«Luchar en abril para ganar mayo»

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Esta frase ha sido pronunciada por el presidente de la República Portuguesa, Marcelo Rebelo de Sousa, y creo que tiene un gran simbolismo, ya que estamos en el mes más importante para los portugueses. Si el 25 de abril fue cuando recuperamos nuestra libertad, con el esfuerzo colectivo de todos (cuando hablo de todos, deben ser realmente todos y, como tal, ir a la feria o intentar ir de vacaciones deberían ser una línea roja que nadie debería pasar) lograremos que esta pesadilla termine de una vez por todas, y podremos ver una luz, por pequeña que sea, al final de este largo túnel en el que se ha convertido el año 2020.

Hace un mes que esta pandemia llegó a Portugal con fuerza y, poco después de los primeros casos, hubo un toque de queda obligatorio, como en el Ejército. Los jóvenes dejaron las escuelas, y una buena parte de los trabajos cerraron o tuvieron que adaptarse a los tiempos nuevos. Los ancianos son los que más peligros corren, y yo estoy sin tener visitas desde que empezó toda esta situación, la cual está haciendo que la población lusitana (y no sólo ella), se enfrente a desafíos únicos, comparados con la crisis económica de 1929, la posguerra mundial o la «Revolução dos Cravos» de 1974 («Revolución de los Claveles»). Ha sido, al evocar esta situación, cuando Marcelo Rebelo de Sousa recordó la lucha que tuvieron que realizar nuestros padres y abuelos para crear un país democrático y respetuoso con el valor de la vida humana, independientemente de la etapa en el que se encuentre la misma.

Esta «guerra» es muy diferente de la última que vivimos como nación. No hablo sobre el valor o no de la misma, sino hablo de rostros y de actitudes. Antes, pedían que los jóvenes tomaran las armas y lucharan por su país o por un pedazo de tierra, lejos, en la cálida África, con la que estábamos vinculados por la historia y la lengua, pero a la que pocos o ninguno conocían antes de embarcarse en los barcos que los llevaron a la guerra.

Pero eso fue antes, en otros tiempos. Ahora, a nuestra juventud (¡mi juventud!) se le requiere quedarse en casa y mirar por la ventana. Seremos esa cerilla que rompe la cadena de contagios. Seremos la presión necesaria en la primavera que tanto hablamos. Sólo así podremos controlar un pico mortal, y convertirlo en una meseta.

Pero esta es la charla de los expertos. Aquellos que todos los días, alrededor de las 12 horas (o un poco más tarde) entran en directo en los cuatro canales generalistas para presentar los números del día anterior. Si antes esperábamos el almuerzo, ahora esperamos a ver cuántas han sido las víctimas, y rezamos para que no lleguemos a la misma situación que vemos que se vive justo aquí, a nuestro lado, en la siempre cercana, pero ahora lejana, España.

Muchos medios de comunicación extranjeros, de países tan diferentes como Francia o los Estados Unidos, miran este rectángulo de la costa para intentar comprender la situación que estamos viviendo. ¿Cuál es el secreto? Creo que ni António Costa sabe cuál es la fórmula mágica para el éxito. Es vivir cada día y, a la vez, hacer lo que somos tan buenos haciendo; entiendo. En las últimas semanas hemos adaptado numerosas industrias a las necesidades actuales, y ya tenemos estilistas produciendo batas y máscaras, y cerveceras o productoras de moscatel produciendo gel desinfectante.

Todo está cambiando, y mientras estamos encerrados en casa, de donde apenas salimos para ir de compras (que creo que, con la máscara, se asemeja mucho a entrar en una mina a varios metros de profundidad), vamos pensando en cuándo y cómo va a terminar esta pesadilla. Hace unos días, un conocido periodista del periódico Público firmó una crónica en la que pedía una fecha para que pudiéramos volver a una normalidad, que sería cualquier cosa, menos normal.

Esta declaración generó un poco de revuelo, pero tengo que darle la razón. También quiero una fecha. Quiero saber cuándo podré volver a ver y besar a mis tíos, y a desplazarme sin miedo a los controles o a correr el riesgo de infectarme con una enfermedad que, como la peste negra, pasará a la historia de todos los ciudadanos europeos. Los mismos que han llegado hoy (para mí hoy es 9 de abril, fecha en la que estoy escribiendo este artículo de opinión, aunque para ustedes será, probablemente, después de Semana Santa, y espero que todo haya ido bien) a un acuerdo sobre un paquete de 540.000 millones de euros. Fueron veinte horas de reunión, orquestadas por nuestro Cristiano Ronaldo de las finanzas, pero el humo blanco salió. Es un principio, pero habrá que hacer mucho más, y en diferentes niveles. Sólo la unión de pueblos y espíritus puede hacer prevalecer nuestro querido estilo de vida europeo.

Vivo en una zona cercana al mar, con profundas raíces pesqueras. Al menos, en el pasado. Ahora, la gran fuerza económica de esta zona (como, para ser sincera, de todo el país) es el turismo. Aquí, los mayores suelen decir «antes de partir para a fauna abastecemo-nos em terra» («antes de partir a la fauna nos abastecemos en tierra»). Aunque en estos momentos estemos en alta mar, algún día atracaremos en un puerto seguro. Lo peor es que no sabemos si ese puerto será tan seguro, y varios líderes, entre ellos, Mário Centeno, han empezado a hablar del momento en el que la situación de pandemia termine. ¿Qué esperar? Ciertamente, una recesión económica nunca antes vista, y nuevos hábitos.

Pero hasta entonces, hasta ese glorioso día en el que finalmente podamos salir de casa y volver a nuestras vidas, que ahora están en pausa, hay que seguir luchando. Sólo que ahora la lucha no será sólo durante abril, sino por todo un año; para todos nosotros. Para que en mayo o junio (preferiría que fuera el próximo mes, porque odiaría pasar mi cumpleaños encerrada entre cuatro paredes) podamos, finalmente, contar todas nuestras bajas y planear un nuevo futuro.

Tal vez dando un pequeño paso atrás, para dar dos hacia adelante, dentro de poco tiempo. Dejar de centrarnos únicamente en el turismo (que, como todos sabemos, será una de las áreas más afectadas) para ampliar nuestra gama de ofertas a otros aspectos que hemos ido olvidando a lo largo del tiempo.

Se trata de un problema muy portugués, pero no exclusivamente. Nuestro viejo continente y su apetito por el consumo han hecho que nos olvidemos de producir bienes que ahora son como el oro, pero que hasta hace muy poco no valían nada, como es el caso de las mascarillas y los bastoncillos (que hace unos meses valían 0,20€, y ahora han visto como su valor sube a más de 2€). En una de las varias entrevistas que está dando António Costa, esta vez, en una casa que tuve el placer de conocer, a la Rádio Renascença («Radio Renacimiento»), dijo que teníamos que volver a acostumbrarnos a producir las cosas que comprábamos a China. Estoy de acuerdo con él. No hacer un boicot de productos, sino volver a apostar por nuestras empresas, porque es la única manera de que podamos cuidar el bienestar del pueblo portugués, que se está acostumbrando la jerga médica y a los análisis de datos (con todas las curvas y los gráficos que he visto, si esto hubiera pasado hace cinco años, no habría tenido tantos problemas acudiendo a alguna clase de la universidad).

No se puede hacer mucho más. Las escuelas no abrirán de nuevo este curso (sólo los dos últimos cursos de la escuela secundaria van a realizar exámenes), y el resto del país va a continuar en esta ola durante abril, para que en mayo podamos ver alguna luz.

 

Andreia Rodrigues es licenciada en periodismo por la Escuela Superior de Comunicación Social de Lisboa (ESCS) y es una apasionada de todas las formas de comunicación. Contar nuevas historias y descubrir nuevas culturas es algo en lo que trabaja todos los días.

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