La Revolución de los Claveles, un soplo de libertad también para los españoles

Testigos presenciales españoles en la Lisboa de 1974 explican su experiencia

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La Revolución de los Claveles portuguesa, que este jueves cumple 50 años, fue también un soplo de aire fresco para los españoles, tanto los que la vivieron de cerca en Portugal como desde España, que siguieron con atención los pasos que daban sus vecinos con la esperanza de lograr ellos mismos la libertad. Lo cuentan a EFE personajes clave como el diplomático Inocencio Arias, que vivió el ataque a la Embajada española en Lisboa en 1975, y el expresidente del Centro Gallego y actual responsable de la Sociedad Española de Beneficencia en Portugal, José Aser Castillo.

Castillo, nacido en Lisboa pero hijo de pontevedreses, tenía 37 años aquel histórico 25 de abril de 1974, cuando cayó el régimen autoritario del Estado Novo. Por aquel entonces trabajaba para la Sociedade Nacional de Petróleos (Sonap) y fue en sus oficinas donde pasó ese día, escuchando la radio para saber cómo se desarrollaba la revolución, que comenzó de madrugada. “La mayor parte fuimos a trabajar normalmente, sin problema. Un poco oyendo la radio para ver lo que estaba pasando y, a medida que íbamos teniendo noticias, nos preocupaba, porque no es normal. Pero la verdad es que fue muy pacífica y se puede decir que la vivimos con expectativas y sin problemas”, rememora el empresario.

Tras ver cómo avanzaba este golpe militar no violento que acabó llamándose Revolución de los Claveles en alusión a las flores que colocaron los soldados en el cañón de sus fusiles, su deseo fue que influyera de alguna manera en España, todavía bajo el poder del dictador Francisco Franco. Casi un año más tarde llegó a Lisboa el diplomático español Inocencio Arias (Albox, Almería, 1940), quien había solicitado la capital lusa como destino tras ver los avances de los militares portugueses ese abril.

“Era un país que recuperaba la democracia mientras nosotros no la teníamos. Es cierto que el régimen de Franco ya era una ‘dictablanda’, pero no era democrático. Entonces, para un profesional, diplomático y español era apasionante”, evoca Arias, que años más tarde ejerció como representante de España ante las Naciones Unidas.

Después de abril de 1974, los españoles “acudían en masa” a ciudades como Lisboa, Oporto y Elvas para ver lo que ocurría porque querían “el contagio”. Sin embargo, la obtención de la democracia no fue un camino llano para los portugueses y no llegó inmediatamente.

En los dos años que pasaron hasta la aprobación y entrada en vigor de la Constitución, en abril de 1976, el país afrontó periodos complicados de revueltas y estuvo al borde de la guerra civil. Los peores meses se produjeron justo después de la llegada de Arias a Lisboa, en el llamado “verano caliente” de 1975, en el que aumentaron las tensiones entre la izquierda y la derecha, y solo se salvaron porque “los portugueses son una gente archiamable, archicívica y archipacífica”, afirma el diplomático almeriense, ya jubilado.

Además de las diferentes protestas, se produjeron múltiples expropiaciones de fincas agrícolas y los cerca de 600.000 “retornados” de las colonias y excolonias portuguesas llegaron a un Portugal en plena crisis económica, fenómenos que también afectaron a los españoles que residían en el país.

“El que era un trabajador de clase media no tenía mayor inquietud, pero los que tenían muchas posesiones sí estaban inquietos, porque o se las ocuparon los del Gobierno, se las nacionalizaban o se las ocupaban los que volvían de Angola o Mozambique”, explica Arias. La relación entre España y Portugal se complicó en septiembre de 1975, cuando cientos de personas irrumpieron en la residencia del embajador español, el palacio de Palhavã, como protesta por los últimos fusilamientos decretados por Franco, destruyendo todo lo que encontraron a su paso.

Esa noche, el embajador español en Portugal por aquel entonces, Antonio Poch, se refugió en la casa de Inocencio Arias. “Al día siguiente, en mi despacho solo quedaba la papelera”, lamenta Arias, quien destaca que quince días antes ya habían detectado cómo les tomaban fotografías a los trabajadores de la Embajada.

En los días de antes “el ambiente se cortaba”, continúa el diplomático, quien precisa que prácticamente todos volvieron a España por precaución tras el ataque, aunque decidieron volver a Portugal al cabo de un mes al ver que no corrían más peligro. Volvieron a Lisboa y con ello a la rutina en un país en cambio, un camino que siguió España semanas después del ataque, cuando falleció Franco en noviembre de 1975 y se inició la Transición Española.

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