Retazos vetones, romanos y visigodos de la provincia salmantina

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Desde algún punto de la orilla tormesina de la ciudad de Salamanca puede obtenerse una visión aglutinadora de las diferentes etapas históricas de la región lusitana. Nos referimos a aquella que atrapa al mismo tiempo la escultura zoomorfa característica de los vetones –el verraco-, la porción romana del puente y la silueta del edificio episcopal que hunde sus orígenes en el periodo visigodo. Incluso, si se quiere, podría ampliarse la perspectiva a la que capte también las resonancias remotas del más primitivo poblado salmantino -sito en el cerro de San Vicente, datado en la Primera Edad del Hierro-, de la legendaria entrada cartaginesa en el castro de Helmántica -por la que fuera conocida como “puerta de Aníbal”- o ya de momentos altomedievales -pretendidamente “oscuros”- en las sucesivas reformas que se distinguen en la cerca vieja que rodea el teso de las catedrales.

La capital salmantina, por tanto, es el lugar que mejor congrega -en el marco de la provincia homónima-, los ecos de la Lusitania pre-romana, romana y pos-romana, casi de un solo vistazo. Sin embargo, la comprensión del fenómeno lusitano entre el Sistema Central y el río Duero quedaría tremendamente incompleta si nos ciñéramos únicamente a los restos capitalinos por más que sean los más conocidos y, hasta cierto punto, los más monumentales.

En lo que refiere a los vetones, nombre con el que los romanos identifican a los habitantes sitos en la mayor parte de la actual provincia de Salamanca -amén de otras áreas como Ávila, Cáceres, raya portuguesa (Riba Coa), suroeste de Zamora y hasta el occidente de Toledo y el norte de Badajoz-, son relativamente numerosos los restos reconocibles hoy en día. Entre ellos, los famosos castros o poblados fortificados en altura o enclavados en espigón de los que son buena muestra los concentrados en el noroeste provincial -Yecla la Vieja, Las Merchanas y El Castillo de Saldeana-, por los que se lleva apostando desde hace muchos años y cuya musealización es digna de valorarse. Sin duda, la Raya tiene aquí uno de los más importantes recursos culturales para entender su idiosincrasia prerromana. Pero el elemento material más identificativo del mundo vetón es el ya mencionado de los verracos, esculturas que representan a bóvidos, cerdos o jabalíes y que se han encontrado en gran parte del solar provincial salmantino, dando lugar a topónimos, leyendas, símbolos y, sobre todo, marcando en la memoria de estas tierras su esencia ganadera.

A partir de la segunda mitad del siglo II a.C, los romanos van tomando presencia en el territorio vetón, que terminarán por integrar en la provincia de Lusitania cuando ésta se crea, tras el final de las Guerras Cántabras. Vetonia, que tal vez constituyó un ente administrativo en algún momento, vino a corresponder –grosso modo– con el conventus iuridicus de Mérida, vertebrado en torno a la calzada que unía la capital lusitana con Astorga y teniendo la mansio de Salmantica como una de las más importantes del itinerario. Otras paradas en el camino fueron Caelionico (Puerto de Béjar), Ad Lippos (Valverde de Valdelacasa) o Sentice (Pedrosillo de los Aires). Un fortín en Calzada de Béjar todavía recuerda la importancia militar que tuvo el camino en los primeros tiempos romanos.

Varias vías secundarias comunicaban con la hoy conocida como de la Plata. Una de ellas era la que atravesaba la Sierra de Francia, de donde los romanos extrajeron material aurífero durante los siglos I y II d.C., y cuyo reconocimiento puede realizarse hoy en el término municipal de El Cabaco, comenzando por su centro de interpretación sobre la minería de oro de Las Cavenes. El poblado de la Fuente de la Mora surgió como consecuencia de la explotación minera. Varios asentamientos más reconocen la presencia romana en la zona, como La Mata del Castillo en La Bastida (Sierra de las Quilamas), alguna villa en Sotoserrano (en el valle del Alagón salmantino) o estelas funerarias aún visibles en San Martín del Castañar.

Hacia la parte sudoccidental de la provincia se encontraban el oppidum de Miróbriga -tradicionalmente identificado con Ciudad Rodrigo, con el monumento de las tres columnas como símbolo de su pasado romano- y el de Irueña, auténtica reliquia arqueológica salmantina que algunos historiadores identifican con el Municipium V(runiensis?) al que parece referirse una inscripción. La comarca comunicaba hacia el sur con el territorio de Coria, atravesando la Sierra de Gata extremeña, por la calzada que en la Edad Media trascendería con el nombre de Dalmacia. El norte provincial estaba capitalizado por Bletisa o Bletisama, actual Ledesma, otra joya histórica de ocupación ininterrumpida desde los tiempos anterromanos. Los termini augustales encontrados en la provincia convienen en distribuir el área entre salmanticenses, bletisenses y mirobrigenses, con alguna que otra incógnita todavía por resolver.

Durante el Bajo Imperio, a partir del siglo III, nuevas dinámicas irrumpen en el territorio salmantino. Dejan de explotarse las minas de oro, ganan terreno nuevas formas de poblamiento rural -más disperso-, la nueva ideología cristiana se extiende poco a poco y la capital se impone como ente urbano de referencia, donde terminará por instituirse una sede episcopal. Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en la dehesa de la Genestosa (Casillas de Flores) han arrojado mucha luz sobre el hasta entonces considerado periodo “oscuro” posrromano, advirtiéndonos de la continuidad del poblamiento y de la dedicación agroganadera de sus habitantes. De la misma manera, otros asentamientos del sur de la provincia, como el Cuquero (Villanueva del Conde) o La Legoriza (San Martín del Castañar), asociados a la explotación agrícola y metalúrgica, ofrecen el continuum entre los siglos V y VII.

La impronta visigoda se capta mejor en el entorno de la Vía de la Plata. En algún impreciso lugar del territorium dependiente de Salamanca, a unas 120 millas de Toledo -aproximadamente 170 kilómetros- se encontraría Gérticos, villa en la que falleció el rey Recesvinto y se coronó a Wamba. En las proximidades de Salvatierra de Tormes parecen atestiguarse algunos de los restos más característicos de esta etapa. Las llamadas pizarras visigodas, muy concentradas entre las provincias salmantina, abulense y cacereña -esto es, noreste de Lusitania- ejercen como interesantísimos testimonios gráficos, numerales e incluso religiosos de este momento. Son numerosos los fragmentos encontrados en Lerilla (Zamarra), uno de los castella o sitios de referencia territorial en aquel contexto histórico. Citemos, por último, otro de los elementos patrimoniales significativos del periodo, las tumbas excavadas en roca o sepulcros antropomorfos, huellas cristianas de un espacio al que le sobrevendría una nueva circunstancia, la fronteriza, con el correr del siglo VIII.

A partir de entonces, ahora sí, una larga sombra se cierne sobre el discurrir histórico de la provincia salmantina. Las crónicas asturianas -de una ideología marcadamente neogoticista- hablan de incursiones regias que se llevan a los habitantes hacia el norte. Se menciona un núcleo de nombre Ágata, que acaso correspondiera con el río Águeda y con Ciudad Rodrigo. Sabemos que el rey asturleonés Alfonso III extendió los dominios de su reino sobre Coimbra, llegó hasta Coria y devastó otras partes de Lusitania a finales del siglo IX. También conocemos que Salamanca fue repoblada tras la victoria cristiana de Simancas (940) y que Almanzor atacó y saqueó la capital, Ledesma y otras poblaciones a comienzos del último cuarto del siglo X. La numerosa toponimia preislámica, árabe y mozárabe es la única que deja traslucir que el territorio permaneció siempre habitado, si bien demográficamente disminuido. En el XII vuelven las noticias, un tiempo nuevo. Lusitania ya había muerto, pero sus retazos todavía se aprecian a lo largo y ancho de la actual provincia salmantina.

 

     Juan Rebollo Bote

LusitaniaeGuías-Historiadores

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