Le faltó una última mutación a Pedro Sánchez

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Es probable que Pedro Sánchez esté arrepintiéndose de la inmediata convocatoria electoral. Más que nunca su vieja preocupación de una salida (poco honrosa) de la Moncloa por la puerta de atrás puede ser una realidad, incluso en medio de una tormenta perfecta. La política es ingrata y cíclica. Para más inri, sacrificar parcialmente el inicio de la Presidencia rotativa de la UE por carecer de plenos poderes o la mera posibilidad de un cambio de Gobierno en medio de la Presidencia quizá le haya llevado a perder algún punto en el seno de la Comisión Europea de cara a postulaciones internacionales. Sánchez es presidente de la Internacional Socialista, pero no parece que se vaya a conformar con eso.

Es posible que -en la cabeza de Sánchez- la idea de la convocatoria inmediata pretendiese minimizar daños y dejar un resultado digno al PSOE (a costa de Podemos) para quien le sucediera en el liderazgo de la oposición, sobre la premisa de cuidar el legado y la narrativa de la obra de su gobierno de coalición, y claro: no perder la esperanza de que aparezca un golpe de suerte o una genialidad en los últimos días de campaña. No obstante, Sánchez podría haber valorado agotar la legislatura y, con ella, la Presidencia rotativa de la UE, cambiando de rumbo el Gobierno para aspirar a ofrecer una nueva narrativa popularmente mayoritaria. Por otro lado, veremos qué coste electoral puede recibir Sánchez por la convocatoria en medio del verano.

Sánchez ha demostrado ser un profesional de la política, habla inglés, sabe comportarse y hasta flirtear moderadamente cuando toca. Con ello ha podido suplir una falta de carisma y consistencia intelectual. Hay que reconocer que es muy difícil encontrar políticos con varias de esas cualidades. Dispuesto a cambiar de papel las veces que hicieran falta, a Sánchez probablemente le faltó una última mutación. El problema de las mutaciones es que el olvido -a veces- entra en rendimientos decrecientes y no logra absorber completamente el coste del descredito por los bandazos, ni puede ocultar el olor de los cadáveres que fue dejando por el camino. A Sánchez le ha faltado consistencia en la formulación de su “doctrina” y en la defensa de su práctica de Gobierno. No ha conseguido capitalizar electoralmente sus alianzas internacionales, como por ejemplo la buena labor realizada con Portugal, en particular, por su sintonía con António Costa y su receptividad ante las iniciativas iberistas-reformistas del primer ministro portugués.

Un candidato a la Presidencia del Gobierno de España debe aspirar a un discurso que cuente con el respaldo de la mayoría absoluta. Evidentemente la democracia parlamentaria permite, legitima y estimula los acuerdos parlamentarios pluripartidistas, pero no se debería conformar con ello al menos de partida. Para eso tendría que haber expulsado a Podemos del Gobierno y haber renovado el Gobierno casi en su totalidad, marcando una nueva etapa ante un nuevo ciclo. No se trataría de negar la acción de su Gobierno anterior, sino decir que se había cumplido una fase y ahora comenzaba otra, con una nueva narrativa.

La última mutación debería haber incluido el abandono del marco de la superioridad moral de la izquierda, centrándose en aspirar a una España fuerte en el mundo, sin fomentar un nacionalismo que ajeno a nuestra tradición. Debería haber buscado en el inventario de nuestras tradiciones alguna idea que, reformulándola y adaptándola a la sociedad actual, le sirviera para conectar con la idiosincrasia popular. Algunos hemos defendido y defendemos el iberismo y lo neobarroco como teclas a tocar para construir un relato nacional integrador original, transversal y fuerte en el mundo. Algo que sirve para los países ibéricos, iberoamericanos e iberófonos.

Los partidos gestionan ciclos políticos. Las urgencias emotivas políticas cambian. El hartazgo ya no está en la Gürtel. La generosidad no da más de sí con los independentistas catalanes para que siga bajando el suflé. Muchas personas demandan un Gobierno más fuerte y consistente. Incluso una parte de la izquierda se ha desgajado de las políticas identitarias posmodernas porque si al principio tenían una noción de justicia y reequilibrio, ahora se ven como un elemento de fragmentación por diversos excesos. Esto no quiere decir que se justifiquen retrocesos de derechos, pero que sean defendidos sin supremacismos, dentro de un proyecto en común plural.

La ambiciosa operación diplomática con Marruecos, consistente en un supuesto intercambio del Sahara por la paz en las ciudades autónomas, estuvo mediada de forma bochornosa por un espionaje, una caída de una ministra de Exteriores y una carta redactada del otro lado del Estrecho, cesiones inasumibles porque la contraparte no ha firmado un acuerdo claro sobre el estatus del Sahara y las ciudades autónomas. Es cierto que un enfrentamiento militar en el sur de Europa -contraprogramando a la Guerra de Ucrania- puede entenderse que tenía que ser evitado a toda costa. En tal caso, se tendría que ser más transparente, no trasladar tanta debilidad y haber consultado previamente a personas que conocen Marruecos, para trazar estrategias para debilitar dicho régimen y poder eventualmente cambiar cromos.

Núñez Feijóo se equivocaría si deroga la política de la Excepción Ibérica y, como iberista cultural que es, debería asumir una visión geopolítica metodológica, tal y como hizo como presidente de la Xunta, utilizando el capital que tiene de amistades entre políticos portugueses y sus antenas de la estructura exterior de la Xunta en Brasil e Iberoamérica en general. En el debate matizó su posición: el candidato del PP dijo que él no iba a derogar la excepcionalidad, será la Comisión. Aquí lo importante es que se renueve (perfeccionándose) y que no haya decisiones unilaterales: hay que pactarlas con Portugal; también la eventual solicitud de no renovación.

Feijóo sabe que tiene que abrirse camino por el centro y por la extrema derecha, comiéndose a ambos lados, pero incluso tuvo guiños a terceros cuando le preguntó al presidente de por qué se había cargado a Podemos. Prácticamente todo el mundo da por amortizado a Podemos; ahora reducido a un canal de YouTube potente de escasa pluralidad. Atrás queda el Podemos que ensayaba transversalidades. Quedó -por un lado- el personalismo irresponsable y -por otro- el pragmatismo más o menos habilidoso en torno a Sumar, liderado por una gallega (Yolanda Díaz) también interesada en Portugal como Feijóo.

Vox y su entorno mediático está intentándose atraer a disidentes marxistas que por razones fundadas han intentado adaptar su marxismo a la idiosincrasia nacional. El problema es que varios de esos disidentes están desorientados porque lo que han conseguido es inventar un neofalangismo que no tiene mérito. Eso sí han conseguido ser reconocidos por los propios falangistas dada la coincidencia de discursos. Este rojipardismo cae en políticas de homogenización, en vez de asumir el principio del pluralismo mediterráneo de nuestra tradición antropológica.

Si Vox entra al Gobierno para hacer ruido y Feijóo no les cierra el paso para que no ideologicen la relación con los Gobiernos iberoamericanos, sería una desgracia. Por otro lado, la relación actual España-Brasil, salvo un milagro a última hora, como una firma del acuerdo comercial Mercosur-UE, ha estado por debajo de las expectativas.

Hasta aquí mi valoración personal. Independientemente del resultado electoral, desde EL TRAPEZIO, seguiremos con una política amistosa con los Gobiernos españoles y portugueses de turno siempre y cuando continúen con la agenda iberista y paniberista, aunque no sea demasiado ambiciosa. Y la criticaremos abiertamente, como ocurrió con el cierre de fronteras, cuando se separe o se atente en contra de esa agenda. Será la práctica del Gobierno la que determine si se mejora o se empeora en base a nuestra línea editorial. Tendemos la mano tanto a Sánchez como a Feijóo -y al resto de candidatos- para que se inspiren con las ideas de nuestra publicación. Boa sorte.

 

Pablo González Velasco

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