Intelectual: ¿quién?

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Para empezar, permítanme imitar la conocida respuesta que dio San Agustín cuando se le preguntó si sabía definir el tiempo.

Como él, yo también, con respecto a la pregunta contenida en el título de este breve ensayo, me plantearé, en un primer momento, saber qué es un intelectual. Pero, poco después, asaltado por la duda y temeroso de equivocarme, me apresuraré a decir que ya no sé lo que es un intelectual…

Entonces, en este estado de ánimo, me limitaré a incitar al lector paciente, para que juntos busquemos, con los medios a mano y las luces del sentido común, una conceptualización razonable y comprensiva de este tipo de humano, que no siempre es fácil de identificar entre las otras ovejas de nuestro rebaño.

INVITACIÓN AL TRABAJO

Intentemos ser, en la medida de lo posible, cartesianos, partiendo de una definición genérica, basada en la etimología de la palabra. Es obvio que “intelectual” (sustantivo y adjetivo) deriva del “intelecto”, sinónimo de “inteligencia”. De ahí la definición en diferentes diccionarios: “intelectual es la persona dotada de poderes superiores de inteligencia»; o «persona entregada a estudios literarios o científicos»; o «persona que tiene un gusto predominante por las cosas del espíritu», o «persona que se ocupa, por gusto o profesión, de las cosas del espíritu». Las definiciones son algo inexactas, es cierto, transcritas por el sociólogo Gilberto Freyre en el libro Más allá de lo moderno (Ed. Espasa Calpe/1977), que se centra en lo intelectual, como prioridad, como tipo social.

En esta obra, cuya lectura sugiero al lector, el autor de Casa-Grande y Senzala desarrolla magistralmente reflexiones oportunas sobre la situación histórica del intelectual, como tipo, su posición social actual y sus posibles proyecciones sobre el futuro; particularizando el caso del brasileño, en la transición de lo moderno a lo posmoderno (donde ya vivimos).

Por tanto, el llamado tipo intelectual se caracteriza, sobre todo, por el uso que hace de la inteligencia, o intelecto, al disponer de sus propios instrumentos de trabajo para realizar una operación sintético-constructiva, específicamente humana, que es el pensamiento. El “pensamiento”, en palabras de Santo Tomás de Aquino, resulta de la conjunción de los cinco sentidos (vista, oído, tacto, olfato y gusto) con su intelecto activo, dotado de sus principios extra-empíricos originales.

Los instrumentos de trabajo del intelecto, como sabemos, tienen un nombre: atención, poder de concentración mental, memoria, interés por aprender, hábito de razonamiento y estudios.

EL PENSAMIENTO Y LA PALABRA

Nicola Pende, en La ciencia moderna de la persona humana, observa que el pensamiento en su esencia característica, se expresa a través de la palabra o del nombre. El hombre habla, pero el animal no habla, porque carece de un reflejo inmediato del pensamiento; de la expresión y comunicación de la abstracción en el contenido. Como dice Piaget, es la necesidad de socializar el pensamiento, para aclararlo. Pensamos con palabras, y las palabras, a su vez, son pensamientos que se pronuncian internamente, mentalmente. Tenga en cuenta, de paso: hay tantas formas de pensar como individuos, especialmente tipos humanos psicológicos.

Así, podemos concluir que, además del uso de sus herramientas de trabajo, mencionadas anteriormente, el intelecto no puede abstenerse de cultivar, a lo largo de la vida, el arte del pensamiento y el arte de la palabra (oral o escrita). Es su misión.

Sin capacidad de atención, sin concentración mental, sin el uso correcto de la memoria, sin la curiosidad que caracteriza el interés por aprender, sin el hábito del razonamiento o el uso correcto de la razón, sin el manejo hábil y adecuado de la palabra, sin la práctica habitual de leer libros, revistas y periódicos relacionados con la cultura, vemos que será irrazonable hablar de vida intelectual.

Me parece que estamos progresando y podríamos trazar, en este punto, un perfil de intelectual, menos vago y más específico, “intelectual es la persona (hombre o mujer) que se destaca en su medio sociocultural, a través del uso que hace de la inteligencia, tanto en el funcionamiento del pensamiento como en la difusión de conocimientos relacionados con las ciencias, las letras y las artes, en la conversación, y también en la producción de trabajos escritos, orales o fonográficos, con miras a la espiritualidad. y progreso moral de la humanidad”. ¿Qué tal?

LAS CATEGORÍAS

El Diccionario Analógico de la Lengua Portuguesa (o Ideas Similares) que es una adaptación realizada por Francisco Ferreira dos Santos Azevedo, del inglés Roget’s Thesaurus, clasifica, entre los términos o expresiones relacionadas, análogamente, con el intelectual sustantivo, los siguientes: «ilustrado», «estudioso», «pensador», «sabio», «notabilidad», «marca», «poder intelectual», «mentalidad escolar», «hombre de vasto conocimiento», «hombre de cultura sólida”, “humanista”, “pantólogo”, “erudito” y “ratón de biblioteca”.

En la columna opuesta, reservada a los respectivos antónimos, están los “no intelectuales”, representados por los términos y expresiones que transcribimos (algunas en portugués): “ignorante”, “apedeuta”, “analfabeto”, “misólogo”, “misósofo”, “quadrupede”, “camelório”, “azemola” y “mentalmente suave”. Esos son los extremos. Es evidente que, entre un extremo y el otro, estamos substituyendo las inteligencias medias, no menos dignas de respeto y consideración, ¿no?

En cuanto a los intelectuales debidamente caracterizados, algunos autores se aventuran a crear categorías, utilizando criterios personales, poderosos o no.

El filósofo Norberto Bobbio, por ejemplo, en la obra Los intelectuales y el poder (dudas y opciones de los hombres de cultura en la sociedad contemporánea), distingue al intelectual revolucionario (frente al poder constituido) y al intelectual puro (defensor de los valores absolutos), al examinar el antiguo problema de la relación entre teoría y praxis. Y también teje consideraciones sobre el antiintelectualismo: la situación de quienes no se definen por ningún lado, en una postura autorreguladora.

Otro ejemplo es la clasificación que presenta el maestro Gilberto Freyre, quien, en su libro citado anteriormente, señala por un lado el tipo de intelectualista (adepto a las formas culturales o sistemas de valores en los que los elementos racionales predominan sobre los volitivos, es decir, intelectuales exagerados). Y, en el extremo opuesto, a los “intelectuários” (neologismo creado por José Lins do Rego, para caracterizar al intelectual comprometido, burocratizado, reglamentado, al servicio como intelectual del Estado, del partido, de una organización, institución o causa, como fue la opción de André Malraux, al servicio del Gobierno de De Gaulle…).

Antes de concluir, dejaré constancia de que existe un término para designar el proceso de autoinstitución de los intelectuales: “intelligentsia”. El tema, de indudable importancia, es versado superiormente por Edgar Morin, en el cuarto volumen de su obra El método, en el que trata las ideas, su hábitat, vida, costumbres y organización (págs. 74-79). Es otra lectura que recomiendo.

LLAMAMIENTO AL LECTOR

Finalmente, me gustaría invitarlo, querido lector, a través de estos artículos, a continuar nuestro diálogo sobre este tema apasionante y rico en cultura. ¿Puedo contar contigo? Escríbeme ([email protected]).

 

Savio Soares de Sousa – Fue fiscal del Estado del Rio de Janeiro, presidente de la Unión Brasileña de Trovadores (UBT). Presidente y fundador de la extinta Asociación Niteroiense de Cultura Latinoamericana. Autor de inumerables libros de poesía y prosa: Signo de Sapo, Mundo Numero Dois, Rapsodia para Sanfona, etc. 

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