del Estado-nación e internamente en las Comunidades Autónomas.

Desde el iberismo hemos defendido el pluralismo lingüístico desde la intercomprensión iberófona. Por decreto no se eliminan realidades. Todo intento soterrado o ingenuo en ese sentido está destinado al fracaso. Esto vale para las lenguas regionales y la lengua común. Por último, habría sido deseable que la reforma plurilingüista del Congreso hubiese sido consecuencia de una iniciativa popular con firmas, y no de un intercambio de cromos para una investidura.

 

Pablo González Velasco

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