8M: una irresponsabilidad manifiesta

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Nos encontramos por un año más en el día de la marmota. Por segunda vez consecutiva vamos a cometer el mismo error, muchas féminas asistirán a las manifestaciones del Día de la Mujer, ante los mensajes contradictorios del Gobierno, que primero alentaron la participación para una semana antes desdecirse en boca de la portavoz, María Jesús Montero, y de la ministra de Igualdad, Irene Montero, que asegura que ningún miembro del Ejecutivo asistirá a ellas, además de haberlas prohibido, el día 4 de marzo, en Madrid pero no en resto del territorio nacional. Demasiadas variaciones sobre una misma melodía imposibilitando la armonía de notas en un mismo concierto.

Fecha loable y certera en cualquier otra circunstancia, nunca en la tesitura en la que nos encontramos.

No podrán tildarme de antifeminista, por la sencilla razón de que no lo soy, entiendo el feminismo como la igualdad de derechos y deberes entre los géneros masculino y femenino.

Me educaron en ello y lo creo firmemente.

Nadie es más que nadie por por esgrimir genitales distintos.

Me quito el sombrero ante aquellos o aquellas que me superan en inteligencia, habilidad o cualquier otra cuestión, entre los cuales existen hombres y mujeres, seres humanos todos.

Este año nos encaminamos, por segunda vez, al disparate, al esperpento, no en vano España es la patria de tal movimiento encabezado por el gran Valle Inclán.

Nunca en la historia se ha podido estar tan informado y a la vez presentar un grado tal de incongruencia y poca civilización.

Feminista, o sea a favor de la igualdad, no hembrista, que son cosas distintas, se es todo el año, todos los días.

El movimiento se demuestra andando, educando, dando ejemplo, trabajando en la erradicación de la incultura que, al fin y al cabo, es lo que lleva al despropósito.

En este fatídico año, un esperpento que se contempla cada día, todos los días, todas las horas.

Parece que un instinto primario como es el de la supervivencia ha abandonado a muchos de nuestros compatriotas, en esta triste piel de toro.

Negacionistas, locos de la ‘plandemia’, como la llaman ahora, de las conspiraciones mundiales.

Discursos pronunciados por celébritis, en busca de sus quince minutos de gloria, hacen flaco favor al resto de ciudadanos.

Nos comentan que están hartos, cansados, y lo comprendo aunque con algún matiz, ¿qué sería de ellos, de nosotros, si viviésemos en una Iberia en guerra, bajo bombardeos o con falta de recursos esenciales, sin agua o comida?

Cansados por llevar una mascarilla, por no abrazar a los demás, por no viajar, por cumplir una serie de normas básicas que han de salvarnos, en la medida de lo posible, la salud y la vida.

Pienso con tristeza que nos encontramos inmersos en una sociedad de infantes que reaccionan con pataletas ante el más mínimo contratiempo.

Arde Barcelona por el encarcelamiento de un rapero, del que muchos no conocían ni el nombre. Comprenderán que estoy totalmente a favor de la libertad de expresión, sin embargo, el pseudocantante tiene otras cuentas que saldar con la ley, cargos que nada tienen que ver con sus letras incendiarias que señalan, hieren y ponen en la diana a personas concretas. Iba a decir que esta es otra historia, pero en realidad no, es la misma de siempre, la misma tonadilla que se tararea desde hace siglos en estas tierras.

La incomprensión, el enfrentamiento, la falta de cordura, de educación, de afán de superación. La misma cantinela que se oye a poco que uno bucee en nuestra historia.

Ya lo comentó el gran Cervantes, en boca de su hidalgo, Don Quijote, el más loco, el más cuerdo de los mortales: “gente descomunal y soberbia”.

Beatriz Recio Pérez

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