El 14 de marzo de 2018, Mozambique fue sacudido por un ciclón que afectó al país y destruyó la ciudad de Beira, en la provincia de Sofala. Junto al mar, la segunda ciudad más grande del país, y cuna de uno de los mayores escritores de la lengua portuguesa, Mia Couto, quedó arrasada; con 600 muertos, 160 heridos y 1,8 millones de personas afectadas directa o indirectamente. Los ciclones Idai y Kenneth alteraron, no sólo a las poblaciones, sino también a la economía del país, que quedó destruida; y que, según el presidente Felipe Nyusi, necesitará 3200 millones de dólares para la reconstrucción de infraestructuras.
Las imágenes de esta época, con las fuerzas de rescate portuguesas ayudando a personas que estaban atrapadas en los árboles para huir del aumento de las aguas, llenaron los periódicos durante varios meses. Pero un año después, donde ya han sido llamados a las urnas, y visitados por el Papa Francisco: ¿qué ha cambiado en la vida de todos los afectados por el ciclón Idai?
En Beira, la normalidad regresó, con unas calles animadas y ruidosas, donde la sonrisa de los mozambiqueños es la mejor tarjeta de visita. Los días pasaron, y la vida continúa, pero las cicatrices de aquel fatídico día siguen sintiéndose, incluso en el nombre caricaturizado de los niños que recuerdan catástrofes naturales, que son cada vez más comunes, y que nos hacen pensar en la fragilidad de nuestra existencia.
Un año después, falta casi de todo en las regiones más afectadas por el ciclón Idai. Los edificios y las carreteras quedaron destruidos; por cierto, cerca del 80% de la ciudad «desapareció» por el agua y los fuertes vientos, y poco ha vuelto a ser reedificado. Uno de los hospitales que fue reconstruido fue el de Dondo, la segunda ciudad más afectada, gracias a la cooperación de España, que también ayudó con personal médico para la realización de operaciones y la formación de varios cuadros médicos.
Cientos de familias siguen viviendo en campos levantados por varias ONG’s para acoger a los «refugiados» de este fenómeno natural. Una medida de acogida que era provisional, sólo hasta que se reconstruyesen las casas, pero la verdad es que las tiendas parecen convertirse en una solución definitiva. Las familias intentan rehacer sus vidas con lo poco que tienen, y que el Gobierno les ofrece.
Además de la falta de agua, luz o ladrillos, la población se enfrenta a un brote de pelagra, una enfermedad causada por la falta de vitamina B3, transmitida por las carencias alimentarias a las que se enfrenta la población. Las gachas de maíz son el menú diario e intocable de estas personas, que siguen esperando un cambio que tarda en llegar.