Nostalgia y utilidad de Sefarad para el iberismo

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Para el público en general es conocido que pronunciar el nombre de Sefarad representa invocar la nostalgia de la patria pérdida entre el judaísmo de la diáspora ibérica. Como imagen viva de aquellos difíciles tiempos bajomedievales conservo el relato vívido del desaparecido escritor vallisoletano José Jiménez Lozano, sobre un pogromo antihebreo en una ciudad castellana, titulado Parábolas y circunloquios de Isaac Ben Yudá. Lozano plasmó con gran fuerza literaria el drama de los pogromos ibéricos. En esto la península no fue excepción con el resto de Europa y el Mediterráneo. Y, sin embargo, la expulsión de 1492 generó un sentimiento de nostalgia indeclinable, que permaneció por centurias en la diáspora sefardí. En muchos lugares de los Balcanes y de Europa central, siempre hubo durante siglos una sinagoga “española”, construida con un estilo ecléctico, con aportaciones que querían imitar el arte de al-Ándalus. Recuerdo a título de ejemplo las sinagogas “españolas” de Praga o Budapest.

Persistió, pues, un judaísmo sefardí que miraba nostálgicamente más a Iberia que a Jerusalén. Como señaló Yitzhak F. Baer, en su libro Galout, el imaginario del exilio en los marranos ibéricos estaba urdido en derredor de ese sentimiento de pérdida. Cuenta Baer que uno de los primeros textos en abordar ese sentimiento fue La consolación de los sufrimientos de Israel, del judío portugués Samuel Usque, publicado en Ferrara en 1553. Contextualiza Usque los sufrimientos judíos en el marco europeo, y considera que los que habían padecido en la península eran la señal de haber llegado a su fin aquel calvario. Así, algunos judíos singulares pudieron retornar a la península bajo algún subterfugio, como Samuel Pallache, un judío del Fez, de la segunda mitad del siglo XVI y primeros años del XVII, en cuya ciudad, marcadamente islámica, los judíos “españoles” eran muy numerosos. Pallache pudo moverse con cierta facilidad por España, Países Bajos y otros lugares, haciendo negocios.

No obstante, el martirio, a cargo de una temprana Inquisición, de los judíos de España y Portugal, tomará asiento mítico en las juderías europeas. En este punto aparece la obra de Baruch Spinoza, el filósofo marrano holandés, que valora la asimilación de los judíos españoles, convertidos en cristianos nuevos, y sitúa a los judíos portugueses, por su ausencia de disposición a la asimilación, en el vórtice de la propia perdurabilidad de la Inquisición. Spinoza no le dará ningún valor al exilio, apostilla Y.Baer.

Cuando los viajeros franceses hermanos Jean y Jerome Tharaud recorrieron las juderías de centro Europa, a principios del siglo XX, observaron el anhelo de reencontrarse en tierra prometida, incluso entre los sefardíes, a través del brindis hecho en las fiestas: “¡El año próximo en Jerusalén!”. Ya se estaba abriendo el camino para la aparición de ese sionismo askenazi, de Theodor Herzl, que tan positivamente dibujó en célebre biografía Stefan Zweig, y que tantos partidarios tiene ahora en el mundo hebraico.

La aparición de la República turca, que acabó con el sultanato otomano, en 1922, dio un golpe certero al sefardismo. Los sefardíes que hablaban ladino –variante arcaica del castellano– tuvieron que optar entre ser ciudadanos de la nueva República, y expresarse en lengua turca, o hacerlo en hebreo canónico. En esta operación la Alianza Israelita Universal, fundada en 1860, bajo obediencia del judaísmo francés, fue capital. El ladino fue arrinconado, minorado, y prácticamente desapareció de lugares tan significativos como el barrio Galata de Estambul. Para apuntillar esta agonía, la Segunda Guerra Mundial sería fatal para supervivencia de las juderías balcánicas, que en casos como la de la griega Tesalónica, de gran impronta sefardí, quedaron desprovistas de su población.

En lo referente a España. Sería un diputado liberal-republicano, Ángel Pulido, quien, durante un crucero por el Danubio, en 1883, había conocido la existencia de ese exilio. Se encontró de bruces con la realidad viva de Sefarad. A raíz de este encuentro azaroso se sentirá concernido por estos “españoles” de la diáspora, y se convertirá en portavoz de sus deseos en el parlamento de la época. Cercano a Emilio Castelar, Pulido en 1903, hará un discurso en el Senado pidiendo la restitución de las relaciones con el exilio sefardí, con particular atención a la creación de unas escuelas españolas que creía debían de ser establecidas en los Balcanes. En 1904 publicará una serie de artículos en la prensa con el título “Los israelitas españoles y el idioma castellano”. Seguía desde el punto de vista intelectual la curiosidad levantada el siglo anterior por Amador de los Ríos, al poner el foco sobre el judaísmo español desde el punto de vista historiográfico. Su labor apostólica llevará en 1910 a la formación de la Alianza Hispano-Israelí en Madrid, con importantes intelectuales del momento al frente. En 1917 se abrirá la sinagoga madrileña. Amén de ello el 20 de diciembre de 1924, en plena dictadura de Primo de Rivera, será aprobado  un decreto por el que los “antiguos súbditos del imperio otomano”, ya hundido, que no eran sino los sefardíes, tenían abierta la posibilidad  de solicitar la nacionalidad española.

En esos años brillará con luz propia Rafael Cansinos-Assens, escritor sevillano, de orígenes marranos, que entre otras muchas teorías abogará por otorgarle un origen hebreo al flamenco o al menos a algunos palos como la petenera. De otra parte, Ignacio Lauer Landauer, empresario tangerino, representante de los Rothschild, estableció una empresa editorial en Madrid, la Compañía Iberoamericana de Publicaciones, el mayor emporio editorial en la época previa a la Segunda República, que publicaría numerosos textos afectados por la fraternidad árabo-hebreo–hispánica.

Resulta llamativo que, en paralelo, en Portugal, un judío polaco, Samuel Schwarz, ingeniero polaco, descubra al judaísmo portugués, oculto pero resistente, al contrario del español, prácticamente desaparecido. En Belmonte, en la raya portuguesa, y en algunas localidades del entorno, Schwarz comprobó que existían unos individuos que eran señalados por el resto de la población como judíos, y que él exhumará. Portugal, a partir de esos momentos, y sorteando las dificultades de una dictadura apoyada en el catolicismo, irá poniendo de relieve la existencia, siquiera con ritos degradados, de un judaísmo propio.

En otros lugares si no de la península, sí de España, la presencia del judaísmo será evidente. En Mallorca a través de los chuetas, señalados asimismo de judíos, y que constituirán un grupo muy asentado en el comercio hasta finales del siglo XVIII. E igualmente en Melilla, con una aportación singular, por el abandono de grupos hebreos tetuaníes, acusados de haber colaborado con los españoles durante la conquista de de la ciudad en 1860.

El propio franquismo se alejará de sus aliados alemán e italiano en lo referente al judaísmo, y las políticas a seguir. Contaba Nicolás Muller, hebreo húngaro, fotógrafo de gran valía, refugiado en la España de Franco, que él no tenía más que agradecimiento hacia el régimen que lo había acogido. Toda una señal de que el antisemitismo inquisitorial hacía siglos que había quedado atrás, y que fuese cual fuese el sistema político existente en España, se había pasado página de la animadversión contra los judíos. Muller, protegido por el régimen, pudo realizar así una de las obras fotográficas más perdurables sobre el Protectorado marroquí.

Para algunos teóricos judíos de la Edad Moderna, como Menased ben Israel, el judaísmo era una “religión natural”. En la Edad Contemporánea, “la religión de la razón” la llamó el askenazi Hermann Cohen. Natural o razonante el hilo conductor del hebraísmo será la mística. En esta lógica, la mística hebrea de Sefarad es absolutamente esencial para los ibéricos, no sólo por lo que significa en sí misma, sino también porque es una alternativa autóctona al sionismo político que Israel ha desplegado en Oriente Medio, y ahora en el norte de África. Sefarad en cierta medida es un opuesto a Sión. Los países ibéricos deben reflexionar coordinadamente sobre la necesidad de fortalecer, otra vez, a través de la bella idea del sefardismo, un judaísmo propio, y apoyarlo abiertamente, incluso en el interior de Israel. Es capital para la existencia del iberismo plural.

 

José Antonio González Alcantud

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