Un apunte sobre la Inquisición: fermosellanos ante La Suprema

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Las tierras Rayanas no fueron distintas al resto de Europa en cuanto a la intromisión del catolicismo en todos los órdenes de la vida, tanto social como privada, con la creación del Santo Oficio.

La Inquisición nace contra la herejía albigense, en el siglo XIII, en tierras francesas, extendiéndose como la pólvora por todo el Orbe occidental, llegando incluso al Nuevo Mundo algunos siglos más tarde.

Nace con vocación de acabar con la herejía, palabra  que en su etimología hace referencia al vocablo latino ‘airesis’ que no significa otra cosa que elección.

Elección de culto, de pensamiento, de una forma de vida que no entraba dentro del pensar mayoritario de la época. Convirtiéndose, por tanto, en algo a erradicar, más si cabe en una época en la que se empiezan a formar lo que más tarde llamaríamos estados o naciones y que Reyes de toda índole asentaban sobre la unificación de lengua, culto y costumbres.

Éxodo y caminos polvorientos para los que no se doblegaron.

Tortura, amenazas, muerte y ruina para los que eligieron seguir en la tierra de sus antepasados.

Delaciones, denuncias amparadas en la oscuridad de la noche, en el silencio de confidentes, en los oídos puestos en puertas y ventanas, en la codicia de los mandatarios, en rumores, en el miedo al diferente, al distinto, al otro, en definitiva. Cotilleos que ávidamente eran escuchados por los oídos de clérigos parroquiales que se apresuraban a encarcelar al sujeto de tales acusaciones.

El inquisidor establecía ‘un periodo de gracia’, el cual duraba varias semanas, en las que se daba la oportunidad de confesión a todos aquellos que lo considerasen oportuno. Uno puede imaginar sin mayor esfuerzo el terror que podía apoderarse del pueblo durante ese espacio de tiempo.

Una vez concluido comenzaban las detenciones y las denuncias en una bacanal secreta dado que el reo tenía prohibido el conocimiento  tanto del nombre de su denunciante como de las acusaciones de las que había sido objeto.

El Papa Inocencio IV estableció la tortura como método legítimo para obtener las confesiones de las pobres almas allí recluidas. Solían, según se desprende de documentos de la época, existir dos tipos de condenados, los que no se retractaban y los que parecían saber más de lo que contaban.

Los castigos se revelaban variados, encarcelamientos, azotamientos, trabajos forzados y la obligación de vestir ropajes especiales que exhibían una gran cruz amarilla.

Se recela de los conversos o cristianos nuevos que fueron obligados a convertirse en masa en el año 1391.

Obispos, ministros, líderes financieros, todos ellos cristianos de nuevo cuño desempeñan cargos que los demás envidian sufragando este sentimiento con delaciones masivas.

Normalmente eran acusados de judaizar, muchas veces, por el simple hecho de encender velas o lavar la ropa en sábado, remitiéndose a la práctica judía del Sabbath.

En España la Suprema, como era conocida, fue instaurada a petición de Fernando el Católico, que ansiaba la riqueza de los más afortunados. Estuvo formada, en un primer momento, por siete hombres nombrados por el mismo Rey, que estableció un castigo nuevo, la condena a galeras.

Los sefarditas que se negaron a profesar la religión católica cruzaron la frontera con Portugal en 1492.

En 1532, Juan III de Portugal insiste en dominar su propia Inquisición, poniendo como excusa que la población judía había superado en número a los propios portugueses.

En el país de los lusos se llegaron a efectuar 34 Autos de Fe, con 2000 detenciones y 169 ejecuciones, entre 1547 y 1580.

Unos años antes en 1521 muchos de ellos emigraron hacia las Américas en los barcos de Hernán Cortés, en busca, sin duda, de un poco de paz en su maltrecha existencia, lo que tampoco había de durarles, dado que el primer Auto de Fe del Nuevo Mundo se celebra en 1528.

Varias familias autóctonas de Fermoselle se vieron atrapadas por las garras del Tribunal Inquisitorial, tal es el caso de Ana Pereira, cristiana nueva, con morada en Braganza, acusada de judaizante, hija de Francisco Navarro, de profesión zapatero y de Ana Pereira. Entró en prisión el 2 de noviembre del año del Señor de 1593. Siendo condenada a cárcel con hábito penitencial en el Auto de Fe celebrado el 8 de octubre de 1595. Finalmente salió en términos de secreto inquistorial.*

Miguel Fernández, de profesión zapatero, natural de Fermoselle, teniendo su residencia en Vale do Torno, perteneciente al arzobispado de Braga, contando en aquel entonces 25 años. Entró en prisión el 25 de julio de 1570, sentenciado en el Auto de Fe celebrado en Coímbra, el 28 de octubre de 1571, cumpliendo penitencia en Coimbra y arrabales a partir del 3 de noviembre de 1571. El día 8 de mayo de 1572 le fue levantada la pena de cárcel y quitado el hábito penitencial a cambio de cumplir penas espirituales.*

Alfonso García, zapatero, natural de Fermoselle, con vivienda habitual en Mogadouro, condenado por judaizante, en Évora, entrando en prisión el 9 de mayo de 1545, puesto en libertad el 10 de junio de 1548 por presentar fianza. Su esposa fue encarcelada por el mismo delito.*

Melchor Baz, cristiano nuevo, acusado de judaísmo, natural de Fermoselle con vivienda en Miranda do Douro, el cual entró en prisión el 30 de enero de 1546. Debido a un perdón general fue puesto en libertad el 21 de junio de 1548.*

Los encarcelamientos documentados de hijos de Fermoselle continúan durante el siglo XVII, pero esa será otra historia.

 

Beatriz Recio Pérez es periodista, con amplia experiencia en La Raya central ibérica

*Fuentes documentales a cargo de María Dolores Armenteros.

Cortesía del alcalde de Fermoselle José Manuel Pilo.

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