Parafraseando a Eduardo Lourenço (1923-2020) ensayista, profesor universitario, filósofo e intelectual portugués, hay que decir que en estos momentos, Portugal y España como dos pequeñas pero transcendentes naciones del sur Europeo – “más grandes de lo que los dioses en general permiten”-, necesitan una especie de delirio manso basado en el entusiasmo.
“Como la oscura noche del claro día/ sigue con inefable movimiento,/así sigue el contento al descontento/de amor, y a la tristeza la alegría.” Lo escribió Gutierre de Cetina (Sevilla, 1520 – México, 1557), poeta español del Renacimiento y del Siglo de Oro español. Tan olvidado como casi todo lo clásico, tan actual como la necesidad de encontrar apuntes de lucidez que hagan renacer el interés por lo culto y lo bello del iberismo y nos inoculen la luz que los nubarrones temporales nos niegan.
Necesitamos una cura de alegría. Exaltar el ánimo y provocar su contagio, favorecer lo alacridad, la presteza del ánimo para hacer algo y con ello provocar causas de entendimiento en lo positivo, mover el fervor de las sibilas modernas en favor de oráculos de tiempos mejores, de días de alborozo que señalar en el calendario con piedras blancas, como hacían los antiguos.
Con cierta objetividad, alcanzamos a comprender lo suficiente para entender carencias atenazantes y eso, además de recetas, requiere remedios. Es lo que nos queda, alentar pequeños entusiasmos, comedidos, pero suficientes y estratégicamente provocados por el sentido vital. Nacerán si somos quien de provocar renovadas actitudes, predispuestas al gozo respetuoso de cada momento.
Lo sabemos todos. La vida discurre como imbricado laberinto, se hace de circunstancias, de instantes, de relatos más o menos breves o de cuentos, a veces se convierte en una novela o en un drama, pero también provoca narraciones complacientes, que pueden resultar divertidas incluso en los mementos más desesperados. Es lo que hay o, al menos, lo que evidenciamos. El puzle personal se va completando con pequeña piezas. Cada significancia aparente puede adquirir la relevancia biográfica de un todo en orden individual, colectivo y global.
Las crisis, como los éxitos, son preludios. Las abundancias anticipan necesidades, como en un círculo vicioso de placeres y desplaceres. Las pandemias se ven sustituidas por bonanzas saludables, provocan incluso avances impensables. Los periodos de vacas flacas y gordas, de plagas y bienestares se alternan en el discurrir de un tiempo que cronometramos pero no controlamos. ¿Quién nos iba a decir hace un año que un abrazo o un paseo o tomar una cerveza con los amigos, pudiesen ser cuestiones tan valoradas como lo son hoy?
Patios de butacas y templetes, altares y socavones, aplausos y abucheos, aparentes éxitos y subjetivos fracasos, adscripciones dudosas, incluso fanatismos desaforados, amores y controversias, la paz y la guerra, lo inmenso y lo pequeño, elevados autores e ignotos creadores, césares y plebeyos, hacen entender el pasado como un huella difusa, el presente como un instante pasajero y el futuro como una impredecible entelequia capaz de forjar esperanzas, utopías y, en la fe de los creyentes, paraísos. Es superior pasar por el mundo sonriendo que sufrir y, en una versión ciertamente popular, es mejor ser rico y sano que pobre y enfermo. Predispongámonos a lo bueno, es muy latino.
He reiterado que somos lo que no sabemos y cuanto ignoramos es. Me reafirmo en ello tanto como en el convencimiento de que todo irá a mejor tras este maldito COVID. Lo que no debemos engañarnos es con falsas expectativas temporales que solo crean frustración.
Si hacemos caso de los clásicos, todo comienza desde lo interno. La eudemonía, del griego ‘dicha, felicidad’, es un estado de satisfacción debido generalmente a la situación de uno mismo en la vida. Los persas nos habían advertido ya que la mitad de la alegría reside en hablar de ella. Es preciso seguir pues seguir tan contrastados consejos, para ello debemos aplicarnos en nuevas actitudes: curiosear, indagar, preguntar, merodear posibles respuestas sin adentrarse en sus certidumbres, buscar referencias, comparar, atender a las premoniciones y descartar absurdos, consolidad, validar, aumentar y corregir, y hacerlo todo desde una predisposición provechosa.
Vivimos ahogados por un virus, pero también en lagunas de abundancia de cosas innecesarias que nos atenazan. Pensar es liberarse: Encontrar la respuesta adecuada a cada momento: Compartir las alegrías de forma respetuosa es hallar el sentido exacto de la vida. Con capacidad de entusiasmo se puede lograr casi todo, incluso el entendimiento y la superación de una triste circunstancia pandémica.
Como proclama el cantautor brasileño Chico Buarque “A pesar de usted, mañana será otro día./ Yo le pregunto a dónde se va a esconder de la enorme euforia, cómo va a prohibir cuando el gallo insista en cantarle al agua nueva brotando/ y a la gente amándose sin parar”. Pues eso, a disfrutar con salud de los pequeñas entusiasmos y del amor, la vacuna que nos proponen los poetas y los filósofos.
Alberto Barciela – Periodista