La Unión Ibérica a mediados del siglo XIX: una mirada desde Italia

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Se atribuye a Metternich la definición de Italia como una mera expresión geográfica. Dicha expresión geográfica se compone, básicamente, de una península -junto a varias islas vecinas- separada del conjunto europeo por unas elevadas montañas. Unas características que muy bien podrían aplicarse al espacio ibérico.

Quienes, en la época de Metternich, luchaban a favor o en contra de que Italia se convirtiera en una realidad política, manifestaron su opinión sobre la unión ibérica. Su opinión se caracterizó por la coherencia. O bien se defendían ambas uniones, o bien se oponían a ellas.

No faltaron discrepancias sobre el grado de semejanza entre las dos uniones. Algunos italianos encontraron problemas, como la ausencia de partidos que defendieran la unión en Portugal o de una lengua común, mientras otros consideraron que las diferencias entre los dos países eran irrelevantes.

La oposición se localizaba sobre todo en sectores católicos, ya que la unificación italiana amenazaba la supervivencia de los Estados Pontificios. Pero no faltó algún ejemplo fuera de ese ámbito, como el del político hispano-italiano Emanuele Marliani, que en 1869 se opuso a los proyectos iberistas monárquicos de España, por defender la candidatura del duque de Génova al trono español.

Desde el nacionalismo italiano se expresaron reiteradas simpatías. Cuando la publicación florentina Giornale Agrario Toscano comentó la obra de Nourrais y Béret L’association des douanes allemandes (1841), se pronunció a favor de un zollverein ibérico. Giacomo Durando era un buen conocedor de Portugal y España, por haber combatido contra miguelistas y carlistas. Expuso el paralelismo de las causas itálica e ibérica, señalando a los Borbones de ambas penínsulas como enemigos comunes. No obstante, habló de la extraña génesis de la nazionalità ibérica, debido a que la población se repartía en grupos aislados geográficamente entre sí. Confiaba en que el progreso terminaría derribando esas barreras.

Entre los republicanos, Mazzini manifestó repetidamente su opinión favorable a la unión ibérica, bajo un régimen republicano y formando parte de una Federación Europea. Por otra parte, Francesca di Giuseppe estudió cómo la difusión del mito garibaldino en Portugal se vio lastrado por la asociación de Garibaldi a la idea de la unión ibérica.

Cavour, figura fundamental en la unificación monárquica, se preguntaba en 1859 si Pedro V de Portugal sería capaz de ricostruire la patria ibérica, en un contexto de inmediata modificación del mapa de Europa, que pasaría a basarse en las nacionalidades. No en vano, Cavour estaba preparándose para dar un impulso decisivo a la unión itálica.

El matrimonio de María Pía de Saboya con Luis I de Portugal (1862) aportó simpatías italianas hacia una unión ibérica liderada por la dinastía de Bragança. Es lo que pensaba Michele Lacava, que formó parte de los garibaldinos en 1860. Unos años después hablaba sobre el espacio ibérico, resaltando su unidad geográfica, semejanza de clima, costumbres e historia. Pronosticaba que las porciones de este territorio, repartido entre cuatro Estados –no olvidaba Andorra ni Gibraltar- terminarían formando un gran Estado. En 1869, Maria Letizia Rattazzi, esposa del político Urbano Rattazzi, lamentaba que los Braganças -concretamente Luis I- no mostraran suficiente coraje para liderar la unificación.

Luigi Palma señalaba en 1867 que las penínsulas ibérica y escandinava no habían culminado su unidad nacional y empleaba ya el concepto de nación étnica -que alcanzaría gran éxito- mencionando a los ibéricos entre las naciones étnicas.

Los casos anteriores son algunos ejemplos. El conocimiento de la cuestión ibérica estaba entonces lo suficientemente extendido como para que el Nuovo dizionario della lingua italiana (1869) recogiera una acepción del término ibérico para referirse al Partito Ibérico in Spagna per l’unione col Portogallo. Algo que no deja de ser un tanto curioso, porque este uso fue más frecuente en Portugal que en España.

Apenas un año después, la situación cambió radicalmente. Se estaban sentando las bases de la Europa de Bismarck y su realpolitik. Además, por lo que atañe a Italia, la ocupación de Roma parecía haber culminado la unificación del Reino de Italia y, a fines de 1870, Amadeo de Saboya fue elegido rey de España. Para quienes gobernaban Italia, la unión ibérica no ofrecía ventajas claras y sí riesgos. En su modalidad monárquica implicaría destronar a Amadeo o a su hermana Maria Pia y, en la republicana, a ambos.

José Antonio Rocamora

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