Madrid claro que sí fue una campaña lanzada por el Ayuntamiento de la capital, en la época del mítico alcalde Enrique Tierno Galván, allá por los años de la transición democrática española.
El objetivo era reconciliar a la ciudadanía con su ciudad. Una ciudad que había experimentado un crecimiento vertiginoso durante las décadas de los años 60 y 70, con la llegada masiva de inmigrantes venidos de todas las regiones de España, en particular, de Andalucía, Extremadura, Galicia y de los pueblos de ambas Castillas. Un crecimiento caótico, de aluvión, que conformaba una realidad dura. Un cinturón de chabolas alrededor de la ciudad, escasez de servicios en los barrios periféricos, transportes públicos colapsados y lentos, atascos y polución atmosférica. A cambio las personas gozaban de la posibilidad de tener un trabajo, de mejorar profesionalmente, de disponer de una vivienda, todo a base de muchísimas horas de trabajo. Fue la historia de muchas ciudades industriales. En Portugal y en España tuvimos el añadido de padecer dictaduras anacrónicas y de ser aún países en vías de desarrollo.
La llegada de la democracia coincidió con la crisis económica del petróleo. La ciudad, que ofrecía progreso a cambio de trabajo duro y el desarraigo que supone dejar la tierra propia, dejó de ofrecer tan siquiera trabajo. La situación mostraba riesgo de explosividad social.
Los poderes públicos reaccionaron a todos los niveles. Fueron especialmente importantes la firma pactos de la Moncloa. El Ayuntamiento de Madrid, del primer alcalde de la democracia, el socialista Enrique Tierno Galván, lanzó un plan de urbanización y de construcción de dotaciones en los barrios periférico. Se mejoró el alumbrado, se construyeron aceras, asfaltaron calles, crearon zonas verdes y se levantaron dotaciones sociales, sanitarias y cultures. Centros culturales, ambulatorios y centros de servicios sociales.
Madrid me mata, se decía. Y el equipo de Tierno pensó que había que tratar de que los ciudadanos de Madrid apreciasen su ciudad; además de lo tangible, hacía falta un nuevo madrileñismo. Campañas publicitarias, como Madrid claro que sí, fueron parte de ese espíritu que hizo que un madrileño de Úbeda, el insigne Joaquín Sabina, modificase una de las estrofas de su canción “Pongamos que hablo de Madrid”, de manera que donde antes cantaba “cuando la muerte venga a visitarme, que me lleven al sur donde nací, aquí no queda sitio para nadie, pongamos que hablo de Madrid”, pasase a cantar “cuando la muerte venga a visitarme, no me despierten déjenme dormir, aquí he vivido aquí quiero quedarme, pongamos que hablo de Madrid”.
Madrid salió de aquella encrucijada bastante bien parado: la democracia se asentó, la entrada en la UE acabó con la crisis, y la movida madrileña sacudió definitivamente la caspa y la naftalina de la dictadura.
La capital de España, que lo es por estar en el centro geográfico de una península ibérica con forma de cuadro, ha seguido un camino exitoso. Aquella ciudad elegida por Felipe II, como sede de la corte y centro de un Imperio, esa capital artificial, alejada del mar, y sin río navegable, ha llegado al siglo XXI en plena forma. Paradójicamente la descentralización diseñada en la Constitución de 1978, que llevó fuera de Madrid a una parte importante del aparato administrativo del Estado, ha sentado muy bien a la capital. La Comunidad Autónoma de Madrid ha pasado a ser la región con mayor P.I.B. de España con un 19,3%, cuando en 1980 representaba el 15,1% del P.I.B., siendo también la que mayor riqueza por habitante de 35.913 € anuales.
El éxito económico de Madrid padece de duras críticas, y un grupo de estudios autodenominado “Economistas frente a la Crisis” habla de un “modelo de metropolización centralista que succiona negocios, rentas y talentos” del resto de España. Particularmente, sin entrar en análisis más profundos que ahora no vienen al caso, entiendo que estos estudios se enmarcan fundamentalmente en la contienda política. La Comunidad de Madrid lleva 30 años gobernada por el PP. La derecha quiere patrimonializar el éxito económico de Madrid, y ámbitos de la izquierda, en mi opinión torpemente, culpabilizan al modelo madrileño del fenómeno de la España vaciada. Como reflexión me pregunto si esos recursos no hubiesen venido a la capital de España, ¿dónde estarían ahora? Creo que fuera de la península, en Londres, Múnich o París. La España vaciada tiene una oportunidad precisamente por su cercanía a una gran urbe global como es Madrid.
Madrid es de todos, ese siempre ha sido uno de sus aciertos. Es un éxito colectivo de España en una primera etapa, y global particularmente iberoamericano, en las últimas décadas.
En lo iberoamericano entra, lógicamente, Portugal, que además es socio preferente dentro de la UE. En esta nueva etapa madrileña, más cosmopolita y más iberoamericana que nunca, lo portugués ha tomado relevancia en el centro de la península. Basta darse un paseo por el centro y comprobar, por ejemplo, que los Pasteles de Nata de Belem, se pueden degustar con parecida calidad a la que se encuentra en Lisboa. Desde 2003 la “Mostra de Cultura Portuguesa” vuelve cada otoño, con exposiciones, conferencia, cine y teatro de actualidad. En la más emblemática Plaza de Madrid, la Plaza Mayor, desde hace unos años el Hotel Pestana, de procedencia portuguesa, es una referencia. En la cuestión de la lengua, las academias privadas de portugués, como Portuguesalia o Agora Lingua, tienen un éxito importante.
Madrid claro sí. La capital de España, con todos sus problemas, es un éxito de todos. Felipe II de España, y I de Portugal, eligió este lugar para instalar la corte. Se dice que quizá pensó en Lisboa como sede de la capital de la monarquía hispánica del siglo XVI, y que esa elección hubiese mantenido a Portugal en el conjunto peninsular… quizá, pero esa historia no la hemos podido vivir. Supongo que se nota que soy madrileño y quiero a mi ciudad, lo aprendí en los años de la transición cuando Tierno Galván proclamaba en las fiestas de San Isidro “quien no está colocado, que se coloque, y… al loro”.
Pablo Castro Abad