La ruta de Viriato

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Una buena manera de reconocer la herencia y cultura común de Portugal y España y de fomentar el conocimiento y la reflexión sobre nuestro pasado es viajando a través de itinerarios que siguen una pauta histórica. Y son numerosas las rutas de contenido artístico y arqueológico que pueden realizarse a lo largo y ancho del territorio de la antigua provincia de Lusitania.

En el lado español es muy conocida la que sigue el recorrido de la “Calzada de la Plata”, conector de las otrora ciudades lusitanas de Emerita Augusta y Salmantica. En el lado portugués podemos destacar la ruta de las “Aldeias históricas como una de las que mejor aglutina la esencia del pasado, hacia el interior norte de la región lusitana y que pronto tendrá su equivalente en la parte extremeña. Otras son transfronterizas, como la del “Corredor Suroeste” que, partiendo desde Madrid, pone su final en Lisboa recorriendo entremedias un sinfín de enclaves distinguidos como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Una más, zigzagueante y rayana, la de las “Fortalezas Abaluartadas de la Raya” y que nos remite a los tiempos de guerras entre reinos. Son solo algunos ejemplos.

Aquí traemos una propuesta más, la que denominamos como “Ruta de Viriato”. No entraremos a detallar la biografía de este lusitano que vivió allá por el siglo II a.C., liderando a los suyos en su resistencia contra los romanos, que moriría supuestamente a consecuencia de un acto de traición -año 139 a.C.- y cuyo nombre está muy inserto en la memoria colectiva portuguesa y española. Téngase únicamente en cuenta que son infinitos los interrogantes sobre su vida y sobre su gesta y que apenas se conocen lugares precisos por donde transitó. Advirtamos la enorme carga mitológica y simbólica que sobre aquel señor de la guerra se cierne después de siglos siendo objeto de interpretaciones interesadas por unos y otros.

Pues bien, como el mito también ha de conocerse, podría iniciarse este itinerario desde dos ciudades que han monumentalizado su enigmática efigie: Zamora y Viseu. La estatua española, obra de Eduardo Barrón, se realizó -en Roma, paradójicamente- para la Exposición Nacional de Bellas Artes del año 1884 y dos décadas después se instalaría en la capital zamorana. Esta ciudad une su leyenda a Viriato a través de su seña bermeja, bandera de origen medieval compuesta de ocho tiras rojas asociadas a otras tantas victorias del lusitano más una verde otorgada por Fernando el Católico. El legendario vínculo zamorano continúa en la comarca de Sayago, concretamente en el pueblo de Torrefrades, donde se ubica una de las supuestas casas de nacimiento de Viriato. Pese a todo lo dicho, ni histórica ni arqueológicamente pueden atribuirse las tierras zamoranas al discurrir de la tribu lusitana y/o de su afamado caudillo.

Antes de dirigirnos a Viseu, si se opta por el itinerario zamorano, podría seguirse la ruta por el noroeste de la provincia de Salamanca donde varios yacimientos arqueológicos permiten al viajero adentrarse en el tiempo previo a los romanos. Aunque pertenecen al ámbito vetón y no al lusitano, la visita a Ledesma -antigua Bletisa(ma)- o a los castros de Las Merchanas, de Yecla la Vieja o de El Castillo de Saldeana son indispensables para conocer el contexto prerromano de la región que se constituirá con el nombre de Lusitania. Hacia el oeste, traspasada la frontera por el extraordinario Parque Natural de Arribes del Duero se incursiona en Riba Côa, área vetona ya en transición hacia el espacio nuclear de los lusitanos y que dispone de recursos históricos y arqueológicos de enorme interés. En el distrito de Guarda se encuentra, por ejemplo, el yacimiento de Cabeço das Fraguas, donde apareció una de las más conocidas inscripciones en lengua lusitana.

Como exponíamos más arriba, Viseu es la ciudad portuguesa desde donde también puede principiar la “Ruta de Viriato”. En la zona conocida históricamente como Cava de Viriato se inauguró el monumento a nuestro protagonista en el año 1940, obra de Mariano Benlliure, en contexto de la conmemoración del doble centenario de la nacionalidad portuguesa (nacimiento del reino hacia 1140 y restauración de 1640). Viseu y la región beirense venían siendo identificados como cuna de Viriato desde el mismo momento en que la monarquía portuguesa se apropió de la entidad histórica de Lusitania, hacia el siglo XVI -tal y como Castilla-Aragón hicieron con Hispania-. A comienzos del siglo XX, Adolf Schulten proclamará como patria de Viriato la cercana Serra da Estrela, a la que relacionó con el Mons Herminius que las fuentes clásicas aluden como refugio de los lusitanos en tiempos de Julio César. Dicha identificación no es segura por más que se haya repetido hasta la saciedad.

En la limítrofe región de la Beira litoral, y más concretamente en el distrito de Coímbra, se encuentran algunos de los restos arqueológicos más notables de Portugal, si bien de época romana. Las fuentes recogen que estas áreas cercanas ya al océano estaban pobladas por los turduli veteres o turduli oppidani, tal vez también por los conios, no por los lusitanos, sin embargo, el territorio fue incorporado por Roma justo tras la muerte de Viriato, hacia el 139 a.C. Coimbra, la antigua Aeminium, y el yacimiento de Conimbriga, en la freguesia de Condeixa-a-Velha, son visitas obligadas. Estos asentamientos quedarían insertos en el conventus scallabitanus (Scallabis, actual Santarem), al que también pertenecería Felicitas Iulia Olisipo, hoy Lisboa. En la capital portuguesa también existe una estatua de Viriato, decimonónica, en el coronamiento del Arco da Rua Augusta, junto a otras personalidades simbólicas de la nación.

Nuestra ruta, no obstante, circunda la Serra da Estrela -recomendando la visita a los restos romanos de Bobadela (Oliveira do Hospital)-, para adentrarse en el distrito de Castelo Branco, posiblemente la zona nuclear de la tribu lusitana. Región minera, tierra de los lancienses oppidani y de los igaeditani, entre otros pueblos que cita una famosa inscripción del puente de Alcántara. Los primeros, cuyo asentamiento principal no se conoce, eran vecinos de otros lancienses, los transcudani -en torno al río Côa, acaso ya vetones-; los segundos, tenían su capital en Idanha-a-Velha. Esta Civitas Igaeditanorum fue uno de los centros urbanos más importantes de este sector de la Lusitania y su grandeza histórica aún es visible en su monumentalidad.

Ya en territorio español, parada ineludible es, ya citado, el puente de Alcántara, obra culmen de ingeniería romana y cuyos restos epigráficos han enriquecido -y complicado- la comprensión del fenómeno indígena de Lusitania. La ruta sigue por el espacio entre el río Tajo y la Cordillera Central -la Alta Extremadura-, donde lo lusitano se funde con lo vetón y donde la tradición también ha situado el discurrir de Viriato. En 1575 se recoge la noticia de que el enterramiento del líder lusitano se encontraba en la casa del escribano de Coria; en Guijo de Santa Bárbara, en la comarca de La Vera, se señala de la casa donde supuestamente nació; aún más al este, a caballo entre las tierras abulense y toledana -Sierra de San Vicente-, se habla del lugar donde lo asesinaron. Hay más lugares que afirman su ligadura, pero su anotación nos saca de los límites de Lusitania. Muchas de estas tradiciones se deben a la aparición de epígrafes con el nombre de Viriatus, onomástica indígena muy común en estas tierras.

Sin más evidencias documentales de su paso por estas tierras de adscripción vetona -tribu, recordemos, que aparece como aliada de la lusitana en más de una ocasión-, tan solo la abrupta orografía del norte extremeño induce a pensar en la posibilidad de que alguna vez ejercieran de refugio estas latitudes. Lo interesante en este punto es mencionar restos y asentamientos prerromanos y romanos que salpican estas áreas: varios castros (sin excavar) -el Castillejo, el Picute, el Gordo, Cabezagorda, el Berrocalillo, Riscos de Villavieja, etc.-, algunos visitables y accesibles -El Raso-, verracos in situ -en Segura de Toro-, santuario -Piedraslabradas-, pórtico de templo (trasladado) –Augustobriga-, termas -Baños de Montemayor- o centro urbanos de referencia como Coria y Cáparra.

Pero, a juzgar por las fuentes, el territorio que sufrió las mayores incursiones y el pillaje por parte de Viriato y de sus secuaces fue principalmente el que se halla al sur del río Tajo y, sobre todo, el regado por el Guadiana –Beturia– y por el Guadalquivir –Turdetania, luego Bética-. Realizó razias todavía más lejanas. Ajustándonos a los límites de la región que trascendió como Lusitania o, a lo sumo, a la actual de Extremadura, la ruta podríase prolongar siguiendo los caminos que, desde el Tajo, enfocarían la futura Emerita Augusta más de un siglo después de Viriato. Desde los (también desplazados) restos del puente de Alconétar -calzada de la Plata-, la primera parada de interés prerromano y romano sería Cáceres -antigua Colonia Norba Caesarina-, con restos de un espacio termal en el interior del Palacio de los Mayoralgo, con el musealizado campamento romano de Cáceres el Viejo y con las piezas custodiadas en el Museo Provincial. Entre la capital altoextremeña y Trujillo –Turgalium romana- merece la pena visitar el castro de Villasviejas del Tamuja y, algo más al sur, la basílica de Santa Lucía del Trampal que, aunque de época bastante posterior, parece ser que se superpone a un lugar de culto a Ataecina, divinidad indígena.

Ya sobre el Guadiana, Medellín –Colonia Metellinum-, con un extraordinario teatro romano, es núcleo urbano continuador del poblamiento autóctono de la Primera Edad del Hierro, con yacimientos “tartésicos” cercanos como Cancho Roano, La Mata o El Turuñuelo. Por último, la excelsa colonia emeritense -no es preciso ahora anotar su monumentalidad- como punto final de nuestra ruta, como simbólico cierre del tiempo de los lusitanos de Viriato, aquellos anteriores a Lusitania como provincia romana.

Apenas honra Mérida hoy públicamente al “terror romanorum” con una calle secundaria en la ciudad, pues la Lusitania que capitaliza la urbe emeritense es el espejo de Roma en Hispania, insignia de una nueva era. Sin embargo, la herencia de las tribus indígenas del occidente ibérico, y de Viriato, sí perviven en ámbitos menos perceptibles, como aquel que cuenta que Mérida fue repoblada en el siglo XIII con gentes venidas de Zamora, la ciudad donde comenzábamos nuestra ruta. La seña bermeja zamorana se alza fundida con un escudo que representa al puente romano emeritense, en perfecta comunión de tiempos y espacios.

 

Juan Rebollo Bote

LusitaniaeGuías-Historiadores

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