Los extremos de la antigua Lusitania no se miran

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Hasta cierto punto es normal. Lusitania fue una región histórica que desapareció hace muchísimos siglos y su nombre ha quedado identificado sólo con una parte, incluso reconvertida, del territorio que ocupó. Además, era extensísima y sus extremos estaban separados por medio millar de kilómetros. Para más inri, el devenir la dividió con una “raya” fronteriza que enfrentó militar, política y culturalmente a los habitantes de uno y otro lado. No debe extrañar, a priori, que las diferentes áreas regionales que hoy se ubican en lo que fuera provincia romana, luego ducado visigodo y, si se quiere y con matices, más tarde taifa andalusí, se hayan distanciado hasta no reconocerse en su historia común, y menos aún sus extremos.

El extremo occidental es la franja territorial portuguesa que baña el Océano Atlántico y que se extiende desde el río Duero por el norte hasta el Algarve por el sur. Las fuentes clásicas hablan de una tierra habitada por los turduli veteres o “túrdulos viejos” en la parte noroeste y los cynetes o conios en el suroeste. Ambos serían descendientes de la sociedad de la primera Edad del Hierro surgida del contacto entre la población autóctona y los coloniazadores fenicios. Se trata de las mismas tribus, o primas-hermanas, que se encontraban en el Guadiana medio, en torno a Medellín –Conisturgis según Almagro Gorbea, luego Colonia Metellinum– y el sureste de la actual Extremadura –Regina turdulorum (Casas de Reina), Mirobriga turdulorum (Capilla)-. Topónimos como Ocsonoba (Faro), Olissipo (Lisboa), Scallabis (Santarem), Colippo (São Sebastião do Freixo, distrito de Batalha) o Conimbriga (Condeixa-a-Nova, distrito de Coimbra), serían algunos de los asentamientos señeros de los conios y/o túrdulos “portugueses”.

Los romanos establecieron Scallabis como colonia y la convirtieron en sede de un conventus iuridicus que abarcó todo el litoral centro portugués, inserto en la provincia de Lusitania. El estuario del Tajo gozó siempre de una enorme relevancia portuaria, con Lisboa como centro comercial por antonomasia, bien comunicada con la capital, Emerita Augusta. De la misma forma, el Algarve, o extremo sur de Lusitania, tendría sus conexiones con el resto de la provincia, inscrita en el conventus pacensis -Beja, Colonia Pax Iulia (tierra poblada de célticos en origen)-, aunque su mayor cercanía a la costa bética marcaría otras dinámicas. La ligadura con la Lusitania oriental, no obstante, permanecería durante toda la etapa visigoda, como muestra la dependencia de todos los obispos lusitanos al metropolitano emeritense y la continuidad de la red viaria establecida por los romanos en torno a Mérida.

En la Edad Media, fijada esta zona en los esquemas islámicos, los cristianos del norte acometieron embestidas como la de Lisboa en el año 798 e incluso se impusieron sobre Coimbra en 878, hasta que Almanzor la reintegró en al-Andalus en el último tercio del siglo X. Durante el siglo XI, con Badajoz como capital de taifa, cobró protagonismo el puerto de Alcacer do Sal. En el siglo siguiente, al-Idrisi cita la provincia –iqlim– de al-Qasr, a la que adscribe gran parte de lo que fuera reino badajocense. El Algarve y la zona de Beja, sin embargo, quedaron bajo la influencia de Sevilla en aquella época taifa. Los portugueses conquistaron todo este litoral entre 1064 -Coimbra- y 1147 -Santarem y Lisboa- y poco a poco establecerían aquí pilares fundamentales del reino luso, como la universidad o la propia capitalidad del reino. El extremo sur no sería incorporado hasta mediar el siglo XIII y Portugal hubo de lidiar durante algún tiempo con las pretensiones de Castilla, lo que dibujaría una realidad distinta para “los Algarves”.

Desde el punto de vista identitario cabe resaltar la importancia militar y religiosa constituida en el espacio entre la sede universitaria de Coimbra y la capital lisboeta durante la tardomedievalidad y primeros tiempos modernos, con fortalezas como Sintra, Leiria o Tomar -por citar solo algunas- o con monasterios como los de Batalha, Alcobaça o el convento del Cristo, y que otorgan un valor cultural muy simbólico para Portugal, construido frente a la alteridad castellana. Otro tanto ocurre con la historia y el patrimonio del Algarve, si bien con una connotación más unida al sustrato andalusí, a su consideración de “reino” y a la circunstancia imperial portuguesa.

Lisboa es un imán que todo lo atrae, y su comunicación prioritaria con la otra gran ciudad portuguesa -Porto-, así como la contemporánea inercia turística buscadora del sol y de la playa -especialmente en el Algarve-, imprimen al país una evidente inclinación hacia su litoral. Entre las razones históricas, amén de otras, hay que tener en cuenta el mencionado pasado imperial, mas también los tradicionales vínculos con Inglaterra y, sobre todo, el abrupto final de la relación con España a partir de mediados del siglo XVII. Si el surgimiento de la frontera entre los reinos de Portugal y de León-Castilla entre los siglos XII y XIII supuso la partición final, por su centro, de una región hasta entonces relativamente reconocible -heredera de Lusitania-, la Guerra de Restauración determinaría la desconexión definitiva de las realidades territoriales de uno y otro lado, a partir de entonces enfrentadas y reconvertidas en la periferia de sus respectivos reinos.

Volviendo a los extremos, la parte más oriental de lo que fuera Lusitania vino a coincidir, además, con el reino que terminaría por asimilarse, desde el punto de vista esencialista, con España: Castilla. Nos referimos a la porción territorial de las provincias actuales de Ávila y de Toledo que formó parte de la región lusitana. Se trata, al menos en el caso abulense, de la zona nuclear de la tribu de los vetones, siempre aliados de los lusitanos en sus enfrentamientos con Roma y que tal vez por ello quedaron adscritos a la provincia gobernada desde Mérida. Fuera del ámbito lusitano, al este de Talavera de la Reina, se encontraba el territorio de los carpetanos, con Toletum como uno de sus asentamientos principales, incluido ya en la provincia de la Tarraconense, luego Cartaginense.

Esta esquina nororiental lusitana posee algunos de los yacimientos arqueológicos más interesantes para comprender el fenómeno prerromano, tales como los castros de El Berrueco (Medinilla), Los Castillejos (Sanchorreja), Las Cogotas (Cardeñosa), Mesas de Miranda (Chamartín), Ulaca (Solosancho) o el Raso (Candeleda). Cerca de este último, ya en la ladera meridional del Sistema Central y bajo la atenta mirada del pico Almanzor, se encuentra el santuario de Postoloboso, donde se daba culto al dios indígena Vaelico. Un sinfín de verracos han aparecido por la provincia abulense y por la comarca de Talavera, la antigua Caesarobriga. También para el periodo posrromano esta área está aportando mucha información arqueológica, como las valiosísimas pizarras visigodas. Una vía secundaria, que atravesaba el Puerto del Pico, comunicaba Ávila -sede episcopal en época visigoda- con la calzada que conectaba con Mérida hacia el sur y con Toledo y Zaragoza hacia el este.

A partir del periodo andalusí, el territorio abulense sufre un fuerte retroceso demográfico y la montaña actuará desde entonces y hasta finales del siglo XI como barrera separadora de dos espacios político-religiosos contrapuestos. Por el contrario, Talavera de la Reina se erige en cabeza de un distrito fronterizo islámico, con plazas militares de enorme importancia estratégica. Una de ellas fue Saktan -quizá el yacimiento de Vascos-, cuyos pobladores abandonaron el enclave a fines del siglo IX poniendo rumbo a Alange, en las cercanías de Mérida, prueba del poder de atracción que aún tenía la capital sobre su territorio lusitano. Con la capitulación de Toledo en mayo de 1085 por Alfonso VI toda esta área talaverana quedará bajo la órbita castellana. Restaurada la diócesis abulense, su provincia eclesiástica comprenderá gran parte del espacio entre Sistema Central y río Tajo hasta la creación del obispado de Plasencia (1189). Primero Toledo y después Madrid ejercerían una centralidad en Castilla -y luego España- que absorbería aquel sector nororiental de la antigua Lusitania, que casi nunca más miró hacia occidente.

Por último, anotemos que hubo comarcas que, si bien nunca fueron Lusitania, -zonas de Moura y Serpa en Portugal o grandes extensiones del sur y este de la provincia de Badajoz-, estuvieron muy vinculadas al eje articulador de aquella región. Áreas sitas en la cuenca del Guadiana y que, desde el punto de vista geográfico, forman parte de la misma realidad territorial. No obstante, estuvieron habitadas por célticos y por túrdulos, parte de cuyas tribus, como vimos, quedó incrustada en la Lusitania. Las fuentes se refieren a estas comarcas como la Baeturia celticorum y la Baeturia turdulorum, región intermedia entre la lusitana y la bética pero perteneciente a esta última provincia. En lo sucesivo terminarían por sujetarse a Mérida durante la etapa altomedieval, a Badajoz después y a Alentejo y Extremadura finalmente.

Han sido múltiples las variables históricas que determinaron la desaparición y readaptación territorial de Lusitania. Pese a ello, no se ha de perder de vista que hablamos de una región que perduró en el tiempo entre ocho y once o doce siglos, dependiendo de del punto de vista y de la flexibilidad historiográfica que adoptemos. Hace cientos de años, las diferentes áreas comarcales de la antigua provincia, ducado, marca fronteriza o taifa, perdieron su noción y que siguen caminos distintos. Este particular es muy evidente en los extremos occidental, sur y oriental lusitanos, absorbidos por el excesivo litoralismo o por la voracidad atrayente de las capitales portuguesa y española. Extremos que no se miran. Y, entremedias, el corazón de la histórica región partida por una raya que condenó a sus habitantes a vivir en los márgenes, a vivir en nuevos extremos. Tampoco nadie parece mirar hacia estos nuevos extremos.

Juan Rebollo Bote

LusitaniaeGuías-Historiadores

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