El escritor granadino Ángel Ganivet cuenta una anécdota -en su obra Idearium Español- que recién llegado a un hospital de un país del norte de Europa le presentaron a un enfermo, llamado Agatón Tinoco, pensando que este también era español. Agatón rápidamente le aclaró: “-Yo soy de Centroamérica, señor; de Managua; mi familia era portuguesa”. Ganivet espontáneamente le interrumpió y le dijo rotundamente: “usted es español por tres veces”. El escritor granadino no se refería a lo que constitucionalmente se entiende por “nacionalidad española”, sino a la identidad conjunta de la península hispánica, hoy conocida como península ibérica. Por lo tanto, Agatón era triplemente ibérico.
Otros autores también han sido aficionados a las dobles «mismas» nacionalidades. Entre ellos, Miguel de Unamuno -ahora de moda- que afirmó ser doblemente español por ser vasco, aunque sabemos que por su lusofília -de buena gana- bien podría alcanzar el diploma de triplemente ibérico. Por otro lado, un ganivetista y antropólogo brasileño llamado Gilberto Freyre afirmaba que él -y junto con él también Brasil- era doblemente hispánico, en sentido de ibérico, por haber tenido reyes portugueses y españoles, estos segundos los “felipes” del periodo de unión de coronas de la llamada Unión Ibérica (1580-1640) en un periodo decisivo para la formación de Brasil. Argumento que Freyre reforzaba al describir la capacidad natural del brasileño de leer y sentir como maternas las obras de dos eminencias doblemente ibéricas como Cervantes y Camões. Ambos sentían la patria hermana en su corazón y en su pluma.
Lo doblemente ibérico no resta valor a lo nacional o, por lo menos, no debería. Al contrario, lo engrandece. Un ejemplo son los doblemente ibéricos Fernão de Magalhães (Fernando de Magallanes) y Juan de Castillo (João de Castilho). Este último, un castellano aportuguesado nacido en la localidad cántabra Castillo Siete Villas, olvidado por las autoridades nacionales españolas, salvo por su ayuntamiento que prepara su 550 aniversario en 2020. Juan de Castillo cuenta -entre sus obras- cinco monumentos portugueses Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: el Convento de Cristo en Tomar (donde Felipe II juró en las cortes portuguesas), el Monasterio de los Jerónimos de Belém, la Fortaleza de Mazagón, el Monasterio de Batalha y la Real Abadía de Santa María de Alcobaça. El castellano Juan de Castillo comenzó su carrera arquitectónica en las mejoras de la Catedral de Burgos y en la dirección de la construcción de la Catedral de Sevilla, y con 38 años emigró a Portugal, convirtiéndose en el máximo exponente del estilo manuelino, un auténtico héroe nacional portugués. Dicho estilo portugués tiene paralelismos con el isabelino y el plateresco español.
Magallanes, un portugués castellanizado, lideró el proyecto castellano de viaje occidental hacia la Oceanía de las especias. Y lo hizo en rebeldía contra el reino de Portugal porque servía a otro rey y se llevó “secretos científicos de Estado”. La expedición de Magallanes -que en estas fechas cumple su quinto centenario- encontró el paso del Atlántico al Pacífico y cruzó la inmensidad de este último hasta que halló la muerte en Filipinas. Su liderazgo fue asumido por un vasco, Juan Sebastián Elcano, de esos que Unamuno llamaba doblemente españoles. Elcano, sobre la marcha, decidió dar la vuelta al mundo -de Sevilla a Sevilla en una embarcación y en la misma expedición- bajo el asedio de fuerzas portuguesas porque ilegalmente (Tratado de Tordesillas) cruzaron el océano Índico y pasaron al Atlántico por el Cabo de Buena Esperanza en paralelo al litoral lusoafricano.
El hito de Magallanes-Elcano no merece una crisis diplomática o una guerra de comentarios cibernéticos. Indudablemente el proyecto fue oficialmente castellano. Tampoco se puede cuestionar que Magallanes fue un héroe doblemente ibérico, que trajo de Portugal un conocimiento valioso para la expedición. Pero, sobre todo, más allá de aplicar un nacionalismo retroactivo a una época pre-nacional de reinos, hay que aclarar que nada sería posible sin la experiencia previa y los conocimientos y técnicas heredadas en ese gran laboratorio del Mediterráneo. Cabe subrayar, por último, la llegada desde el oriente -vía Al- Ándalus- del astrolabio, instrumento de navegación que les permitió deducir la hora y la latitud en medio de ignotos e inmensos océanos. Ni portugueses ni españoles suelen reconocer dicho origen.
¡Qué haya celebración conjunta, doblemente ibérica!
Pablo González Velasco es coordinador general de EL TRAPEZIO y doctorando en antropología iberoamericana por la Universidad de Salamanca