España tuvo su proyecto inacabado de Panteón de los Hombres Ilustres. El diseño original fue realizado por el arquitecto Fernando Arbós y Tremanti, que -a falta de presupuesto- quedó por construir la basílica, y su torre quedó aislada en lo que hoy es un colegio. Se realizaron varios intentos, a fin del siglo XIX e inicio del XX, de traer al Panteón los restos mortales de literatos y artistas del siglo del Oro, así como políticos liberales. Algunos llegaron a ir, pero fueron devueltos a sus lugares de origen por la paralización del proyecto. El general Prim fue el último en salir, en 1971, con su mausoleo de hierro, camino de Reus.
El Panteón -desde los años treinta hasta los ochenta del siglo XX- fue abandonado. Y hasta la actualidad prácticamente olvidado. En los años ochenta se restauró para las visitas turísticas. El franquismo no tuvo interés en realizar homenajes o visitas institucionales, pero los presidentes de la actual democracia tampoco. EL TRAPÉZIO lo ha visitado.
El guardia de seguridad, que lleva años vigilando el Panteón, afirma que «esto solamente es museo. No hay homenajes ni visitas de políticos». Esto explica el enorme protagonismo del Valle de los Caídos como mausoleo político por ausencia de competencia del Panteón de los Hombres Ilustres, nunca apoyado por la clase política española.
El Panteón de los Hombres Ilustres está situado en un triángulo madrileño lleno de elementos históricos. En uno de los vértices hay un monumento -parcialmente escondido por árboles- a los héroes de la guerra hispano-estadounidense (1898). En otro de los vértices está la Iglesia de Nuestra Señora de Atocha, donde Amadeo de Saboya visitó el cadáver de Prim y donde reposan los restos mortales de Bartolomé de las Casas. De un lado está la avenida Ciudad de Barcelona (en paralelo a las instalaciones de RENFE), del otro lado, el paseo de la Reina Cristina (con la sede del Gobierno Militar) y, en frente, la Real Fábrica de Tapices.
De estilo neobizantino, las divisas de «lealtad» y «honor» presiden la entrada y nos conducen a unos pasillos con diferentes sepulturas, formadas -cada una de ellas- por un monumento esculpido a mármol con alegorías y la forma del cuerpo del ilustre. En el patio hay un mausoleo conjunto donde están los iberistas Mendizábal y Olázaga, entre otros liberales.
Juan Álvarez Mendizábal, famoso por la desamortización, tuvo un papel clave en el primer intento de ofrecimiento del trono español a Pedro IV de Portugal (y emperador de Brasil). Salustiano Olázaga fue uno de los protagonistas, junto con Ángel Fernández de los Ríos, el marechal Saldanha y el general Prim, del segundo gran intento -en 1870- de ofrecimiento a Fernando II de Portugal de la corona española. El caso del iberista portugués João Carlos de Saldanha está sepultado junto a los reyes de Portugal en el Panteón de los Braganza en Lisboa. Además de tener un monumento y una plaza como Duque de Saldanha.
Portugal tiene un Panteón Nacional, con personajes ilustres -como Amália Rodrigues, Humberto Delgado o Teófilo Braga- y cenotafios (monumentos sin cuerpo presente) de sus viejos héroes ultramarinos: Nuno Álvares Pereira, Enrique el Navegante, Vasco da Gama, Pedro Álvares Cabral, Afonso de Albuquerque y Luís de Camões.
España siempre ha tenido problemas a la hora de consensuar una memoria colectiva para las dos (o tres) Españas ideológicas. Remontarse al periodo imperial de El Escorial es polémico para la izquierda y el periodo de la II República lo es igualmente para la derecha.
Parecería que la generación liberal de la Constitución de Cádiz, muchos de ellos iberistas y antinapoleónicos, que participaron en la guerra de independencia -llamada «peninsular» por portugueses e ingleses-, que formaron parte del gobierno del trienio liberal y del isabelino, que soñaron en el sexenio revolucionario y que se integraron en la Restauración, pudieran ser candidatos a héroes compartidos por las derechas y las izquierdas españolas.
Lo más pragmático sería establecer un Panteón con cenotafios dada la necesidad de la colaboración familiar. A los héroes liberales, se les podrían sumar los intelectuales de la generación de los 98 -como un Unamuno, un Juan Valera, un Ganivet, un Ortega, un Américo Castro o un Sánchez Albornoz-, artistas populares -como un Paco de Lucía- y algunas figuras republicanas, regionalistas, progresistas o federalistas ibéricas, como un Pi i Margall, un Pablo Iglesias Posse, un Joan Maragall o un Azaña, que yacen en sus pueblos, en sus lugares de exilio o -muchos de ellos- en el Cementerio Civil de Madrid. Sin embargo, hasta el momento, la clase política española ha sido incapaz de llevar a cabo la recuperación y relanzamiento del viejo proyecto del Panteón o -incluso- crear uno nuevo.
Pablo González Velasco