Septiembre ha llegado y, con él, las vacaciones de muchos ibéricos llegaron a su fin. Sin embargo, el calor que todavía se hace sentir y las fiestas que anualmente vuelven por estas fechas más que justifican una escapada solo, en pareja o en familia a cualquier pueblo en nuestra Península.
Desde EL TRAPEZIO, te traemos una sugerencia que, aunque pueda sonar desconocida para algunos, rápidamente será un must-see para este final de verano. Una villa ubicada en el litoral centro de Portugal, a unos 100 kilómetros de Lisboa, que cumple dos requisitos fundamentales: temperaturas atractivas durante todo el mes y las fiestas mayores, que se realizan hasta el próximo domingo (18) con mucha tradición, gastronomía y animación.
Son estas fiestas, en honor a Nuestra Señora de Nazaré, el punto álgido de la temporada en el pueblo con el mismo nombre, en el cual no puedes perderte sus demás atractivos. De las tradiciones a las magníficas playas (con olas gigantes) y a su buena gente. No faltan razones para visitar esta villa pintoresca y una de las postales turísticas más típicas del país.
Un pueblo abrazado al mar
Pese a que hoy es uno de los pueblos más visitados de Portugal, poco se sabe efectivamente sobre la historia antigua de Nazaré, salvo que es desde el siglo XII una tierra de pescadores, de gente humilde con un fuerte vínculo al mar, que fue capaz de enfrentarse a la adversidad y se reinventó hasta la actualidad. Antes de la Edad Media, se conoce solamente una carta romana en la que se refiere al lugar como Seno Petronero (“Golfo de la Pederneira”), señalando la existencia de una laguna, aunque se crea que el pueblo haya sido habitado desde la Prehistoria.
Lo que uno sí puede afirmar con seguridad empieza en el mismo siglo XII, cuando Portugal conquista estas tierras a los musulmanes y Alfonso I las entrega a los monjes cistercienses. Bajo su dominio, el pueblo de Pederneira (solo en 1912 cambia su nombre a Nazaré) crece tanto en población como en actividad económica, mereciendo en 1514 la ley foral del rey Manuel I.
Durante los Descubrimientos portugueses – siglos XV y XVI – el pueblo se convierte en uno de los astilleros más activos del reino, del cual partieron muchos navíos y carabelas. Su puerto se utiliza para enviar mercancías y las maderas del Pinar del Rey (plantado por Dionisio I) a la capital y al extranjero, mientras que los pescadores son reclutados como marineros.
Todo cambia cuando, en el siglo XVII, la desaparición de la laguna que bañaba Pederneira, combinada con el descenso del nivel del mar, lleva a los vecinos a la nueva playa. El pueblo entra entonces en decadencia, ya que ni siquiera los pescadores de la región de Aveiro que allí se instalaron lograron reavivar el dinamismo de antes.
No será hasta el siglo XX cuando la villa recupere parte de su aliento, sosteniéndose principalmente por el turismo y la peregrinación religiosa, que ya se viene realizando desde la antigüedad. De hecho, el propio pueblo pasa a llamarse Nazaré en homenaje a la imagen de una virgen morena presuntamente traída de la Nazaret de Galilea, cuyo culto es ahora candidato a Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.
Un Sitio de fe y tradición
La peculiar imagen de María – de la que se cuenta haber hecho un largo recorrido desde Galilea a un monasterio en Mérida y, de allí, a la villa atlántica – es, sin duda, importante para los nazarenos. Y es también la clave espiritual que explica que hoy exista en Nazaré un santuario dedicado al culto mariano, quizás el más importante en Portugal después de Fátima. Un lugar sagrado donde acuden peregrinos de todas partes desde hace siglos, buscando consuelo, expresar su gratitud o, simplemente, admirar la reliquia.
Todo esto empezó, como muchas otras tradiciones religiosas, con una historia transmitida oralmente y envuelta en leyenda. Volvemos al siglo XII, más concretamente al año 1182. En un día de niebla, un noble conocido como Don Fuas Roupinho lanza su caballo hacia un ciervo durante una cacería cerca del promontorio de Nazaré. Al llegar al lugar, y a pesar de la escasa visibilidad, se da cuenta de que el animal había caído y que él mismo estaba al borde de la roca.
En ese momento, el alcalde del castillo cercano de Porto de Mós se acuerda de la imagen de la virgen morena, que estaba allí cerca en una gruta, e invoca su ayuda, lo que inmediatamente detiene su caballo a pocos pasos de caer. Por este suceso, que atribuye a un milagro divino, Fuas Roupinho se dirige a la gruta donde estaba la imagen para rezar y agradecer a su Protectora, haciéndole la promesa de erigir una capilla en su honor, la Ermita de la Memoria.
Después de muchas mejoras, el edificio sigue existiendo en el mismo promontorio – que curiosamente se llama Sitio – y que, actualmente, es uno de los lugares más visitados de Nazaré. Allí se puede también encontrar el santuario a Nuestra Señora de Nazaré, un mirador con una de las panorámicas más conocidas del país y, sea verdad o no, la señal dejada en la roca por la herradura del caballo de Fuas Roupinho.
De la mar, las ondas, y de la tierra, las mujeres
En tierra de pescadores, el mar es el elemento fundamental que guía toda la dinámica económica y cultural de los vecinos. Hoy, la pesca ya no es el sustento de los nazarenos y el turismo lo reemplazó como actividad principal, pero el mar no deja de tener su importancia y sigue siendo el escenario para muchas de las peculiaridades de este lugar.
Aquí, por ejemplo, las mujeres siempre han sido el “motor” de la villa. Las que no dejaron que Nazaré cayera en el olvido. Permanecían a cargo del pueblo y de sus casas durante largas temporadas, mientras los hombres se lanzaban a pescar en tierras lejanas. Cuando volvían, las mujeres los esperaban ansiosamente en la playa, llorando amargamente a los perdidos y ayudando a los devueltos a vender su pescado.
Hoy, es raro encontrar a alguna nazarena llorando, pero las tradiciones se mantienen. En los fines de semana de los meses de verano, se puede verlas con su traje colorido de siete faldas vendiendo el pescado que llega del mar. Pero si no se entiende lo que dicen, no es para preocuparse, ya que utilizan códigos que sólo ellas saben.
Más recientemente, el mar también trajo a Nazaré otra peregrinación – a las olas más grandes del mundo. Surfistas, turistas y curiosos acuden a la Playa del Norte para admirar el poder de las olas en Nazaré que, en 2011, dieron al hawaiano Garrett McNamara el récord mundial de la mayor ola surfeada sobre fondo de arena, de unos 30 metros.
Para descubrir Nazaré todavía más a fondo, te recomendamos pasear por sus estrechas calles y la inmensa playa de arena dorada, caminar hasta Pederneira (ahora parte de Nazaré) y quedar impresionado por las vistas sobre el pueblo y el puerto pesquero. Después, detente a degustar un buen pescado fresco a la plancha, una suculenta caldeirada o unos tradicionales chicharros secos en uno de los muchos restaurantes del pueblo. ¡Seguro que no te arrepentirás!