Asilah, tierra plural

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Que las fronteras territoriales son un invento desmesurado de la modernidad está bien claro. La de los Pirineos, entre España y Francia, nunca fue una verdadera barrera, y quizás aún no lo sea. La población de uno y otro lado la traspasa con extrema facilidad, desafiando la lógica de las naciones. Por el contrario, la estación ferroviaria internacional de Canfranc, abandonada construcción megalómana en la soledad de los Pirineos, nos señala impúdicamente con su presencia el deseo de los Estados por marcar sus dominios. La de Portugal y España igual. Ahora con motivo de la Covid-19 se ha vuelto a poner de manifiesto la fragilidad fronteriza de la Raya.

¿Qué decir de las costas atlánticas y mediterráneas de Marruecos? En realidad, el sultán de Fez defendía sus tierras desde el interior. Las factorías y plazas conquistadas e instaladas por los portugueses en la costa servían para comerciar con las tribus del interior y el poder jerifiano. Dos deben ser destacadas en la costa marroquí, la de Mazagán y la de Arcila o Asilah. Mazagán dio lugar incluso a una gesta lusa, narrada por Laurent Vidal, con el traslado de la población íntegra a Lisboa, en 1769, y luego a mitad del Amazonas dos años después. No es el momento de extenderse sobre ella.

Arcila aún conserva un majestuoso torreón defensivo portugués, de indudable impronta yo diría que manuelina, y una capilla católica, hoy lógicamente abandonada, inserta en sus murallas levantadas por Portugal. Aquella conquista fue obra de Alfonso V llamado el Africano en 1471. Fue evacuada por los portugueses en 1549.  La gesta de la conquista está representada en los enormes y bellos tapices flamencos de la colegiata de Pastrana (Guadalajara), de inciertos orígenes, que representan con sumo detalle las tomas de Arcila y Tánger por el rey luso. Hace poco pude admirar en el castillo de Guimarães unas hermosas copias que el régimen franquista entregó al salazarista. Toda esta aventura ocurrió entre el siglo XV y XVI, cuando Portugal soñaba con la expansión africana, que dio al traste con la batalla de los Tres Reyes en Alcazarquivir, en la que un día de agosto de 1578, don Sebastián arrastró a buena parte de los hijos útiles de su nobleza a una muerte cierta, cegado por la certeza de que la victoria era suya, sin consideración a la canícula veraniega, sólo porque Dios así lo quería. La historiadora francesa Lucette Valensi narró el episodio y sus consecuencias memoriales para Portugal en un magnífico libro llamado Fables de la mémoire. Hablando con la gran historiadora francesa le llamaba la atención que el tema no suscite demasiado interés en España, ya que también le concierne.

La historia de las ocupaciones de Arcila no estaría completa sin la figura de Ahmed Raisuni (1871-1925), el llamado “sultán de las montañas” por la señorita Rosita Forbes. El señor de Chauén, con pinta de ogro legendario, puso palacio y corte en Asilah a partir de 1906 a la espera de que las negociaciones entre España y el sultán de Marruecos le otorgasen el gobierno del nordeste del país. Espera inútil, de alguien que se había habituado a tratar con todas las potencias, incluidos los alemanes, con el fin de sacar sus negocios hacia delante. Finalmente, los españoles integraron Arcila entre 1912 y 1956 dentro de su área protectoral.

La pequeña ciudad, tomó entonces un aire españolizado. Todavía subsiste de aquella época un restaurante de impronta española, Casa García, de excelente pescado y buen vino, que es parada obligatoria para todos los peninsulares que quieren eludir los rigores de la religión. Asilah hoy día es un pueblo calmado, con una medina blanquísima, salpicada de morabitos extramuros, llena desde finales de los setenta de pinturas que adornan el laberinto de sus calles. Allá residen numerosos artistas, que han dado lugar incluso a una escuela de grabado, impulsada inicialmente, desde los años setenta, por la historiadora del arte italiana Toni Maraini.  Esta señora, amiga de Alberto Moravia y de Federico Fellini, pasó parte de su infancia en un campo de concentración japonés, porque su padre, antropólogo, le cogió la Segunda Guerra Mundial en el país asiático. Mujer cosmopolita, pues, que estuvo casada con Mohammed Melehi, uno de los grandes pintores de Marruecos. Los artistas locales, como Hakim Ghailan, le adjudican todo el mérito de haber dado origen a la “escuela de Arcila”.

Las tardes veraniegas de Asilah son una delicia, con el paseo lleno de familias que deambulan con los chiquillos a la busca de inocentes divertimentos, mientras los pescadores ofrecen su mercancía fresquísima al anochecer al borde del puerto. En cierta ocasión, pasaba unos días con mi familia alojado frente a la playa, cerca de Casa García. Corría el año 2002. Una tarde al asomarme al balcón noté el paseo vacío. Conocedor de las costumbres locales me quedé pensativo sobre cuál sería la causa de aquella desafección. Pensé, que debía haber una poderosa razón detrás de aquella elocuente vaciedad. Puse la radio y nada decía. Entonces, comprobé que dos o tres policías de paisanos, con sus ineludibles gabardinas, que siendo verano los delataban, deambulaban delante de nuestro apartamento. Imaginé que nos vigilaban, pero ¿por qué?  Al día siguiente estaba prevista nuestra partida. Llegamos al puerto de Tánger, donde unos policías nos invitaron a subir rápidamente al ferry porque “era el último”. No entendí tampoco esa prisa repentina, ya que el servicio era muy frecuente. Cuando desembarcamos en la Península, al telefonea a mis padres, desde una de aquellas cabinas ya desaparecidas, conocí lo que había pasado: “Marruecos ha invadido una isla de España, que se llama Perejil”, me espetaron. Quedé estupefacto, puesto que el ferry acababa de pasar muy cerca del insignificante islote sin percatarnos de la tensión internacional desatada por su posesión. No sabíamos que se hablaba en las altas esferas en esos momentos de bloquear el Estrecho de Gibraltar. En la prensa, sobre la que me precipité de inmediato, leí que el factótum de aquella acción por parte marroquí había sido el alcalde de Asilah, entonces ministro de asuntos exteriores del reino alauita, Mohammed Benaissa. Entonces, comprendí sólo en parte todo lo ocurrido.

Todo esto y mucho más ocurre cuando se cruza a menudo este Estrecho, lugar fantástico de tempestades naturales y humanas. Ahora, en mi confinamiento por la Covid-19, claustróbico, visiono las imágenes que registré allí, en Arcila, hace cuatro años, con destino a una película que he llamado Vanguardia marroquí, que versará sobre el arte contemporáneo de Marruecos, y comprendo que aquel lugar singular, con su sol africano refulgente, la torre portuguesa, los morabitos al borde del océano, los murales callejeros y el pescado de García, está asociado a mi memoria siempre con agrado, que es lo que realmente importa, diluyendo las fronteras como toda tierra plural.

 

José Antonio González Alcantud es catedrático de antropología social de la Universidad de Granada y académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Premio Giuseppe Cocchiara 2019 a los estudios antropológicos

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