19/05/2025

La pequeña Lisboa: Génesis de Vila Real de Santo Antonio

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Los grandes acontecimientos que afectan al destino de todos los hombres, provocan con razón esa loable curiosidad que se despierta ante todo lo que es extraordinario, y que lleva a preguntarse por sus causas.

Immanuel Kant

Tras el terrible terremoto que asoló Lisboa en 1755 y cuyo epicentro estuvo cerca del Algarve, se levantó en la desembocadura del Guadiana una ciudad ex novo que ha conservado casi intacto un legado histórico original que encarna el espíritu de un personaje y su tiempo: el Marqués de Pombal y la Ilustración.

En su tramo más meridional nuestra Raya toma el cauce del río Guadiana hasta su desembocadura en el litoral formando un amplio estuario. En la margen portuguesa, cerca de la punta de Las Arenas, se levanta hoy Vila Real de Santo Antonio, ciudad blanca de aire mediterráneo a orillas del Atlántico, donde Portugal queda más al margen de la influencia oceánica que domina su clima. Su historia es la de un sueño ilustrado de modernidad y prosperidad.

El Día de Todos los Santos de 1755, a un centenar de millas náuticas del cabo de San Vicente, una fractura de casi dos mil kilómetros separó la placa africana de la euroasiática en la falla Azores-Gibraltar, originando un terremoto que tuvo unas consecuencias devastadoras. El mar se retrajo durante más de una hora según las crónicas y volvió en forma de olas gigantescas y mareas destructivas, llegando a modificar la línea de costa en la desembocadura del Guadiana. Este acontecimiento marcó la sociedad de su tiempo e influyó en personajes de talla, como Kant o Voltaire, que nos dejaron reflexiones sobre la destrucción de Lisboa. Ante la magnitud e imprevisibilidad del acontecimiento, las respuestas tradicionales de castigos de origen divino no aclaraban las incógnitas y surgió la necesidad de buscar una explicación racional a lo sucedido. En este contexto los portugueses respondieron a la fuerza implacable de la naturaleza con la razón y la observación, haciendo gala de esa disposición racionalista de los pueblos ibéricos que el profesor González Alcantud ha señalado. Así, lejos de caer en milenarismos tras la catástrofe, la reacción de Portugal encarna ese racionalismo ibérico llevado a término bajo la batuta del Marqués de Pombal y que tiene su epítome en la reconstrucción de Lisboa siguiendo las trazas que imponía el triunfo de la razón sobre la adversidad.

Sebastiao José de Carvalho e Melo, Marques de Pombal, fue la personificación del despotismo ilustrado en Portugal y uno de los mayores estadistas de su historia, marcando una época de reformas económicas y sociales inspiradas en les Lumières. En este contexto, con la intención de centralizar una pesca del atún en auge, decidió crear una compañía estatal que las explotara, la Compañía de Pesquerías del Algarve y establecer su sede en una nueva ciudad levantada desde sus cimientos en aquel lugar que había sido fuertemente castigado por la catástrofe natural. Fue así como, de las ambiciones de un político ilustrado, nació Vila Real de Santo Antonio. La ciudad fue levantada en solo cinco meses cerca de los nuevos arenales que había formado la furia de la naturaleza. Ciudad racional, trasunto algarvio de la baixa lisboeta, es un reflejo rectilíneo del espíritu de la ilustración que Pombal quiso imprimirle como símbolo de modernidad y orden. El racionalismo que la inspiró se manifiesta en diferentes niveles que operan con unidad de mensaje, el trazado en cuadrícula, el ancho homogéneo,

pero a la vez jerarquizado de las calles, la arquitectura simétrica de casas con fachadas y tejados seriados de aire chinesco que, en buena parte, se han conservado hasta hoy. Su planta ortogonal no supone un ajedrezado sin más, sino que tiene como funciones la articulación de la ciudad, conectándola con el estuario y el puerto, así como la afirmación del espíritu racional que la inspira, en contraste con el caótico urbanismo del pasado. En el centro mismo del entramado, las trazas del empedrado bicolor aumentan con su perspectiva la amplitud de la plaza principal, concebida para ser el corazón de la ciudad. Las piedras oscuras procedían de canteras portuguesas mientras que las blancas fueron traídas de España, reflejando la cercanía geográfica y humana de ambas naciones en contraste con las diferencias políticas del momento. Destaca la iglesia de líneas puras, que marca con su altura un orden jerárquico entre los edificios que rodean la explanada y en su centro el marqués mandó erigir un obelisco que aún hoy remata una esfera armilar coronada. Este elemento, propio del lenguaje pombalino, más que ornamento es un doble símbolo de la expansión marítima del imperio portugués y exaltación del poder real que da título y nombre a la villa. Al pie del monolito una fecha: 1775.

Sin embargo, la construcción de esta ciudad ilustrada no se materializó en un beneficio para todos. Valiéndose del todo por el pueblo, pero sin el pueblo, el primer ministro ordenó la destrucción de San Antonio de la Arenilla, la pequeña aldea que ocupaba el lugar y cuyas chozas fueron incendiadas. Los pescadores que las habitaban, rechazando las imposiciones del poder, llevaron a sus familias, sus barcos y sus redes a una pequeña isla al otro lado del estuario, en España, donde se instalaron fundando un nuevo asentamiento que sería el origen de Isla Cristina. Vila Real nace así del poder autoritario del estado pombalino mientras que Isla Cristina lo hace de la huida casi furtiva de unos pescadores. El destino de la primera parecía glorioso, pero dos años después murió el rey José I y con ello llegó la caída en desgracia de Pombal. Sin el impulso de su fundador la nueva ciudad concebida por el poder político para ser emporio pesquero y comercial cayó en un largo letargo que se prolongó durante décadas y no recuperaría parte de su dinamismo económico hasta que en el siglo XX se produjera el auge de las conservas de pescado y, mucho más tarde, la llegada del turismo vacacional.

Hoy por hoy, el espíritu reformador y el racionalismo ibérico de Pombal, que ambicionaba un Portugal moderno y progresista, se siguen mostrando al visitante en la arquitectura y la traza rectilínea de la ciudad, que han sido preservadas con acierto, pero también debe recordar las consecuencias que esa visión autoritaria tuvo para las gentes que fueron despojadas de sus medios de vida tradicionales y los límites de una planificación económica que las más e las veces no sobrevive mucho más allá de la mente que la alumbra. Un valioso legado cultural e histórico y una identidad compartida que nos ofrece hoy esta pequena Lisboa en el extremo meridional de la Raya.

Pablo Revilla Trujillo

Abogado