Una crónica de verano

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Ahora que se acaba el verano, quiero pedirles que se olviden un poco de las últimas noticias. Olvidemos que estamos en agosto de 2020. Por lo demás, vamos a fingir, por unos minutos, que este año no ha existido (creo que todos quieren olvidar este annus horribilis). Este es otro tranquilo verano y, como tal, les dejo aquí la «crónica» de mis sencillas vacaciones.

Si este fuera un año normal, en cuanto terminaran las clases habría cogido a los niños e ido con ellos a dar una vuelta por Lisboa, Cascais o Sintra, un pueblo que adoro. Y tal vez allí, entre aquellos bellos castillos de cuentos de hadas, y después de haber comido un hermoso «travesseiro» (caña rellena de almendras; calentitas son aún mejores), podríamos encontrarnos a los últimos ganadores de Liga de Campeones, los bávaros de Munich que, como el caballero que se enamoró de la bruja mora, han continuado su saga europea aquí mismo, en tierras portuguesas.

En un momento en el que solíamos estar rodeados de extranjeros, algo que no es tan común en otras épocas, andar en transporte público o entrar en las tiendas ya no es tan insoportable, pero sigue siendo complicado. Ahora tenemos que hacer fila y andar con mascarillas o viseras protectoras, pero si olvidas todo eso, hasta parece que es un simple verano. Así lo he sentido estos últimos días.

En Sesimbra, lugar donde vivo, y que cuenta con una gran afluencia turística, la vida continúa. Hace unos meses estaba todo parado, pero ahora, si nos despejamos un poco la cabeza, hasta parece que no pasa nada. Al llegar, y después de un viaje donde nos dicen que todos los autobuses son desinfectados con un producto especial, volvemos a encontrar esa mezcla de personas que siguen con sus vidas como si todo fuera normal. El vagabundo sigue frente al banco, y la biblioteca tiene sus puertas abiertas, pero ya no es tan atractiva como antes.

Caminando un poco más por la Avenida de la Libertad (para los españoles que estén leyendo la siguiente crónica, y que se pregunten si todas las localidades portuguesas tienen una «Avenida de la Libertad», por lo visto, sí. No somos muy innovadores para dar nombres a las calles), vemos los cafés y los restaurantes llenos. La gente se arriesga en la lotería y en otros juegos de azar, y un señor está sentado en un banco mostrando sus barquitos de miniatura. Obras alcalinas que, en muchos aspectos, representan el alma de marineros de todos los sesimbrenses, en particular, y de los portugueses, en general.

Antes de llegar a la playa, miro a un lado y veo los cimientos de un edificio antiguo que parece estar en obras. Esta parece ser la orden a seguir en todo el municipio. Cambiar la acera; las tuberías del agua, y ahora esto. ¡¿Puede ser que el plan de Costa Silva ya esté en marcha y nadie me haya avisado?!

Bien, siguiendo hacia la playa de la Fortaleza (construcción con 365 años, que tenía como objetivo defender la costa atlántica), local que frecuentaba cuando era una niña, y a donde ahora vuelvo, ya mujer, de «fugitiva».

Al bucear en las gélidas aguas de Sesimbra (a veces creo que, todos los días, desde el ayuntamiento, antes de que la playa «se abra», arrojan baldes de hielo para mantener la temperatura ambiente), miro hacia atrás y veo los arenales, de un lado y del otro, llenos. Quiero decir, han estado más concurridos, pero años atrás. Son hombres, mujeres y niños de distintas latitudes y, durante esos segundos, sólo podía hacerme una pregunta: «¿Qué están haciendo aquí?».

Fácil, estaban haciendo lo mismo que yo. Olvidar y relajarse un poco antes de la vuelta a la escuela; al trabajo, y a una vida que, desde marzo, ha sido marcada por mascarillas; alcohol; gel, y un distanciamiento que se olvida en el agua. Lo que importa es el verano, y el mes de septiembre pronto se verá. El futuro parece lejano. Si hay algo que he aprendido durante este confinamiento es que la vida es para vivirla en el presente, porque mañana alguien o algo podrá quitarnos la alfombra de los pies.

Este es el pensamiento final que les dejo en esta crónica con olor a sol y a sal. Un verano atípico que hemos vivido en 2020, pero que podría haber sucedido en cualquier otro año. Si está o aún va de vacaciones, aproveche. Si está de vuelta a la rutina, bienvenido/a e ilumínese ¡pues el futuro debe ser brillante!

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