Sánchez Albornoz, embajador de la República española en la Lisboa de 1936

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Ha llegado a mis manos el libro Claudio Sánchez-Albornoz, embajador de España en Portugal (1995), donde se recogen textos de varios autores y, especialmente, documentación proveniente de varios archivos, incluyendo textos de su puño y letra. El historiador Sánchez Albornoz (1893-1984), poco dado a incorporar una visión antropológica a su perspectiva, fue embajador en Lisboa de mayo a octubre de 1936, por tanto, estaba en Lisboa cuando se produjo el golpe militar y la posterior guerra civil. Lusófilo e iberista, Albornoz había desarrollado, dos décadas antes de ser embajador, una importante investigación en el archivo lisboeta de la Torre do Pombo que se traduciría en el libro de 1920: La curia regia portuguesa. Además, su primera esposa Concepción Aboín tenía origen portugués. Por todo ello, tenía un alto interés y conocimiento de Portugal, así como varios amigos portugueses.

Su llegada a Lisboa fue relatada de esta forma por don Claudio: “El día de San Isidro salí de Madrid para tomar posesión de la Embajada en Lisboa a la que mi buena ventura me llevaba. Y escribo buena ventura porque mi ida a Portugal me permitió no participar en la gran locura de la guerra civil”. “Al llegar me sorprendió ver llena hasta los topes la estación de Rossio y oír gritar a la multitud: ¡Viva la República! Se habían dado cita allí los enemigos de la dictadura de Salazar para manifestarse así contra ella. Pero la policía portuguesa lo había sospechado había tomado con ametralladoras los alrededores de Rossio y el comienzo de la ruta que yo había de seguir. Y durante mis primeras jornadas lisboetas hube de emplear a mis colaboradores en solicitar la libertad del centenar de estudiantes detenidos en la noche de mi llegada”.

La misión diplomática de Albornoz era muy complicada porque António de Oliveira Salazar veía a la II República (con excepción del bienio negro) como un nido de federalistas ibéricos y una fuente de desestabilización interna por la simpatía que causaba, por la libertad de expresión y por la protección que ofrecía a sus opositores. Por ello, Salazar apoyará desde el minuto uno la sublevación, facilitando al máximo la logística del bando nacional, colaborando en la represión y reclutando voluntarios (Viriatos). Lo hará por afinidad política y por puro anti-iberismo, alarmado de forma desproporcionada por el famoso perigo español.

Albornoz intentó granjearse cierta amistad con Salazar de catedrático a catedrático. Eso no impidió que el régimen le hiciera la vida imposible, aunque consiguió alguna cesión puntual para salvar su pellejo y el de algunos republicanos que cruzaron la Raya. En su primer discurso ante el general Carmona, presidente de la República Portuguesa, Albornoz afirmaría: Amo a Portugal desde los años ya lejanos de mi mocedad; siento profunda admiración por sus gestas heroicas, por sus letras gloriosas y por su arte espléndido; corre sangre portuguesa por las venas de mis hijos; tengo aquí muchos y queridos amigos y experimento, por todo ello, placer especial al venir a Lisboa como representante de la vieja y de la nueva España; de la vieja y de la nueva España, porque la República española tiende su puente hacia el futuro enraizada con fuerza en su pasado, siempre, como el presente, creador y dinámico. Pueblos hermanos, de vidas paralelas, España y Portugal han prestado a Europa en horas críticas de su historia servicios sin par”. (…)

España y Portugal, si saben aprovechar el clima favorable en que van a moverse y aciertan a actuar en amistosa conjunción, han de volver a cumplir misión decisiva en la Historia del Mundo. Dispongámonos, portugueses y españoles a la tarea fraterna, y sin remedio paralela. Por mi conducto, la República española, fuerte en su mocedad, tiende su mano leal a la portuguesa para que, firmes en una hermandad con profunda inconmovibles raíces en las entrañas mismas de la tierra peninsular y de su gloriosa historia común, y ahincados de su pasado de fundadoras de pueblos”.

Después de estar con el presidente de la República Portuguesa, se encontrará con Salazar, presidente del Conselho de Ministros (“gobernador todopoderoso de un barroco país”), en el Palacio de São Bento, antiguo convento, en un ambiente de sencillez y soledad. Albornoz nos cuenta la experiencia: “Difícil comenzar. Dos condiciones, me dice Salazar, son necesarias para el éxito de su gestión en Portugal. Primero que España no sienta ningún empeño en relación a la independencia portuguesa. Ya apareció el buitre del recelo lusitano, pensé instantáneamente. Ni aún aquí puedo dejar de oír hablar a la suspicacia de estos hombres que para vivir separados de nosotros en un esfuerzo de centrífuga desiberización se lanzaron al mar hace centurias. Aquí como en el discurso de Carmona, en la radio, y por doquier, grito terrible y angustioso el de estos portugueses, emanado quizá de un subconsciente desazonado acaso por la íntima e inconfesable convicción de secular error de su postura y acaso torturado por el presentimiento de su tan centenaria como interina situación. “Señor Presidente -le interrumpo- España desde hace tres siglos no ha pensado en conquistar a Portugal. Esa suspicacia portuguesa no puede menos de hacer reír en tierras españolas. Mala sazón para conquistas”. (…) “Y además -añade Salazar- es necesario para que su gestión tenga éxito que España no se mezcle en la vida interior de Portugal”. Lo que era complicado dada la libertad de expresión y de imprenta en España, porque Salazar se quejaba de lo que se decía y se escribía sobre él. A Albornoz no le impresionó Salazar en términos de hombre de Estado o genio político.

En una visita al Senado portugués, el embajador español destacó el “sentido de hispanidad de las grandes figuras de Portugal” y fue recibido por en la Academia de Ciencias de Lisboa por Fidelino de Figueiredo. Tras el 18 de Julio, Albornoz no tuvo que moverse ni hacer un espionaje extra del servicio que ya tenía montado desde el Palacio de Palhavã: “Medio Lisboa se ha colocado a mi lado”. Recibía continuamente información de anónimos sobre los apoyos logísticos y financieros lusos a los rebeldes españoles. Sánchez Albornoz, en su documentación, señalará a un capitán del Ejército, Henrique Galvão, que posteriormente será opositor a la dictadura conocido por el episodio del Santa María (Santa Liberdade; Operación Dulcinea) y favorable a una alianza ibérica de oposiciones, por entonces era un informador al servicio de Portugal entre las tropas sublevadas en Sevilla y Badajoz. Un ejemplo de cómo se puede evolucionar políticamente.

En los primeros meses de guerra, el embajador español, según sus palabras, cumplía con su deber “protestando contra la ayuda de Portugal a los enemigos de la República y contra los desafueros de la policía portuguesa. En pugna violenta con ella hube de hacer embarcar en naves francesas de paso por Lisboa a algunos republicanos en peligro de ser entregados a la España fascista; a los que llevaba hasta el puerto en mi coche y que, en el puerto, intentaba a veces la policía arrancarme de las manos.

Albornoz consiguió que el Gobierno portugués no autorizara a Sanjurjo a volar desde el aeropuerto de Lisboa, teniendo que hacer el despegue de forma precaria e improvisadamente desde la Quinta da Marinha. Sanjurjo se estrella a los pocos momentos del despegue y termina envuelto en llamas al impactar contra una valla de piedra en la actual rua de Santa Cruz, en la pedanía de Areia (Cascais), donde sus compañeros de armas erigieron en 1961 un cutre monolito conmemorativo con una placa. Todavía está y, sorprendentemente, en el medio de la calle. Siempre se achacó el accidente al sobrepeso, pero desconocemos la historia contrafactual si hubiese salido desde el aeropuerto. En la cabeza de Albornoz pesó durante un tiempo si eso habría mudado la historia de España, en el sentido de que Sanjurjo hubiese sido mejor que Franco, pero se perdonó por esa contribución indirecta franquista en medio del azar del destino.

Por otro lado, desde Lisboa, Albornoz “por intermedio de Correa Luna, ministro de la Argentina, había solicitado personalmente la intervención de Saavedra Lamas, canciller del Gobierno de Justo, a quien había conocido en Buenos Aires en 1933. Saavedra Lamas ofreció la mediación [entre ambos bandos de la guerra civil]. Pero ello no bastaba; corrí en París a visitar a Le Bretón, embajador argentino en Francia, para concretar el modo en que la promesa podía ser eficaz. Le propuse que su país tomara la iniciativa de organizar unas fuerzas militares hispanoamericanas que pudieran interponerse entre las facciones españolas en batalla. No podían ser sospechosas para ninguno de los dos campos; eran hermanos de América que llegaban a poner paz entre hermanos de España. Le pareció excelente idea; el sistema ha sido luego empelado más de una vez en contiendas civiles y sin el peso sentimental de la fraternidad que estaba en la base de mi propuesta. Escribió o telegrafió a Buenos Aires. Pero, entre tanto, Francia e Inglaterra ofrecieron mediar en la batalla. Y Argentina se retrajo al conocer el doble rechazo por rojos y blancos de la doble iniciativa”.

Los profesores Ana Vicente y António Pedro Vicente cuentan en el libro que de Lisboa Albornoz huye a Burdeos, donde tenía familia paterna y acababa de llegar Menéndez Pidal. Regresó a Valencia, donde pudo hablar con Azaña y conocer las críticas de Largo Caballero a su papel en Lisboa. Horas antes de la ocupación de Burdeos por los nazis, huyó para la zona libre y de ahí al exilio en Buenos Aires vía Marruecos y Lisboa. Para salir de Francia, Albornoz escribió a Salazar para pedirle que le autorizase para dejar Europa a través de Lisboa. Salazar le respondió: “Venga, pongo los cónsules de Portugal a su disposición”. Posteriormente, fue presidente del Gobierno de la República española en el exilio entre 1962 y 1970. Le reemplazaría al frente de la Embajada, Nicolás Franco Bahamonde, embajador de su hermano durante dos décadas.

 

Pablo González Velasco

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