Cuando empecé a pensar en escribir otro artículo de opinión, decidí que me centraría en la cuestión europea, pero con un enfoque muy específico. Iba a hablar del hecho de que cada vez más países cierran sus puertas a Portugal, y de cómo hemos pasado de ser un país «milagro», a ese primo leproso (para aquellos que piensen que es una comparación horrible, tienen toda la razón) al que nadie quiere tocar.
Parece que emergen «nuevos valores» y, como esta es la noche de todas las decisiones (que se están convirtiendo en indecisiones) para Europa, tengo claro rumbo que voy a tomar en la siguiente prosa.
Antes de comenzar, sólo quiero recordar, una vez más, que los líderes de los 27 todavía estaban reunidos mientras yo escribía este texto; y que, al final, pueden haber llegado a un consenso para la «bazuca» económica de la que António Costa tanto ha hablado. Pero, aunque todo esto suceda, la imagen de Europa saldrá debilitada.
Paulo Portas, que ahora hace comentarios políticos, ha dicho que los portugueses aún están medio anestesiados, pero yo creo que lo están todos los europeos. Desde marzo hemos activado el modo de supervivencia; dejando de hacer planes a largo plazo. Hoy vivimos, y mañana será lo que Dios (o cualquier otra entidad cósmica) quiera. Así, con una población que tiene todavía tiene este «lujo», uno de los pocos que nos quedan, es el momento de que las autoridades estatales empiecen a pensar un poco en el futuro, ya que en Europa la planificación no es sólo interna sino, de hecho, mayoritariamente externa. Y aquí está nuestro problema.
Cuando miro a la Unión Europea, a menudo recuerdo el lema de los mosqueteros, «Uno para todos, y todos para uno». Un sentimiento romantizado con el que se creó la Unión, de tal modo que esta sirviera para reconstruir un continente que siempre ha sido el «cerebro» del mundo, pero quedó reducido por la codicia de los hombres.
Siete décadas después, nuestra casa vuelve a estar de rodillas. Esta vez, por un problema de salud que tiende a persistir más allá de nuestros más profundos anhelos. La crisis económica y social en la que estamos inmersos, pero no debidamente conscientes, no es culpa de nadie (a diferencia de lo sucedido en un pasado reciente), pero podría ser mitigada por algunos hombres y mujeres que, tras varios meses, han vuelto a reunirse en Bruselas, el centro de Europa, pero no de nuestro mundo.
La preocupación de estos líderes, de nuestros líderes, parece centrarse en cifras monetarias y en una burocracia REPUGNANTE, que hace que muchos europeos empiecen a ponerse de acuerdo (un poco) con los británicos, y a preguntarse si la Unión Europea todavía, ¿vale la pena? En uno de los momentos más delicados de nuestra existencia como pueblo, herederos directos del Imperio Romano y de la democracia ateniense, en lugar de estar unidos, hemos empezado a ver como se abre, cada vez más, la brecha entre dos bandos que deberían estar juntos en la respuesta a la Covid-19. Posturas que prefieren prohibir la entrada de ciudadanos de un determinado país (volvemos, aquí, a la cuestión portuguesa), o a decir que este o aquel Estado (Italia y España, para ser más específica) deben ser investigados si quieren recibir dinero.
Aquí, como en todo en nuestras vidas, el vil metal vuelve a hablar más alto. En esta cumbre, en la que los países del sur están, claramente, al lado de la idea defendida por Macron y Merkel, el primer ministro holandés ha vuelto a dar que hablar por las peores razones y, la propia Reuters, lo ha denominado «El Coco». En este sentido, la frugalidad está funcionando como excusa para todo y, si la misma gana, volveremos a transmitir la idea que al final no todos somos iguales. No estoy hablando del tamaño de los países, porque si fuera por este orden de ideas, España sería mucho más poderosa que Holanda o Austria, sino de una riqueza que hace que unos crean que pueden mandar sobre otros. Que unas voces tienen más fuerza que otras. Esta no es mi Europa.
Yo, como gran parte de la población joven, hemos nacido bajo la bandera azul de las estrellas, que representa a la Unión Europea. En el año 2000, en la primaria, empezamos a usar el euro como moneda. Así terminó una larga historia protagonizada por los escudos, pesetas y demás monedas nacionales. Cada vez más, empezamos a intentar uniformar el nivel de vida en los diferentes países, pero había diferencias, especialmente entre el norte y el sur. Dos realidades distintas, pero igualmente importantes. Por desgracia, algunos creen lo contrario y, como ha dicho António Costa en una breve conversación con los periodistas, es necesario analizar el contexto político en el que viven los distintos países. No obstante, parece que algunos de ellos han empezado a ver a Europa como algo incómodo que ya no les conviene; no es cool. Hemos tenido la Cumbre suspendida tres días por asuntos en los que, en una situación de urgencia, sólo se pueden calificar de mezquinos.
Mientras esta situación no se resuelva, ninguna nación podrá dejar atrás las cadenas que nos atan. El primer ministro portugués ha dicho a los periodistas que, en el Plan de Recuperación de la Unión Europea, Portugal tendrá derecho a 45.000 millones de euros. Para el portugués, este principio de acuerdo es bueno, pero inferior al pensado anteriormente. Es necesario ser ambiciosos, porque sólo así podremos dar un salto adelante y honrar la memoria de todos aquellos que lucharon para estar donde estamos hoy. Una de estas personas fue el padre de Úrsula Von der Leyen.
Es necesario llegar a un acuerdo, tanto por los mayores, como por los más jóvenes, de tal modo que podamos recuperar nuestras economías y permitir que los jóvenes, como yo, mis hermanos y millones de otras personas, puedan volver a soñar. No queremos ser la generación perdida, ¡queremos ser la generación del aquí y ahora! Por todo ello, y mucho más, necesitamos que la Unión actúe sin ser laxa. Ya que, si se juega con la esperanza de muchos por unos pocos, este modelo «federativo» no dará más de sí.
Pero la esperanza siempre es lo último en perderse. Mientras la vacuna no llegue y no comencemos a construir un nuevo futuro, los ciudadanos sólo pueden esperar y continuar con sus vidas, sin olvidar las reglas que hay que tener durante esta «nueva normalidad». Con la ilusión de que todo salga bien (aunque sigo pensando que podríamos tener un nuevo Plan Marshall en Europa).
Me despido de todos con un gran abrazo y prometo volver con otro artículo de opinión pronto.
Andreia Rodrigues es licenciada en periodismo por la Escuela Superior de Comunicación Social de Lisboa (ESCS) y es una apasionada de todas las formas de comunicación. Contar nuevas historias y descubrir nuevas culturas es algo en lo que trabaja todos los días