Una de los pueblos que contribuyó a la construcción del puente de Alcántara fue el de los igaeditani, acaso el más notable de entre todos las que conformaban el conglomerado de los lusitanos. Así se deduce de su posición destacada -los primeros entre diez- en la inscripción alcantarina o del importante núcleo urbano que se desarrolló a partir de la conquista romana: la Civitas Igaeditanorum. Hoy se corresponde con la minúscula aldea histórica de Idanha-a-Velha y es, sin duda alguna, una de las perlas más preciadas de la antigua Lusitania. Aquí tenían los lusitanos -según muchos estudiosos- el corazón de su territorio, de ahí que el poder romano implantara en él su modelo urbano. Una inscripción conmemorativa recoge que un augur emeritense obsequió a los igaeditani con un oratorium (nueva lectura de Alicia Mª Canto sobre lo que tradicionalmente se ha interpretado como un reloj/orarium) en el año 16 a.C., el mismo en que nace la provincia de Lusitania y se inaugura el teatro de la capital emeritense. Con el tiempo se erigirá el majestuoso puente sobre el Tajo que solidificará el vínculo emeritense con la zona nuclear lusitana. Todo tremendamente simbólico.
El conjunto arquitectónico y arqueológico que atesora Idanha-a-Velha es extraordinariamente rico, significativamente su colección epigráfica (la segunda más importante de Portugal, después de la de Lisboa). De ella llaman la atención, entre otras, unas enormes letras que formarían parte de una inscripción monumental -aún no descifrada- que estaría situada en un lugar destacado de la civitas. Entre sus restos urbanísticos todavía reconocibles destaca su bien conservado perímetro amurallado -tardoantiguo, muy reconstruido a lo largo de los siglos-, inclusive una rehecha puerta norte custodiada por cubos, así como innumerables estructuras edilicias intra y extramuros. Sobresaliente es el podium de un templo sobre el que los templarios alzaron una torre defensiva ya en el siglo XIII y que nos remite al foro municipal -rango obtenido a fines del siglo I- y al panteón religioso de los igaeditanos, entre cuyas divinidades indígenas estarían el dios protector Igaedus, tal vez su equivalente femenino Igaeda, u otras como Munidis, Reve, Bandua y otros más documentados igualmente en la Alta Extremadura: Arentius, Quangeius, Trebaruna, etc.
Que la región igaeditana tuvo un fuerte carácter sagrado, más allá de las referencias al oratorium, la preservada estructura templaria -nunca mejor dicho- o el valiosísimo registro de la teonimia epigráfica, se intuye también por la sacralidad que desprenden las cumbres y la toponimia de Monsanto o de la Serra da Estrela. Los romanos se dieron cuenta de ello y también los primeros cristianos, cuyos ecos se documentan arqueológicamente en forma de baptisterios -espacios para el bautismo por inmersión-, junto a la que fuera su basílica. No es de extrañar, por tanto, que en la etapa sueva primero y en la visigoda después se estableciera una sede episcopal en la ya conocida como Egitania. El estatus que alcanzó como referencia territorial, cultural y económica se colige también por la acuñación de moneda en el siglo VII y a comienzos del VIII. Alguna curiosa y antigua leyenda habla del rey Wamba y un fresno que lleva su nombre.
El protagonismo político-religioso de Egitania subsistiría durante los primeros siglos andalusíes, capitalizando una provincia fronteriza –kura de Antaniya o Laydaniya– en la que coexistieron cristianos, muladíes y bereberes. A finales del siglo IX se documenta el último obispo egitano, Teodomiro, ya fuera de su sede tras la desestructuración del espacio entre Sistema Central y Tajo llevada a cabo por Alfonso III de Asturias. Poco más conocemos del lugar hasta que en 1165 el rey portugués Alfonso Henriques la dona, junto a Monsanto, a la Orden de los Templarios, que fortifican lo que un milenio antes fue templo romano. Su antiquísima cátedra del obispo terminaría por trasladarse a Guarda. Aquella primitiva basílica episcopal, acaso luego mezquita, tornó a sencilla iglesia con advocación de Santa María. La disolución de la orden templaria dejó la pequeña villa bajo el dominio de la Orden de Cristo que, sin embargo, no pudo revitalizarla. La cercana frontera con León-Castilla-España sería mejor controlada en lo sucesivo desde lo alto de la cercana montaña sagrada.
Lo de Monsanto se pierde en la noche de los tiempos. Su eminente elevación, casi tocando el cielo, no ha podido pasar desapercibida a quien haya rondado su comarca. En su piedemonte (São Lourenço) parece que existió un oppidum prerromano y resulta coherente sostener que su cumbre ya estaría sacralizada entonces. Los sepulcros antropomorfos que rodean la Capilla de São Pedro de Vir a-Corça -a 4 km de Monsanto- o la de São Miguel -a la vera del castillo- podrían remontar al periodo paleocristiano. La conjunción histórica con Idanha a-Velha está perfectamente atestiguada. El monte santo está salpicado de restos romanos inevitablemente vinculados a la civitas Igaeditanorum, se cita como fortaleza de la cora egitana en época omeya y ambos enclaves vuelven a aparecer juntos en la donación a los templarios. Se trata de un equivalente al binomia Marvão y Ammaia, pese a que esta última sucumbió en la tardoantigüedad. Esperemos que Idanha a-Velha no se convierta en yacimiento arqueológico.
Se atribuye al maestre templario Gualdim Pais la primitiva construcción del imponente castillo de Monsanto. A lo largo de los siglos, como es lógico, ha sufrido muchas remodelaciones y refuerzos dada su posición estratégica en primera línea de conflicto. La alternancia entre la arquitectura militar y las formaciones graníticas naturales es sencillamente espectacular. El cobijo que proporcionan sus grandes batolitos debe estar en el origen de la aldea, que ha ido conformando una singularidad arquitectónica bellísima. Hay ejemplos modernos de zahurdas de piedra seca destinadas al ganado que muy seguramente hunden su ingeniería en la más remota antigüedad, común a gran parte de la región lusitana. En cuanto a las construcciones principales sobresalen iglesias, capillas, lienzos y puertas de la muralla, casas señoriales, posadas y bodegas, cruces, picota, balcones, etc,, todo salpicado de sublimes afloramientos rocosos.
Tras las guerras napoleónicas en la Península llega una nueva época, también para Monsanto. Atrás quedarían los tiempos en que lo militar lo impregnaba todo. Monsanto, en tanto que plaza fuerte hasta entonces, pierde su relevancia territorial. En 1853 pierde incluso su autonomía concejil. Pero el siglo XX da otra oportunidad a la villa. La autenticidad que rezuma su arquitectura y su fortaleza le valen para ser distinguida como la aldeia mais portuguesa del país en 1938. De entonces procede “O Galo de Prata” que corona la Torre do Lucano. Diez años después el castillo se declara Monumento Nacional y en 1991 se inscribe, junto a Idanha a-Velha, en el programa de las “Aldeias históricas de Portugal”. Todo lo expuesto sienta las bases -económicas- del Monsanto del siglo XXI como uno de los destinos turísticos más importantes del interior portugués.
Desde 2013, Monsanto e Idanha a-Velha conforman una nueva freguesia dentro del concelho de Idanha a-Nova (distrito de Castelo Branco) que ha renovado el vínculo histórico de estas dos villas que, sin embargo, siguen en continuo retroceso demográfico. Mientras que Monsanto se mantiene a duras penas por encima de los setecientos habitantes, la antigua Egitania apenas supera el medio centenar y está herida de muerte. Que el corazón lusitano siga latiendo es responsabilidad de todas las personas sensibilizadas con la Historia y el Patrimonio de nuestra querida península. En aquel rincón beirense arropado entre las estribaciones más occidentales de la cordillera central y el río Tajo se guarda parte primordial de la cultura de Lusitania. Como siempre, la clave estará en que los residentes tengan prioridad y estén cubiertos todos los servicios sociales, educacionales y sanitarios, en las buenas comunicaciones con los principales centros urbanos del entorno y, muy importante, en el reconocimiento y la colaboración transfronteriza que propicie el estrechamiento de las relaciones culturales y económicas de uno y otro lado de la Raya. Porque nuestra historia y nuestro futuro es común.
Juan Rebollo Bote