Historia e historias de proximidad: La ruta de Fernán Centeno (II)

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El itinerario que proponemos para esta ruta de Fernán Centeno puede comenzar en el lugar de su nacimiento, Ciudad Rodrigo, o en el de su muerte, Coria. El orden de los factores no altera la historia, ya que estas dos ciudades aparecen unidas por la geografía lusitana, fronteriza y leonesa y por el pasado y presente romano, episcopal, militar y taurino. Todo es común y sin una no se entiende la otra. Además, ambos puntos de comienzo representan lo urbano –casi los mismos habitantes en cada una de ellas– desde lo que se ha de partir para llegar a lo rural, a la Sierra de Gata. Pero, como hay que decidirse, optemos, si se quiere, por arrancar desde la extremeña, puesto que a su tierra se vinculó la vertiente sur serrana desde la más lejana antigüedad.

En tiempos de “el Travieso” Coria era una pequeña urbe episcopal que había sufrido las consecuencias de las guerras luso-castellanas del XIV y que volvía a verse enfrascada en conflicto con la ocupación, primero, de los Solís y la venta, después, a los duques de Alba (1472). Perdida su condición realenga, será ya señorial hasta el siglo XIX. En el último cuarto de la centuria decimoquinta se construiría el castillo y se iniciarían el palacio ducal y la nueva catedral. En el exterior de ésta un balcón da tres pistas sobre el interior: arte, reliquias y terremoto. Hay que admirar la Puerta del Perdón, entristecerse frente al estado inerte del castillo, disfrutar de los detalles del palacio ducal y leer a Rafael Sánchez Ferlosio. Otear el puente sin río y pensar, ¿dónde exactamente murió Fernán Centeno?

Siguiendo la inercia del río Alagón, ya cerca de Monfortinho, una ondulación lleva el nombre de Castillo de Hernán Centeno. Aquí señoreó nuestro protagonista. Poco rastro queda de esta fortaleza y de otras que sembraron esta frontera –Benavente, Bernardo, Peña de Fray Domingo, Racha-Rachel o Peñafiel–. Pero se disfruta, y mucho, de los Canchos de Ramiro –¿un godo?– o de la historia del crimen de Malladas –libro de Luis Roso–. ¡Qué carga histórica la de este lugar! Nos adentramos ya en comarca serragatina, no sin antes apuntar que en la dehesa de Milana (Moraleja) hubo un castro prerromano y luego fortaleza andalusí y que la propia dehesa extremeña se hace pueblo blanco en Vegaviana. Ascendemos hasta Acebo porque, antes de morir en Coria, Fernán Centeno se retiró a este idílico lugar, según se cuenta. Es éste uno de los pueblos más bellos –y menos reconocidos– de este edén extremeño. Aquí está la “catedral de la Sierra de Gata”. El escudo de los Alba, en la torre, fue borrado en el Trienio Liberal. El barrio de la Torrita es pura delicia rural. Las llamadas “cabezas celtas” hipnotizan. Gracias, acebana, por conservar el encaje de bolillos. Y, de postre, naranjas. Allá la cascada Cervigona, una antigua fábrica de la luz y la zona de extracción de wolframio. Todo vigilado por una montaña sagrada. Para saber más, Chuchi del Azevo.

Hacia poniente Jálama se convierte en Xálima y la zona de descanso del “capitán de bandoleros” da paso a su zona de acción. Ahora sí huele a siglo XV. Retumban los nombres de Diego Bernal, de Alonso de Monroy y del propio Fernán Centeno en la atalaya de Trevejo. También los de Juan Piñeiro. No ahondamos más en su historia, pues tiene texto propio. Recorramos la “carretera paisajística” que une Villamiel con San Martín de Trevejo. Si se hace en otoño se corre el riesgo de sufrir síndrome de Stendhal. Entramos en el valle del Erjas, o val das Ellas. Nos recibe un mirador y ahí, sublimidad granítica, as torris de Felnán Centenu o de Rapapelo. Si se animan a subir, pasen primero a saludar a os Agüelus. Sí, aquí se fala mañegu, lagarteiru y valverdeiru, non se chapurrea. De la historia mañega también hemos escrito en otra parte, así que ahora solo recomendamos deleitarse con la arquitectura, bebel viñu en algunha boiga y comer en cualquier sitio. El café mejor en la Hospedería, antiguo convento de San Miguel. Este lugal de San Martín é unha das miñas devocions.

En Eljas apenas quedan en pie dos de las torres del castillo que ocupara Centeno, una redonda y otra cuadrada, pero ya se han hecho estudios arqueológicos y se quiere apostar por su valorización. El topónimo me da muchos quebraderos de cabeza. Que en su origen tiene un contenido plural no ofrece dudas, en lagarteiru es As Ellas. El río es el Erjas, con “r”, y en mapas antiguos suele llevar “h” al comienzo (Heljas/Herjas). El profesor Juan Carrasco, de la Universidad de Extremadura, me decía que podría ser mozárabe. En algún lugar he leído que podría tener el mismo origen, pero en variante galaico-portuguesa, que “herguijuela”, que en época medieval denota la existencia de una pequeña iglesia (ecclesiola), o varias. Al último pueblo antes de Portugal, Valverde del Fresno, pertenece el yacimiento de Salvaleón, cuyas excavaciones comenzarán pronto y darán muchas alegrías a los vecinos de la zona. Porque la arqueología dinamiza social, cultural y económicamente el territorio. Porque la historia es necesaria y es útil. Y, quizá, esta ruta de Fernán Centeno sirva para algo. Porque en este val verdi das Ellas se guarda la esencia de la frontera. Porque los aires son portugueses. Porque sus gentes vivieron del contrabando. Y, por si fuera poco, aquí se produce uno de los aceites mejor valorados del mundo. Y hay un restaurante con estrella verde Michelín. Y tantas otras cosas.

Pero nuestro itinerario ha de pasar el puerto de Santa Clara e internar en la provincia salmantina. Las subcomarcas de El Rebollar y Campo de los Agadones también son conocidas como la Sierra de Gata salmantina. Si bien menos onduladas que la parte extremeña, esta área está muy influenciada por la sierra e históricamente los contactos con la vertiente meridional han sido muy importantes, por ejemplo, en el intercambio de aceite y vino del sur con el cereal del campo salmantino. La zona está declarada Espacio Natural Protegido, lo que demuestra la relevancia paisajística y de biodiversidad que aquí se ofrece. Junto con el limítrofe Campo de Robledo, se trata de un espacio fronterizo en el que se custodian perlas arqueológicas como Irueña (Fuenteguinaldo), La Genestosa (Casillas de Flores) o Lerilla (Zamarra) o lingüísticas como el habla astruleonesa del Rebollar. Fernán Centeno también merodeó por sus pueblos, como demuestran las posesiones que tuvo en Peñaparda, en Robleda y en El Payo.

Y la corriente del río Águeda nos lleva a Ciudad Rodrigo, natura y sepultura de Centeno. No hay certeza de que la Miróbriga de los romanos estuviera exactamente en el solar en que a partir del siglo XII aparece Civitatem Roderici. Tampoco que sus famosas tres columnas no se hubieran traído de otro lugar. Pero se lleva con orgullo el gentilicio mirobrigense y las tres columnas en el escudo de la ciudad. Que esta tierra estuvo vetonizada y romanizada lo confirman, de todas maneras, la cercana villa de Saelices el Chico o el propio verraco a la vera del castillo. El caso es que hacia 1161, Fernando II de León sentó cátedra episcopal, en modo hereditario de la visigoda Caliabria, hoy en territorio portugués –Almendra, freguesia de Vila Nova de Foz Côa–, entonces reino de León.

En 1297 el área de Riba Côa se integró en Portugal y la frontera se aproximó aún más a Ciudad Rodrigo, que, desde entonces, no hizo más que fortificarse. La nobleza que aquí arraigó siempre titubeó entre lo portugués y lo castellano, lo que generó tensiones infinitas. Y así estaba la ciudad cuando vio la luz Fernán Centeno. Tanta guerra y rivalidad ha derivado, sin embargo, en un entramado urbano increíblemente bonito, repleto de suntuosos palacios renacentistas y de edificios eclesiásticos que esconden tesoros artísticos únicos. Uno de ellos es el convento franciscano, que acaba de ser restaurado y musealizado y que guarda los ecos del enterramiento de nuestro paladín, la capilla de los Centeno. Este es buen lugar para dar fin a nuestra ruta de Fernán Centeno, pero yo soy más de café, así que recorramos el sistema abaluartado, reflexionemos sobre nuestra historia y subamos al castillo, hoy Parador, para otear el horizonte. Al fondo la Sierra de Gata y las torres de Fernán Centeno, a poniente, Portugal.

 

Juan Rebollo Bote

LusitaniaeGuías-Historiadores

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