El marqués de Quintanar, una rara avis del hispanismo lusófilo tradicionalista

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Fernando Gallego de Chaves y Calleja (1889-1974), conocido también como conde de Santibáñez del Río y marqués de Quintanar, fue un ingeniero de caminos, poeta, ensayista español -de fuertes convicciones monárquicas y lusófilas– y primer director de la revista Acción Española. Fue miembro fundador en 1922 de la Sociedad de Amigos de Portugal y admirador del integralismo lusitano. En 1930 tradujo al español el libro de António Sardinha: A Aliança Peninsular (1924).

Implicado hasta el tuétano en todas las conspiraciones golpistas contra la II República, es -independientemente de su ideología- uno de los españoles que mejor conoció a Portugal, genuino representante -desde al menos 1920- de la idea de la alianza peninsular de António Sardinha, con el que construyó una gran amistad. Durante la II República, Quintanar se solidarizó con Salazar por el “imperialismo” de Azaña -por su ayuda al grupo de los Budas- “contra Portugal”, y celebró la invasión de “10.000 legionarios portugueses” (los viriatos) para ayudar al bando nacional en la Guerra Civil española. Quintanar señala como excepción -entre los republicanos españoles- a Indalecio Prieto como hombre que respeta la soberanía portuguesa. Como tantos tradicionalistas acabaría -con el tiempo- distanciándose del régimen de Franco.

El exilio de Don Juan de Borbón en Estoril hizo que el monarquismo y la lusofilia de Quintanar vencieran a su concepción tradicionalista, adhiriéndose a la causa monárquica-liberal del entorno del diario ABC. Don Juan aprendió portugués y su hijo, Juan Carlos, lo domina, lo que fue un activo en las relaciones luso-españolas e iberoamericanas. El nieto, Felipe VI, tiene nociones del idioma de Camões y conocimientos avanzados de los conceptos de lusofonía e iberofonía. El marqués de Quintanar vivió entre la Plaza de Santa Bárbara, en Madrid, y Segovia, donde hoy se conserva un Palacio (de uso cultural y hotelero), que gestiona la Junta de Castilla y León, una finca de caza y una ganadería de toros con su nombre.

Quintanar era una rara avis porque se creía su lusofilia. No era una apariencia o una moda. En los años veinte existió en España un clima pacífico favorable a lo lusófilo. Incluso hubo un dialogo literario animado por muchos intelectuales como el excéntrico fascista Ernesto Giménez Caballero. En parte era solidaridad monárquica, pero también había intelectuales interesados como Luis Araquistáin. Según Quintanar, “la emigración portuguesa se propagó considerablemente en muchas provincias españolas, y llegó a Madrid para adquirir una estabilidad que le había faltado hasta entonces. Gente joven y animosa, los monárquicos portugueses empezaron muy pronto a hacerse sentir en la vida española”.

HISPANISMO COMO RENOVACIÓN DEL IBERISMO EN LOS AÑOS VEINTE

El hispanismo del monárquico António Sardinha no nació a consecuencia de la hospitalidad española por su exilio en España entre febrero de 1919 y abril de 1921. La idea aliancista ya la manejaba en 1915, aunque sí se puede afirmar que su descubrimiento de España (en España) le permitió elaborar una interpretación conjunta de la historia peninsular, consolidando algunas ideas y rectificando la tradicional suspicacia anticastellana lusa. Lo que objetivamente le enmarca en la línea que hoy llamo: iberismo metodológico (o criterio hispánico de análisis, según Gilberto Freyre bajo influencia del escritor de Elvas). Sardinha se convenció de que los anexionistas españoles eran una minoría que nadie escuchaba y que el peligro histórico entre Castilla y Portugal había sido recíproco. El 4 de abril de 1921, António Sardinha pronunció la conferencia La Alianza Peninsular (antecedentes y posibilidades) en la Sociedad Unión Ibero-americana en Madrid. En 1924 esta conferencia y otros escritos se convertirán en el famoso libro-testamento de Sardinha. El hispanismo sirvió -a Sardinha y a Quintanar- para establecer una matriz autónoma cultural ibérica, alejándose del tradicionalismo francés que tanto les había influenciado. Condenan que “lo latino” se imponga a “lo hispánico” en América.

La propuesta de Sardinha consistía en sustituir el dualismo de oposición por el dualismo de cooperación entre España y Portugal. En 1920, el marqués de Quintanar escribe el libro Portugal y el hispanismo, donde ensaya una transición generacional del iberismo al hispanismo. Son muchos (los conceptos y las personas) los que emigran del progresismo al conservadurismo. Quintanar conoce bien el iberismo, preserva a la Generación del 70 de Coímbra y la incrusta, ya bajo el influjo de Sardinha, en las ideas del tradicionalismo, rechazando su progresismo. El libro Portugal y el hispanismo tiene un primer capítulo cuyo título es elocuente: “El hispanismo sustituyendo al iberismo”. Estos hispanistas intentan extirpar esa ibericidad -preservándola- y llamarla hispanismo y posteriormente hispanidad, injertándola en un nuevo cuerpo doctrinal tradicionalista, más cercanos al miguelismo que al carlismo. Quintanar dirá que Oliveira Martins sólo utiliza civilización ibérica en el célebre título del libro; el contenido es plenamente “hispanista”. Hay que constatar que Quintanar tenía más prevenciones que Ramiro de Maeztu, a la hora de equiparar españolidad e hispanidad, aunque ambos habían leído a la Generación del 70. La transición del hispanismo de Sardinha y Quintanar a la hispanidad de Maeztu dejará por el camino a la lusofonía.

Con el concepto de “hispanismo” no sólo pretendían darle a “lo ibérico” un barniz más conservador, sino darle un sentido más aliancista, desprendiéndose del fantasma fusionista-inmediatista del iberismo temprano liberal y federalista, cuya pretensión -por entonces- era la construcción de una nación ibérica. También era una alternativa a otro tipo de federalismo ibérico incorporado e instrumentalizado por el nacionalismo de las regiones.

Monís Barreto, profeta de la “alianza peninsular” y referente de António Sardinha, sostenía que “Portugal representa para España la seguridad de su frontera occidental y la adquisición de un extenso litoral como base de operaciones navales en el Atlántico y un incremento de fuerzas militares por la adición del contingente portugués. España puede encontrar alianzas más poderosas que la alianza portuguesa, pero ninguna menos cara, que la comprometa menos y que más se avenga con su propósito de neutralidad vigilante y decidida a hacer respetar sus derechos”.

Quintanar afirma: “Dos hechos de altísima importancia para España se han destacado recientemente de ese triste caos de la política portuguesa. El primero, el renacimiento intelectual de un deseo de aproximación de las dos naciones peninsulares, por parte del núcleo integralista; el segundo, el antiespañolismo agresivo de D. Manuel de Braganza”. Un monarca que -en su exilio inglés- dejó tirados a los monárquicos subversivos, incluyendo a los integralistas. Sardinha tuvo que pasar página al final de su exilio español, aceptando la autoridad de la República. El gobierno español fue neutral durante la disputa entre monárquicos y republicanos portugueses. La estrategia de la derecha lusa pasaba por controlar a la República por dentro, que es lo que ocurrió bajo el personalismo de Salazar, abandonando la táctica de la insurrección monárquica. Posteriormente el salazarismo y el integralismo siguieron por caminos distintos. El primero con el poder total y el segundo desapareciendo.

El marqués de Quintanar viajaba con frecuencia a Portugal con perspectiva de analista. Allí coincidió en alguna ocasión con Manuel Bueno, Ramiro de Maeztu y José María Pemán. Visitó en 1930 la finca de António Sardinha en Elvas (Portugal), la Quinta do Bispo, “envuelta en frondas de frutales frente a la gracia pensativa y fuerte del acueducto”, con su biblioteca y escritorio intacto (desde la muerte de Sardinha en 1924), con vistas a un jardín perfumado, del que -intuye que Sardinha- disfrutaría en los descansos de su escritura. Allí le recibió su viuda, como también lo haría años más tarde Gilberto Freyre.

ORIGEN DEL NEOIBERISMO HISPÁNICO SARDIÑISTA

En 1915, la cuestión ibérica reúne, en las salas de La Liga Naval de Lisboa, “a un núcleo intelectual temeroso a un mismo tiempo del imperialismo de Don Alfonso XIII y del renacimiento federativo revolucionario”, cuenta Quintanar. En ese encuentro de 1915, Sardinha ya anticipa la idea aliancista, pero todavía no tiene una doctrina hispanista y mantiene una cierta suspicacia contra Alfonso XIII y ciertas dosis de hispanofobia, que posteriormente abandonará. Sardinha se hará hispanófilo, dejando clara su defensa de Portugal. Incluso considerará a Castilla como una hermana mayor de Portugal.

En el Portugal de los años veinte el iberismo estaba peor visto que en la actualidad. No obstante, hoy todavía quedan rescoldos que progresivamente van desapareciendo, con un suelo nada despreciable. Quintanar atribuye al movimiento iberista decimonónico a una de las causas del odio portugués a Castilla. Cabe matizar que el iberismo, en su versión nacionalista ibérica, podía reavivar viejos odios, pero también había nuevos odios debido al furor del nuevo nacionalismo del nuevo Estado republicano, ambos representados por la Comisión Primeiro de Dezembro. En palabras de Quintanar: “La palabra iberismo es la cumbre que atrae todas las tempestades”. En su libro Diálogo Peninsular afirma que “el iberismo quedó de este modo desacreditado como definición. Y pudimos pensar que la era triunfal de lo hispánico y del hispanismo se inauguraba teniendo delante un terreno despejado y sin límites”. A posteriori, vemos que sí tuvo sus límites. En años setenta ya se percibe el agotamiento de lo “hispánico”, volviendo con fuerza la terminología de lo ibérico y lo iberoamericano.

Quintanar afirma que “Sardinha, con su perspicacia psicológica, había tardado poco en darse cuenta de que el único pecado de España en el problema peninsular era su ignorancia de Portugal”. Algo que también valía en sentido inverso. Quintanar deja clara la operación de marketing conceptual que realizan los tradicionalistas españoles y portugueses: “De poco nos serviría la lección de la Historia, si al antiguo iberismo no le diésemos un valor actual y efusivo. Le habremos de cambiar hasta el nombre por poco científico, por evocador de cosas que hay que borrar forzosamente, y porque designará el cauce nuevo de las viejas aspiraciones. Le llamaremos hispanismo”. Carlos Lobo de Oliveira lo expresaba así: “Em vez de iberismo, palabra desacreditada y dudosa, tal vez suene mejor la palabra Peninsularismo, aspiración diferente y noble”. Y añade que -en España- la “idea de absorción imperialista germina en un pequeño núcleo sin acción”. “España sabe bien que Portugal no puede ser absorbido”.

INGRATITUD DE MAEZTU CON SARDINHA Y EL MUNDO LUSO

Sorprendente e ingratamente, Maeztu no cita a Sardinha en Defensa de la Hispanidad (1934). Recordemos que en 1930 Maeztu hace el prólogo para la traducción española de A Aliança Peninsular, donde afirma que era uno de los “grandes profetas de la Hispanidad” y que “le quiso”.

Aunque conoce Portugal y Sardinha, Maeztu no moviliza ese conocimiento para justificar una hispanidad amplia; simplemente hace una aclaración inicial sucinta, poco convincente para los documentados, de entender la hispanidad en sentido amplio (panibérico). Mala praxis. Si se hace amplia, hay que profundizar; si lo que se propone es la hispanidad en sentido estricto, confunde. Como herencia maldita, muchos hispanistas de hoy en día repiten aquello de que “somos todos hispanos”, como latiguillo, sin interesarse ni profundizar en el conocimiento del mundo luso. Maeztu lo tenía fácil: citar sus propias “cartas de Portugal”, artículos para el diario Sol entre 1922 y 1923. Como mínimo Maeztu tenía que haber incluido un capítulo entero sobre Portugal y Brasil, o, mejor, no hacer ninguna mención al mundo luso y dejar la hispanidad para el espacio hispanohablante. En realidad parece que Maeztu desiste de la hispanidad amplia a corto plazo, aunque deja la puerta abierta para el futuro.

Quintanar publicará el libro Diálogo peninsular (1º ed. 1964; 2º 1971) en Ediciones Cultura Hispánica, donde en uno de sus capítulos hace un paralelismo entre Maeztu y Sardinha, amigo íntimo de ambos. Tanto el vasco como el portugués habían sido republicanos y progresistas en su juventud. Quintanar y Maeztu saben de que muchos portugueses se quejan por la terminología de la hispanidad. En el caso de los españoles, en una carta de Antonio Machado para Maeztu le agradecerá el envío de “su hermoso libro ‘Defensa de la Hispanidad’, que he leído y releo con deleite. Sigo su obra con gran interés desde los días en que todos pecamos algo contra la hispanidad. Lo que juzgo difícil, querido Maeztu, es que se despierte en España una corriente de orgullo españolista parecida al patriotismo de los franceses o de otros pueblos. (…) España ha sido siempre muy poca cosa para un español. Tal vez sea ésta la causa de nuestra decadencia actual y de nuestra pasada grandeza. Aun todavía, si habla usted de las banderas de Cristo, encontrará usted quien le siga; con la bandera española no entusiasmará usted a nadie”.

FELIPE II COMO PARADIGMA DEL DUALISMO DE LA COOPERACIÓN

Parte de los iberistas del siglo XIX iniciaron un proceso de rehabilitación de la figura de Felipe II como rey de Portugal, otros prefirieron evitarlo para no agitar el avispero, ni ponerlo como ejemplo. Lo cierto es que la construcción conceptual del término “unión ibérica”, poco querido por historiadores actuales por razones de “anacronismo”, viene de aquel periodo de auge del iberismo a mediados del siglo XIX. En lo que se refiere a los hispanistas, liderados por Sardinha y Quintanar, también se realizó otro intento de rehabilitación y, en este caso, como un paradigma de un dualismo de la cooperación, un referente de monarca ideal. Sobre el concepto de dualismo caben críticas porque la monarquía polisinodial articulaba más de dos reinos, aunque es cierto que el Reino de Portugal era un elemento «especial». Probablemente algo de dualidad había en la mente de Felipe II porque la pata portuguesa venía -de alguna forma- como herencia de su madre. El espíritu de las Cortes de Tomar, o del viejo Tratado de Tordesillas, iban en ese sentido. En las últimas décadas ha emergido una nueva visión más equilibrada del periodo filipino desde la historiografía portuguesa, brasileña y española, donde destacan Pedro Cardim, Fernando Bouza o el grupo de investigación BRASILHIS.

Quintanar elogiará el proceso de legitimación de Felipe II como rey de Portugal, así como señalará que “hasta Teresa de Jesús, desde el fondo de su celda carmelita, escribió al arzobispo de Évora, don Teutonio de Braganza, pidiéndole que procurase evitar la guerra, haciendo desistir al Duque, por bien de ambos Reinos, que ya Felipe II hacía cuanto podía por procurar concierto, siendo él quien tenía toda justicia, según todos proclamaban”.

Felipe II vivió con su corte dos largos años en Lisboa, donde la contemplación del Tajo era su mayor ocio. Quintanar nos cuenta “ya, en carta de septiembre que el embajador Saint Gouard escribía desde Lisboa al Secretario de Estado de Villeroy, después de dar buenas noticias de la salud del Monarca español, añadía que “se pasaba todo el día en una ventana, viendo con gran placer descargar los navíos llegados de la India”.

Sería lógico responsabilizar a los Felipes de la no creación de nuevas universidades en el Imperio portugués durante el periodo de la Unión Ibérica de Coronas. No obstante, hay mencionar una excepción (con sus matices) en la Lisboa hispánica. Como se cuenta en el libro La fiesta del barroco: Portugal hispánico y el imperio oceánico: “Felipe II (I de Portugal) estableció en 1594 el Aula do Risco do Paço da Ribeira, punto de encuentro em Lisboa de arquitectos, ingenieros y cosmógrafos que dotó a la capital de una verdadera academia” (matemática), que “contribuyó a mantener y difundir la ideología de la corte Habsurgo después de la marcha de sus principales protagonistas”. El Torreón del Paço fue una de las marcas del periodo filipino. Felipe II, de inicio a fin, se esmeró para realizar un reinado impecable, desde la unción a las exequias, cuidando al máximo el ritual de legitimación, en términos de argumentación, simbolismo, consideración, reparto del poder, juramento, presencia y puesta en escena.

El marqués de Quintanar afirmará en Diálogo Peninsular que “la doble Monarquía, que Felipe II inició tan respetuosamente y que el Conde-Duque de Olivares malbarató, confiando a la fuerza sus errores y dando paso en 1640 a otra forma de dualismo peninsular, aunque esta vez de oposición, ya que, por el hecho de su separación política, las dos naciones ingresaron en la política cambiante del equilibrio europeo nacido ocho años más tarde con la paz de Westfalia. Y nada más. Nada más, sino señalar, como Sardinha, que el primer dualismo, el de cooperación, coincide con el apogeo de la Península, como el segundo, el de oposición, con su decadencia, y también el hecho de nuestros respectivos Monarcas no abandonan, pese a la política continental que les enfrenta, a partir de 1640, la idea de las alianzas matrimoniales, y que luchamos a un tiempo contra el Imperio revolucionario de Napoleón”.

Eugenio Montes explicaba el dualismo peninsular de esta manera: “el ser de los dos pueblos peninsulares está en su absoluta voluntad de independencia; pero su existir está en la fatalidad de que nada importante le pueda acontecer al uno sin que afecte en lo más profundo al otro; o sea, en la entrañable dependencia. Cada cual a su guisa en las horas ordinarias; juntos y apretados en las extraordinarias, cuando, para lo mejor o para lo peor, late el corazón de esa cosa tremenda que llamamos la Historia. Ahí hay dos hermanos. Cada uno tiene su vida: una vida diferente, distinta”.

EL HISPANISMO LUSÓFILO Y BRASILEÑO

Es posible separar el doctrinarismo tradicionalista anti-liberal de su perspectiva ibérica. Incluso es posible compartir parte de sus críticas (no todas) al liberalismo. Hoy en día el concepto de fondo del dualismo de la cooperación entre ambos Estados, creado por Sardinha y difundido por Quintanar, forma parte de consenso del discurso del actual movimiento iberista. Por puro pragmatismo sobre la base de los Estados-nación realmente existentes se llega a las mismas conclusiones. Ya en su época, el brasileño Oliveira Lima lo calificaba de neoiberismo. Amigos y enemigos lo consideraban una operación de marketing del viejo iberismo. Dentro del tradicionalismo actual, el hispanismo de Sardinha es reivindicado por Miguel Ayuso, presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II.

Cabe destacar una derivada del sardiñismo que es su influencia sobre autores brasileños como Gilberto Freyre y José Pedro Galvão de Sousa (fundador de la revista la revista hispano-brasileña Reconquista en los años cincuenta), ambos abordados recientemente en un canal de YouTube brasileño llamado Hispanidade BR, una valiente iniciativa de los hispanófilos brasileiros Pedro Fortuna y David Vega. Este último acaba de sacar el libro A Hispanidade para o Mundo Lusófono do século XXI. Lectura obligatoria para todo hispanista militante. Para el iberista acostumbrado al ámbito de la iberofonía no será tan necesaria, pero sí recomendable. Sin duda un libro que le hubiese gustado al marqués de Quintanar.

 

Pablo González Velasco

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