La mayor mina que tiene Extremadura se llama Portugal

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Ahora que se habla tanto de explotaciones mineras en Extremadura conviene recordar cuál es la mayor riqueza de la que dispone esta región. Siempre se ha dicho que la extremeña es una tierra rica de gente pobre. Ciertamente, los recursos naturales que posee esta comunidad son suficientemente valiosos como para construir en ella una sociedad muy próspera: clima mediterráneo de influencia atlántica, vegas fértiles, grandes áreas para pasto, zonas serranas, extensas llanuras, ingentes cantidades de agua embalsada, muchas horas de sol, también recursos mineros, etc.

Un territorio ideal para un desarrollo agropecuario de calidad suprema o para el aprovechamiento de las energías limpias sin que su relieve sea impedimento para inversiones excesivamente costosas en infraestructuras. Los recursos culturales tampoco son menores: un riquísimo patrimonio histórico-artístico, paisajes naturales y antrópicos como valles, gargantas, parques y dehesas muy atractivos para su disfrute, incluso algunos de los más importantes espacios museísticos y singulares fiestas de la cultura -tradicional y contemporánea- que pueden encontrarse en España. También desde la perspectiva geoestratégica y política, su situación entre las dos capitales ibéricas jugaría, a priori, a favor de un desarrollo óptimo para sus habitantes. A pesar de todo ello, Extremadura es la región más empobrecida, junto a sus vecinas hermanas portuguesas, de Iberia. ¿Por qué? La respuesta está en la Historia, mencionemos hoy únicamente la razón fronteriza.

Hubo un tiempo en que el suroeste peninsular era una misma región -todavía lo es desde el punto de vista geográfico-, Lusitania, con una capital esplendorosa –Emerita Augusta-, con una red de calzadas de primer orden, con puertos atlánticos que daban entrada y salida a las producciones comerciales, como Olisipo, y con ciudades y villas con suficiente prosperidad como para construir acueductos, puentes, arcos, termas, templos, teatros, anfiteatros, etc. En la Antigüedad Tardía, ya bajo el paradigma cristiano, Mérida y su provincia continuaron ejerciendo su influencia a nivel peninsular, como centro de cultura, irradiación y peregrinación católica. Y todavía en los primeros tiempos medievales, ahora bajo dominio islámico, la entidad territorial sucesora de la región lusitana, el reino de Badajoz, vivió momentos de florecimiento cultural desde la nueva capital badajocense. La taifa aftásida siguió mirando hacia occidente, ahora con Alcacer do Sal como puerto principal. Pero la “Lusitania andalusí” tenía los días contados.

La frontera, ¡ay, la frontera! marcó el devenir del suroeste ibérico. Primero fue, hasta el siglo XIII, el conflicto latente entre musulmanes y cristianos. Después, hasta tiempos modernos, los recelos entre portugueses y leoneses-castellanos -luego españoles-. De la frontera norte-sur se pasó a la frontera este-oeste. Los tratados de Badajoz (1267) y Alcañices (1297) delimitaron la raya y acto seguido las guerras -decididas lejos de la frontera- fueron distanciando cada vez más a las tierras hermanas.

Hubo ocasiones de reunión territorial -o unificación dinástica- como aquella consecuente del matrimonio acaecido en Valencia de Alcántara entre Manuel I de Portugal y la infanta Isabel de Castilla, pero el heredero de todas las coronas ibéricas, Miguel “de la Paz”, murió prematuramente en el año 1500. Más tarde vendría, por otros derroteros menos pacíficos, la Unión Ibérica (1580-1640) durante la cual se gozó de cierta ventura en Alentejo y Extremadura, pues el trasiego de gentes y mercancías entre las capitales peninsulares revertió positivamente en las regiones intermedias. Sin embargo, el espejismo terminó con la Guerra de Restauración portuguesa tras la cual nada volvería a ser igual. Quedaron a partir de entonces las tierras alentejana y extremeña como los patios traseros de Lisboa y Madrid. Y así hasta hace pocas décadas, tres siglos y medio de obligado contrabando.

No obstante, lo que durante tanto tiempo significó alteridad, inseguridad o peligro es hoy una oportunidad extraordinaria -como pocas otras a nivel europeo- de fraternidad social, prosperidad económica y beneficio cultural. Una geografía e historia compartidas que ha de ser comprendida y reivindicada para provecho de una sociedad en su amplia visión humanista e ibérica. Así, sería muy positivo, por ejemplo, un proyecto de Museo Ibérico en la Raya alentejano-extremeña. La convivencia de dos lenguas de sabida resonancia planetaria es, sin duda, otro de los grandes retos rayanos para las próximas décadas donde el bilingüismo ha de ser un fin en sí mismo.

Del reconocimiento mutuo dependerá igualmente el definitivo despegue del comercio y del turismo de unas regiones singularmente ricas por su contexto estratégico y por su conservación patrimonial. En este punto, la implementación y promoción de la eurociudad Elvas-Badajoz como principal centro comercial y urbano del suroeste es indispensable para el futuro de ambas regiones rayanas. También a nivel político, en tanto que hay una significativa problemática común se habrá de actuar, más pronto que tarde, conjuntamente.

Son solo algunos ejemplos de lo que Portugal en general y Alentejo (y Región Centro) de manera particular suponen por afinidad histórica, cultural y geoestratégica para Extremadura. La costa y los puertos portugueses han de jugar un papel prioritario para los extremeños y Lisboa ha de convertirse en la extensión metropolitana de la región. Urgen cuestiones como repensar el simbolismo ibérico de Olivenza y tomar por nuestra la lengua portuguesa. Portugal es la mayor mina de Extremadura.

Juan Rebollo Bote

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