La ciudad más importante de la frontera hispano-portuguesa tiene un problema de identidad histórica y patrimonial. No es de ahora, es de siempre. La relación de las autoridades y del grueso de la sociedad badajocense con su pasado y con su herencia ha dejado mucho que desear a lo largo del tiempo contemporáneo, es de todos bien conocido. Pese a ello, en los últimos lustros se ha avanzado mucho en cuestión de sensibilización y recuperación patrimonial, más por necesidad de no quedarse atrás en el tren del turismo que por verdadera voluntad de conocimiento y valorización de la Historia. Honrosas excepciones, por supuesto, las hay. No obstante, el evidente retardo y la tradicional y general falta de visión sobre el futuro cultural de la ciudad en su comparativa con ciudades cercanas como Mérida, Elvas, Évora o, con matices, Cáceres -todas ellas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO- ha lastrado la formulación de un proyecto serio -científico- anclado en las bases históricas y patrimoniales badajocenses.
Y de unos años a esta parte, a toda prisa, se intenta construir una memoria de la ciudad dando palos de ciego. Que Badajoz es una urbe con un carácter histórico muy ligado a lo militar nadie lo pone en duda. Esta realidad ha sido sobradamente enaltecida, desde los tradicionales homenajes al general Menacho hasta la excelente puesta en valor del sector de la muralla abaluartada de la calle Estadium, pasando por las recreaciones decimonónicas de los Sitios. Es parte inherente al pasado badajocense y así se reconoce. Ahora bien, la inflamación que se está produciendo con la figura del rey Alfonso IX está sobrepasando los límites históricos para entrar de lleno en esferas políticas potencialmente peligrosas.
Remontándonos unos años -2021-, primero se inauguraba un panel cerámico representando la conquista de Batalyaws por parte de las tropas del rey leonés en el año 1230. Cabe recordar que pocos días después de la inauguración el mural sufrió destrozos en las figuras del ejército cristiano, dando cuenta de la politización -y del vandalismo- social de algunos sectores de la sociedad badajocense. “Los hunos y los hotros”, que diría el admirado Unamuno. Luego vino la oficialización del 19 de marzo como Día de Badajoz, como supuesta jornada “reconquistadora” -fecha que, por cierto, no está documentada históricamente-, en otro evidente ejercicio de propaganda política. Poco tiempo después se ratificaba la bandera de la ciudad con el león como símbolo principal -hasta aquí nada que objetar-, pero sin ningún atisbo a la fundación y realidad histórica andalusí. Más recientemente, por fin, se ha dado el visto bueno a la colocación de una estatua a Alfonso IX en la plaza de San José, llamada así por el patronímico del supuesto día de la entrada del rey en Badajoz.
Batalyaws fue propiciada como iniciativa urbana -en el lugar de una aldea despoblada, según las fuentes- por un musulmán emeritense -Ibn Marwan-, de ahí que en ningún caso podamos hablar, sensu stricto, de “reconquista”. El establecimiento del 19 de marzo como día de la ciudad, sin ninguna tradición previa, esconde una clara pretensión de menospreciar trescientos cincuenta años de historia andalusí badajocense. Y en cuanto al rey, su impronta en la ciudad es nula más allá de la circunstancial toma militar puesto que murió al poco tiempo y el reino de León fue heredado por el de Castilla, quedando Badajoz arrinconada y expuesta ante la guerra en el devenir. No decimos que el nombre de Alfonso IX de León carezca de relevancia histórica para con la capital bajoextremeña, ni mucho menos, pero su papel es significativamente menor si lo comparamos con el de otros reyes vinculados a la ciudad.
Y es que en cuestión de reyes -pese a que el término no sea del todo riguroso en el contexto andalusí del siglo XI-, los que gobernaron la taifa de Badajoz tuvieron una manifiesta importancia que aún no ha sido lo suficientemente reconocida en la ciudad. Batalyaws se convirtió en capital de un extenso dominio independiente de Córdoba de la mano de Sabur/Sapur, su sucesor Ibn al-Aftás instauraría una dinastía que regiría siete décadas y los herederos de este último elevarían la urbe a altas cotas culturales: al-Muzaffar y al-Mutawakkil. Sin embargo, sus nombres y acciones apenas son conocidos por el global de la sociedad. Lo mismo acontece con los poetas y filósofos que rodearon a aquellos gobernantes y que trascendieron el ámbito badajocense en su momento y son completamente ignorados hoy, como Ibn Abdun al-Yaburí o Ibn al-Sid al-Batalyawsí.
Esto sucede porque se trata de personalidades históricas musulmanas, lo que en Badajoz choca con una tradición que aún bebe de postulados historiográficos muy arraigados en los siglos XIX y XX, filtrando conceptos del pasado remoto a través del binomio “nosotros-ellos”. Ni que decir tiene que estamos ante un deliberado error de concepción e interpretación de la Historia y de la identificación cultural de parámetros de corte cristiano-céntrico. La superación de estas barreras del pensamiento tradicional, redundarían en Badajoz en un indudable beneficio en términos culturales, en tanto que hablamos de una ciudad de fundación islámica que alcanzó su etapa de apogeo político-territorial y cultural en aquel lejano siglo XI y uno de cuyos elementos patrimoniales más significativos -la alcazaba- es obra andalusí del tránsito entre los siglos XII y XIII.
Si Badajoz desbroza únicamente los senderos patrimoniales de su herencia militar y eclesiástica el edificio cultural del futuro será muy endeble. Es una mirada cortísima que no singulariza su identidad y la encierra en un magma tremendamente superficial. Si, por el contrario, se apuesta por la tecla andalusí que particulariza su esencia y la complementa con otras episodios y personalidades históricas badajocenses, tales como la explosión cultural decimonónica o la orientación de muchos de sus intelectuales hacia el estrechamiento de los lazos con Portugal -en donde se alza enorme la figura de Carolina Coronado-, entonces, decimos, toda la sociedad reconocerá sus señas de identidad. Al-Mutawakkil, Ibn Abdun o Rubén Landa son tan importantes, o más, que Alfonso IX.
Juan Rebollo Bote
Lusitaniae – Guías-Historiadores