Después de 22 años de ejercicio docente ininterrumpido entre Alicante y Elche, el curso 2020-2021, en pleno periodo de pandemia, lo estoy ejerciendo en Lisboa, en el Instituto Español Giner de los Ríos, como profesor de filosofía.
Pese al velo cultural y sanitario de la mascarilla, esta no alcanzó a ejercer de mordaza, pues al escuchar la voz de mis alumnos filtrada por ella, tuve la impresión de hallarme dando clase en la misma Galicia, mi tierra natal, en la que nunca ejercí como profesor. La razón de esta poderosa impresión es que para mí ha resultado completamente indescifrable si quienes hablaban castellano en clase eran alumnos portugueses o gallegos. Hasta tal punto esto ha sido así que, en varias ocasiones, he llegado a preguntar con mucha curiosidad si quienes me hablaban eran hijos de padres gallegos. En todos los casos me lo han negado lo que incrementó mi asombro, pues Lisboa, no es Valença do Miño.
El caso es que, después de 22 años fuera de Galicia, escuchar ese hablar castellano con acento ¿gallego?, ¿portugués? …, este era y es mi desconcierto, me suscitó una pregunta por la saudade y la morriña que sentía: ¿tenía y tengo saudade de mi tierra al otra lado del Miño o de un pasado fraterno hispano-portugués que desconozco en gran medida? Confirmé que más bien era lo segundo que lo primero en la casi única visita que las restricciones por COVID-19 me permitieron realizar al Mosteiro de Sao Vicente de Fora.
En el díptico que se recibe a la entrada al Monasterio se dice que fue fundado en 1147 por D. Afonso Henriques, primer Rey de Portugal, en cumplimiento de un voto dirigido a San Vicente Mártir por el éxito de la conquista de Lisboa a los moros. Este hecho llevó a Felipe II de España y I de Portugal (1527-1598) a iniciar la reforma total de la Iglesia y el Monasterio, volviéndolo con este gesto de cuño político un símbolo de la nueva dinastía reinante.
Esta información me arrojó con más fuerza, si cabe, al precipicio de la pregunta por mi saudade al escuchar a mis alumnos portugueses hablar castellano con acento gallego para mis oídos. Pero ahora la pregunta resonaba de otra forma: ¿soy realmente un extranjero culturalmente hablando en Portugal?, ¿Existe más proximidad de mi identitad gallego-española hacia mi identidad valenciano-española que hacia mi identidad gallego-lusa-española? Solo un esencialismo identitario administrativo, ciego hacia los vínculos culturales e históricos, podría hacer esas distancias más lejanas, y sólo a costa de un sacrificio que raya en lo absurdo.
De ese esencialismo administrativo absurdo me vino a hablar una compañera. Sin pelos en la lengua, en una ocasión, hablando de las diferencias entre el gallego y el portugués me espetó: “Felipe II tenía que haber hecho de Lisboa la capital de España, así hoy seguiríamos siendo lo que nunca deberíamos haber dejado de ser. Vivimos las consecuencias de una estupidez”. Sin hacer juicio sobre lo que acababa de escuchar, la palabra estupidez me sorprendió. Y sin saber del todo cómo ni por qué, me llevó alnombre de un muy ilustre filósofo vinculado con España y Portugal.
Baruch Spinoza era descendiente de judíos españoles expulsados en 1492. Su destino inmediato fue Portugal, aunque la hostilidad con que allí también se trató a los marranos terminó por motivar la huida a las Provincias Unidas de los Países Bajos, centro europeo de la república de las artes y las letras.
La persecución y separación que los antepasados de Spinoza sufrieron en España y Portugal no fue tan dura como la que el mismo Spinoza sufrió en Amsterdan de parte de su por su propia comunidad judía. Aunque su nombre significaba “el bendito de Dios”, fue separado de la comunidad judía el 27 de julio de 1656 después de escuchar un duro herem o separación: “con la ayuda del juicio de los santos y de los ángeles, exluimos, expulsamos, maldecimos y execramos a Baruch de Spinoza con el acuerdo de toda la santa comunidad, en presencia de nuestros libros sagrados (…). Que sea maldito de día y maldito de noche. Maldito durante el sueño y durante la vigilia. Maldito a la entrada y maldito a la salida. (…) Quiera el Eterno desatar contra ese hombre toda su cólera (…); Que nadie permanezca bajo el mismo techo que él y que nadie lea ninguno de sus escritos”.
Hay esfuerzos por separar que con el paso del tiempo ponen al descubierto la estupidez humana. ¿Qué buscamos al separar? ¿Nos separamos de nosotros mismos? Spinoza no buscaba honores, ni dinero, desde su asombrosa humildad y coherencia buscó siempre la verdad, buscó unirnos en la lucidez, fue el gran precursor del siglo de las luces. En alguna ocasión el mismo Spinoza, en alguna de sus cartas aclaratorias sobre su doctrina filosófica, manifestó la incomodidad que le suponía escribir en latín, y que sería mucho más preciso si se expresase en alguna de las lenguas que dominaba desde la cuna materna: ¿el portugués?, ¿el castellano? ¿…?
Mientras seguimos con el velo sanitario, cultural y con la mordaza administrativa de la mascarilla tengo mucha saudade de escuchar a Spinoza hablar castellano con acento ¿gallego? ¿portugués? Realmente yo no sabría distinguir si su acento castellano sería gallego o portugués. Y cuando le leo y disfruto de la lucidez de lo que ha dicho con ese acento, creo que, en realidad, era un bendito.
Alfonso Agulló Canda