El general Prim fue una figura sobresaliente del progresismo decimonónico. A un coraje sobradamente demostrado en hechos de armas, sumaba una inusual sagacidad política.
Su aproximación al iberismo fue tardía. En 1865 cundieron rumores de que una sublevación en Valencia –que él debía liderar- pretendía entronizar al rey portugués, cosa no postulada entonces por Prim. Parece que solo después de otro fracaso insurreccional en 1866 asumió la idea de la unión ibérica, que compartían dirigentes relevantes de su partido como Olózaga, pero también del Partido Demócrata, con el que terminaría pactando.
Cuando aceptó la necesidad de la caída de Isabel II, halló en el iberismo una idea capaz de generar consenso entre las fuerzas políticas españolas, incluyendo a los republicanos. No en vano, unos años antes, Garibaldi había aceptado la unificación italiana bajo la monarquía.
La Revolución Gloriosa (1868) hizo de Prim el hombre más poderoso de España. Tras impulsar una constitución monárquica, pasó a buscar un candidato portugués para el trono. Era evidente que un ofrecimiento de la corona a Luís I de Portugal generaría problemas en Portugal y en otras cortes europeas. Su padre, el rey viudo Fernando de Coburgo, resultaba más aceptable, pudiendo sumar variados apoyos, tanto por resultar un rey más compatible con la monarquía constitucional respecto a Isabel II, como por significar un paso adelante hacia la aproximación o incluso la unión ibérica. No andaba del todo desencaminado el militar reusense, ya que –por ejemplo- Salmerón, futuro presidente de la República, aceptó su candidatura para favorecer la unidad ibérica.
Las conversaciones fueron largas y complejas. Simplificando, podríamos decir que hubo una primera fase, a inicios de 1869, marcada por un intenso debate en la opinión pública. Salazar y Mazarredo, hombre próximo a Prim, escribió entonces el folleto La cuestión dinástica, favorable a don Fernando, en el que podemos intuir la posición del propio general Prim. El duque de Montpensier, aspirante al trono, hizo todo lo posible para torpedear la candidatura, contando con la inestimable colaboración del representante español en Lisboa, Cipriano del Mazo. En abril, Fernando de Coburgo hizo público un telegrama rechazando una eventual oferta de la corona.
Sin embargo, poco después comenzó otra fase, conducida -en líneas generales- más discretamente. Estuvo favorecida por el nombramiento de Fernández de los Ríos –progresista e iberista- como representante en Lisboa y por el golpe de Estado en Portugal del mariscal Saldanha, veterano iberista y miembro de la izquierda liberal. Ruiz Zorrilla o Sagasta trabajaron por la candidatura en Madrid y Olózaga en París. En esta ocasión, aunque Fernando de Coburgo no se cerró en banda, fue planteando demandas. A medida que eran aceptadas, fue incluyendo nuevas peticiones. Finalmente, solicitó estipular que las dos coronas nunca se unirían, cosa inaceptable para los negociadores españoles, por contravenir la idea que constituía el principal atractivo de la candidatura. Una propuesta -de la parte española- para acordar que tal unión solo se produjese previo consentimiento de los dos pueblos, condujo a una negativa final en agosto de 1870. La estrategia de don Fernando evidenciaba, en el fondo, su falta de voluntad de ceñir la corona.
Cuando todavía había margen para lograr el acuerdo con Fernando de Coburgo, se publicó una caricatura en La Flaca (Barcelona, 19-6-1870), en la que aparecían Prim y Saldanha vertiendo líquidos con sendas redomas en las que se leía “España” y “Portugal”. El líquido caía a una redoma mayor, con la inscripción “República Ibérica Unitaria Conservadora”, en cuyo interior había otra imagen de Prim, con gorro frigio, insinuando que sería el hombre fuerte del nuevo Estado. Pese a carecer de fundamento, tales especulaciones sobre una solución iberista republicana, podían tener cierto crédito. Cuando -en octubre de 1870- Kératry, representando al gobierno francés, se entrevistó con Prim, este rechazó un acuerdo que implicaba –entre otros puntos- establecer una república ibérica.
Lo que sí hizo Prim fue apostar por otras dos candidaturas con implicaciones portuguesas. Una fue la de Leopoldo de Hohenzollern, que sería el detonante de la Guerra Franco-Prusiana. Estaba casado con Antónia de Bragança, hermana de Luís I. Salazar y Mazarredo, por entonces representante en Berlín, señaló que esta candidatura podría aproximar a los países ibéricos. Aproximación que originó recelos entre los británicos. Y también un último esfuerzo de Napoleón III para que Fernando de Coburgo aceptase la oferta, bloqueando así la más peligrosa candidatura germana. La segunda fue la de Amadeo de Saboya, también cuñado del rey portugués, quien estaba casado con su hermana María Pía. El intento de introducir esta dinastía –que había logrado la unificación italiana- terminaría desembocando, como es sabido, en el asesinato del general.
José Antonio Rocamora es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Alicante, de la que ha sido profesor asociado y de la que actualmente es profesor colaborador honorífico. Publicó en 1994 el libro ‘El Nacionalismo Ibérico 1792-1930’ y presidió la Asociación de Amigos de Timor y, posteriormente, la entidad Timor Hamutuk.