González Alcantud: “La península ibérica tiene que tener una sola voz cara a África, y no sólo a Marruecos”

EL TRAPEZIO entrevista al catedrático granadino para hacer un balance de las tensiones históricas y actuales con Marruecos

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José Antonio González Alcantud es catedrático de antropología social de la Universidad de Granada y académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio Giuseppe Cocchiara 2019 a los estudios antropológicos, González Alcantud ha publicado numerosas obras sobre Al-Ándalus y las relaciones de España y Andalucía con Marruecos. González Alcantud pide, en la entrevista, un papel mucho más activo en términos geopolíticos de los Gobiernos de España y Portugal: “La península ibérica tiene que tener una sola voz cara a África, y no sólo a Marruecos. Tiene que solicitar de manera inmediata la entrada en la Unión Africana, al menos como Estados observadores”.

 

¿Cuál es la visión y la relación con España de los grupos de descendientes de andalusíes y sefardíes en Marruecos que tienen influencia en el poder?

Antaño, como estaban radicados los grupos más poderosos, los fasis, en el Protectorado francés, escasamente prestaban atención a España. Abrieron delegaciones comerciales en Francia, Gran Bretaña e incluso Estados Unidos, pero nunca en la península. Había un cierto desdén a un país en decadencia, como era España, que no gozaba de la gloria de las potencias en alza. Para ellos, los andalusíes, al-Ándalus era un referente cercano, vivido como un signo de distinción frente a la población amazigh o bereber, pero también lejanísimo, sin nada que ver con la España o Portugal contemporáneos. Melilla, al haber cortado el hinterland natural del comercio entre Granada y Fez, tras la caída del reino de Granada, también contribuyó a esa falta de interés de los andalusíes por España, que prefirieron orientar sus negocios –casi todos eran comerciantes– a la fachada atlántica, para asentarse finalmente en Casablanca, y ser mimados, primero por Francia y ahora por Estados Unidos.

La herida de las expulsiones de 1492 y 1609 la vivían emocionalmente de manera muy intensa como una nostalgia de la patria perdida. A España la dejaron lidiar con los rifeños, que eran indómitos para el propio sultanato, y sólo la burguesía tetuaní, de origen presuntamente granadino, y andaluz, por ende, tenía ese sentimiento de fraternidad que traspasaba el Estrecho. En este caso los tetuaníes sí que tuvieron una intensa relación con España gracias a la política de atracción que ejerció esta, tras ganar la guerra del Rif en 1926. Pero Tetuán, aunque era una ciudad imperial, y era sede del jalifa, una suerte de virrey, estaba rodeada de cadenas montañosas –Yebala, el Rif– pobladas por tribus insumisas al poder jerifiano. Hace años, a principios de los dos mil, un notable de Tetuán, aunque de familia originaria de Fez, M. Azzuz Hakim, de carácter amargo y que siempre nos recriminaba a los que lo conocíamos que España no hacía demasiado por su antiguo Protectorado, dirigió una carta pública al rey de España pidiendo el reconocimiento de la injusticia histórica cometida con los moriscos y sus descendientes. En realidad, hubiese sido una buena oportunidad de reiniciar el diálogo, pero siempre a través de Tetuán, otorgándole a esta ciudad el papel que en el propio reino de Marruecos no se le otorga, y que debería servir de punto de referencia para los andaluces y los españoles.

Un amigo judío argelino ya fallecido, gran historiador del mundo mediterráneo, André Nouschi, muy apasionado por la democracia actual española, me decía hace algunos años: José Antonio, a España le siguen faltando sus judíos y sus moriscos. Llevaba razón: la existencia de estas minorías es fundamental para equilibrar las redes del comercio, la diplomacia cultural y política en sociedades mediterráneas muy pluralizadas y encabalgadas las unas con las otras.

 

¿Cree que la diplomacia española podría utilizar más la narrativa de Al-Ándalus para hermanar a los pueblos y mejorar las relaciones entre Estados y Gobiernos, disputando así la narrativa con yihadistas u otras visiones contrarias a los intereses españoles?

España ha realizado muchos esfuerzos institucionales y personales por dialogar con Marruecos y los marroquíes. Eso es innegable. Desde luego lo que no ha habido es un malentendido, como pretendía el embajador Alfonso de la Serna, sino intereses divergentes. Somos dos enemigos que nos conocemos perfectamente. Alegar desconocimiento es un recurso tonto para justificar choques previsibles.

No se puede acusar a España del subdesarrollo del Rif, por ejemplo. Ni recurrir permanentemente al argumento del colonialismo. El colonialismo es un proceso de humillación cuya huella puede durar décadas, pero que no ampara ni justifica los fallos del propio sistema social y política en clave interna. Así ocurrió en el Rif. Es conocido que el sultán Mohammed V, en la guerra del 58-59, en la región puso en manos de generales muy sanguinarios la represión del ALN, que era el sector de la resistencia anticolonial, que siguiendo el modelo republicano de Aldelkrim al Jatabi, no quiso integrarse en las fuerzas armadas reales. Hassan II castigó reiteradamente a la región, primero tras los atentados contra él del 71 y 72, cometidos por militares amazigh, que se encuentran enterrados clandestinamente bajo el parador de Chauén, y segundo tras la rebelión del pan de 1984. Finalmente, Mohammed VI, que comenzó apoyándose en el Partido de Autenticidad Nacional, liderado por su amigo el Himma, que se nutre fundamentalmente de los réditos del comercio de la droga de Ketama, y que sinceramente quería promover el desarrollo regional, acabó reprimiendo el Hirak, el movimiento popular rifeño de 2016/17, que sólo pedía un hospital y una universidad para Alhucemas.

Desde luego, España debiera haber liderado la “propiedad” de al-Ándalus, compartiéndola con el Magreb, y de esta manera encabezar un modelo cultura convivencial. Es lo que siempre intentó Francia, pero le faltaba su modelo autóctono. Así que, teniendo esa suerte, no se puede entender que sectores de la cultura española se nieguen a admitir a al-Ándalus. El modelo no lo puede capturar el yihadismo ni algo todavía más dañino y peligroso para la convivencia: el ultranacionalismo. Así que habría que promover un islam propio, sobre la base de la tradición histórica. De hecho, ya existe, es esencialmente sufí, místico, y tiene enfrente al islam político, populista, que lo acorrala en cuanto puede.

 

¿Qué papel juega la maltrecha clase media marroquí y sus vanguardias culturales en la democratización de Marruecos y la relación con España? ¿Cuál es la situación de los medios de comunicación en Marruecos?

La clase media es fundamental para el asentamiento democrático en cualquier país. Marruecos tiene una demografía muy activa, con una base juvenil enorme, pero normalmente sin salidas laborales y de promoción personal. Lo que debiera ser un hecho positivo, la dimensión juvenil del país, revierte en problemas sociales muy hondos. Hace unos días, a propósito de lo de Ceuta, me hablaban de cientos de miles de adolescentes que se drogan con pegamento en las ciudades marroquíes. Desde luego el ambiente en muchos lugares, con Fnideq, en la frontera con Ceuta, es sórdido. Estuve en este lugar desde donde se divisa Ceuta, y puedo asegurar que estaba inquieto a pesar de ser pleno día.

La clase media se concentra en el área Casablanca/Rabat; son tan modernos como cualquier clase media del mundo, aunque conservan cuidadosamente sus tradiciones, en especial los fasis. Pero también hay ambientes vanguardistas, con galerías, festivales de cine, música, teatro, jazz, etc. En el mismo Fez, que poco a poco recupera algo de sus fasis emigrados a Casablanca y Rabat, el festival de músicas espirituales ha evolucionado hacia un encuentro cultural de Word Music. Cuando yo he sido invitado he visto espectáculos bellísimos, y no sólo de música árabe o bereber. Los debates en su foro son de alto nivel. Pero los precios que hay que pagar por entrar no los puede pagar el pueblo llano, que tiene su propio festival en paralelo, de música sufí, gratuito. Esta disociación es muy frecuente: quienes tienen y no tienen viven encapsulados socialmente. Y eso, evidentemente, es nefasto. De manera, que uno puede recibir en un avión una revista de lujo sobre el arte marroquí como Diptyk, donde junto al arte contemporáneo más rabiosamente actual se anuncian resort de lujo, etc. Y luego en la calle las familias de comerciantes, que ya venden menos artesanía, se dedican a hacer pintura naif o neo-orientalista para satisfacer a los potenciales clientes occidentales. Dos mundos, en definitiva.

En España diversas instituciones, sobre todo Casa Árabe, del Ministerio de Asuntos Exteriores, han hecho mucho por mantener el diálogo, y la Junta de Andalucía rehabilitó la antigua estación de Tetuán para convertirla en Centro de Arte Contemporáneo. Pero el poder no quería que fuese museo nacional, e incluso tuvieron que quitarle el nombre de museo. La francofonía, y detrás de ella Francia, están siempre intrigando para llevarse las ascuas a su sardina, en perjuicio de la fraternidad hispano-marroquí. En este sentido, Marruecos no deja de ser un títere en manos de la cooperación cultura francesa. Y ello, porque España siempre amaga, no sé por qué extraño complejo o prudencia excesiva.

Respecto a la prensa: hubo un momento tras llegar Mohamed VI al poder que todo parecía maravilloso. Recuerdo un homenaje a Clifford Geertz en Sefrou en el año 2000, organizado por el primo hermano del rey, el príncipe Mouley Hicham, el llamado “príncipe rojo” por sus pronunciamientos radicalmente democráticos, en el que los policías iban con las manos en los bolsillos sin saber qué hacer. Fue un momento feliz. Surgieron revistas como Telquel o Le Journal, que daban un periodismo de calidad. La prensa oficial resultaba una entelequia frente a la viveza del nuevo periodismo. Pero poco a poco se fue torciendo todo, y ahora un periodista lleva 75 días de huelga de hambre, Suleiman Raissouni, por sufrir una persecución política disfrazada de delitos comunes. No es el único, son muchos. La situación de la libertad de prensa es catastrófica. La agencia oficial MAP y la policía política lo controlan todo, y los mensajes que envían son delirantes, sobre todo en períodos de conflictos, sea con Argelia, con la RASD, con España o con Alemania. Los corresponsales extranjeros malviven, pendientes de su expulsión, lo que ya ha ocurrido con varios.

 

Usted ha investigado y escrito sobre la historia colonial española en Marruecos donde, pese a todas las violencias, hubo un espacio colaborativo como se demostró en la entrega pacífica del poder con el fin del Protectorado, ¿qué características atribuye a esa experiencia colonial española en relación con la francesa? ¿Y cuál fue el papel de los arabistas españoles en aquella empresa?

Eran gente que se trataban con respeto mutuo. Había una suerte de pacto colonial por el cual los marroquíes respetaban el orden protectoral, que incluía a sus representantes simbólicos, como el jalifa, y los españoles promovían unas políticas que reforzaban el conservadurismo cultural del viejo Marruecos. Algo muy similar a lo que había hecho el mariscal Hubert Lyautey en el lado francés en el período 1912-1925. Era una política de atracción de las élites, mediante el mantenimiento de sus privilegios y el respeto profundo a su cultura propia. Dio muy buenos resultados en términos de pacificación, y de ello se beneficiaron los generales africanistas, encabezados por el antiguo comandante legionario Franco, que pudieron de esta manera reclutar a miles de marroquíes del norte para su causa. Terminada la guerra civil continuaron cultivando esa fraternidad que culminó con la concesión de la independencia en 1956. Francia lo hizo casi a la par, pero con una diferencia: en el lado gestionado por los galos, la independencia fue cruenta, e incluso intentaron suplantar al sultán Mohammed V, al enviarlo al exilio por sus proclamas nacionalistas, por un sultán impostor, Ben Arafa. Los españoles no cometieron ese error mayúsculo. Ahora bien, fue terminar el Protectorado, y mientras Francia aplicó la política del “ir para quedarnos”, enviando miles de supuestos “cooperantes”, que le garantizasen el control real del país, España salió precipitadamente. Recuerdo cómo me hablaba una antigua bibliotecaria española de Tetuán diciendo que habían evacuado los archivos atropelladamente para que no cayesen en manos de los franceses que los destruirían a buen seguro para no dejar rastro de la presencia española.

Los arabistas, a pesar de ser la mayoría católicos, fueron una pieza fundamental para el mantenimiento de la concordia. Entre ellos podemos citar a la Misión franciscana de Tetuán, que mantuvo viva una revista, Mauritania, más cultural que religiosa. El caso de Isidro de las Cagigas, andalucista seguidor de Blas Infante, es muy interesante, ya que fue castigado tanto por la República, como por el franquismo. Aunque no era en sentido estricto un arabista, el papel de Mariano Bertuchi, pintor y demiurgo cultural de Tetuán, y colaborador asiduo de la revista África, otro puntal cultural del Protectorado, resulta esencial para entender el clima de concordia y reconocimiento, hasta el día de hoy mismo. O el de Rodolfo Gil Benumeya, que yo ayudé a recuperar en los noventa…

 

Recientemente la Casa Árabe acogió la proyección del documental etnográfico de su autoría: “Vanguardia marroquí. Tras los pasos del arte contemporáneo en Marruecos”, ¿nos puede contar qué impidió su participación a última hora?

Como diría un castizo: cosas que pasan. Tras un año de montaje, gracias a la colaboración del director Ignacio Guarderas, y a cinco años de la grabación in situ, en un momento de gran optimismo aún en Marruecos, llegamos al final de trayecto, con la presentación el 7 de junio en Casa Árabe, de Madrid, con el patrocinio del Museo nacional centro de arte Reina Sofía. Coincide el estreno con la exposición “Trilogía marroquí” en este último museo. La película en todo caso es muy favorable a Marruecos, y sus procesos de modernidad, incluido el arte. Pero para nuestra desgracia los acontecimientos de Ceuta precipitan las cosas. La señora embajadora -que no ha cumplido a simple vista la labor que se espera de un diplomático, que es actuar con discreción- y que tiene la doble nacionalidad, porque su padre casó con una señora de Granada, forma parte del círculo íntimo del rey alauita, y realiza una, dos y hasta tres declaraciones amenazantes contra España, en un tono realmente preocupante. Yo contesto contundentemente en las redes sociales a esta agresividad amenazante impropia de una diplomática. En fin, a raíz de ese incidente se pone en marcha un entramado que finalmente impide, con mi aceptación implícita, que, absurdo total, yo me pueda presentar un documental que va a favor de la cultura marroquí, y que la presenta como lo más excelso. Pero creo que hay más: sospecho que la razón de fondo es la publicación de un artículo mío en la prensa el 29 de diciembre último titulado “El fracaso de la mehalla saharaui”, en el que presenté la aventura de la marcha verde como un fracaso personal de Hassan II. Lo que me preocupa de todo esto es la arrogancia que unas elites a las cuales aún falta mucho recorrido democrático pueden desplegar en un país ajeno. Supongo que a Bernabé López García le harán algo parecido por sus declaraciones en La Vanguardia. Pero yo soy una persona de paz, y prefiero pasar página. Al menos espero que no vuelva la señora Karima Benyaich Millán a España. La película, que es lo importante, se seguirá viendo.

 

¿Qué presencia cultural y política deberían tener España y Portugal en Marruecos y en el Sahara occidental? ¿Cree que existe espacio político para una solución federal o confederal para el Sahara occidental o es inevitable la creación de un Estado independiente?

Un papel mucho más activo en términos geopolíticos. La península ibérica tiene que tener una sola voz cara a África, y no sólo a Marruecos. Tiene que solicitar de manera inmediata la entrada en la Unión Africana, al menos como Estados observadores. España está plenamente justificada, por su presencia histórica en África, incluidas las islas Canarias. Y Portugal por Madeira y Azores. Resulta que hasta Israel quiere ser miembro observador de la UA. ¿Por qué no los países ibéricos? A la Unión Europea lógicamente la UA no la admitiría, pero a España y Portugal por qué no. ¿Tiene sentido que esté Israel y no nosotros?

Nunca me ha inquietado lo del Sáhara, ni ha interferido en mis investigaciones en Marruecos. La documentación histórica señala claramente que el problema entre las tribus saharauis y el majzén marroquí es muy anterior a 1975. Los saharauis casi nunca han querido estar bajo la tutela de los sultanes de Marrakech, Fez o Rabat. Son reluctantes a ese tipo de poder. Ya Ibn Jaldún en la al-Muqaddimah, en el siglo XV, enfatizaba la oposición entre nobles y sedentarios. La nobleza y las cualidades morales se las adjudicaba a las gentes del desierto. Don Julio Caro Baroja, que hizo en los años cincuenta ese Estudios saharianos, que son como la Biblia para las gentes del desierto, señalaba en su prólogo a la edición de los años ochenta, que recibía frecuentemente en Madrid a visitantes saharauis, y que la experiencia del desierto no se podía olvidar. Yo recuerdo que, en una ocasión, hace muchos años, tras atravesar todo Marruecos llegué cerca de Tinduf. Cuando comencé el viaje en Tánger un señor me engañó con una alfombra, pero allí en el desierto un saharaui me montó en camello por las dunas, y cuando quise pagarle el servicio se negó. Se sentó en el suelo y ofendido decía la, la (no, no), en árabe. Usted comprenderá que ahora, después, del daño que les han hecho en estos cuarenta años lo único que van a aceptar es la independencia, y que lo del referéndum tuvo su tiempo, que ya ha pasado. Una vez sean independientes, seguramente la realpolitik los obligará a asociarse, pero no estoy seguro si será a Marruecos el socio; ojalá. Pero tendrán que hacer muchos esfuerzos para cerrar las heridas.

 

¿Qué balance hace del episodio de Ceuta? ¿Quién ha salido beneficiado?

Bueno, tengo la experiencia de haber quedado sitiado en los noventa en Ceuta, a pocos kilómetros de mi casa, ya que yo vivía en Tarifa, a la sazón. La experiencia de la ciudad sitiada es muy a lo Albert Camus, te lleva a la desesperación. Mientras, se producía el último episodio de hace pocos días la prensa publicaba un artículo mío titulado “La guita de Vélez de la Gomera”, que había escrito antes de la crisis, y donde relativizaba las fronteras. Yo creo que Ceuta y Melilla tienen razones sobradas para sostener su “españolidad”. Como los melillenses sostienen fuesen presidios o no allí están desde antes de la conquista del reino de Granada. Son muchos siglos, ciertamente. Además, son ciudades plurales. En los últimos años se han enfatizado el reconocimiento del mundo amazigh y hebreo, sobre todo, importantísimos en la vida local, amén del musulmán y el sustrato cultural español. En el fondo, a nadie le interesa alterar ese statu quo, ni siquiera a las antiguas tribus del entorno, que no se entienden con el majzén marroquí. Desde luego, a España no se le ocurría enviar una legión de miserables a Gibraltar, como si fuese la cruzada de los niños, que sin armas en la Edad Media se dirigió a Jerusalén pensando que iban a caer sus murallas a la simple vista de los inocentes congregados. El poder alauita ha actuado criminalmente, y el tema debería estar ya en los tribunales internacionales. Se puede hablar de todo, pero estos métodos son de otras épocas. Marruecos tiene un problema, que afectó en el pasado a muchos Estados del mundo, provocando guerras catastróficas, y es aceptar sus actuales fronteras renunciando a la idea quimérica del gran Marruecos, planteando tus reivindicaciones en el marco de las instituciones internacionales.  Creo que el poder real en Marruecos ha cometido una serie de torpezas, que indican la falta de sagacidad actual de su diplomacia. España ha salido respaldada por la comunidad internacional y europea, a pesar de la debilidad de su Gobierno actual. La actitud zen le ha venido bien. Pero ahora España, quizás acompañada por Portugal, debe mover ficha, vuelvo a repetir, presentándose como un Estado europeo pero africano, o al menos con intereses sólidos y fundamentados en África. ¿Acaso Turquía no se pretende europea por un trocito de tierra en Europa? Y sobre todo deben nuestros vecinos comprender que vivir en común es respeto, convivencia y diálogo. No podemos renunciar ninguno al espíritu de al-Ándalus. Nosotros, al igual que el Magreb, también lo encarnamos.

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