Florbela Espanca en la radio del coche

Comparte el artículo:

El trayecto duraba cerca de cuatro horas. Íbamos de Mogi das Cruzes, en la región metropolitana de São Paulo, hacia São João da Boa Vista, un pueblo ya casi en la frontera con la provincia de Minas Gerais. Durante toda mi infancia, ese era el viaje más esperado de las vacaciones. Allí, en casa de mis abuelos, nos quedábamos varias semanas, mi hermano, mi primo y yo, jugando todo el día en la calle, libres, descalzos, comiendo mangos, jabuticabas y pollos de corral que mi abuela mataba y desplumaba con sus propias manos.

Antes de emprender el viaje, un ritual obligatorio para mis padres era el de seleccionar las cintas casete que oiríamos por el camino, la mayoría, de música brasileña. Antonio Carlos y Jocafi, Chico Buarque y Paulinho da Viola eran presencias constantes en la banda sonora de la carretera. Pero una de las cintas me emocionaba de manera especial: la de Raimundo Fagner. Su dramática interpretación, con fuerte acento del noreste del país –ese tan ibérico noreste brasileño–, me revelaba versos como:

Minh’alma, de sonhar-te, anda perdida

Meus olhos andam cegos de te ver!

Não és sequer a razão do meu viver,

Pois que tu és já toda a minha vida!

(Los dejo en portugués. No soy traductor y no me arriesgo a tocar una coma siquiera de tan perfecta composición).

En la época no lo sabía, pero al cantar esa y otras canciones de Fagner estaba recitando los versos bellísimos, profundos y tormentosos de la poetisa portuguesa Florbela Espanca, autora de Charneca em flor, su obra maestra.  Gran sonetista, Espanca tiene en común con muchos otros artistas a lo largo de la historia lo apasionado y lo trágico de su vida. Fue precursora del movimiento feminista en Portugal y una de las primeras mujeres universitarias del país, matriculándose en Derecho. Sus versos suenan muchas veces como gritos desesperados. De ellos se desprende una entrega ciega a las emociones y amores, que acabaría por sofocarle. Después de tres matrimonios y dos intentos de suicidio, la poetisa se quita la vida, por fin, en 1930, el día en que cumplía 36 años.

De Florbela Espanca, Fagner puso melodía a los poemas Fanatismo, Fumo y Tortura. La poesía, por cierto, está presente en toda la obra del cantante brasileño: musicó también poemas de Fernando Pessoa, Ferreira Gullar, Cecília Meireles, Mário de Andrade, Patativa do Assaré, entre otros. Del español Rafael Alberti, interpretó, cantando en castellano, Oyes, qué música y Mujer llorando, ambas presentes en el disco Homenaje a Picasso, en el que participa al lado de nombres como Mercedes Sosa y nada menos que Paco de Lucía. Otro dúo de Fagner fue con Joan Manoel Serrat, que nos dejó memorables interpretaciones de Cantares y La Saeta (sobre poemas de Antonio Machado).

Poco conocida fuera de Portugal –y también algo olvidada por críticos y académicos dentro de su propio país–, Espanca experimentó un enorme éxito en Brasil a través de la música popular de Fagner, aunque casi nadie supiera que los versos cantados por el músico brasileño eran de la poetisa portuguesa. Durante las décadas de los setenta, ochenta y noventa del siglo pasado, Fagner sonaba con gran frecuencia en la radio, y sus canciones eran temas de telenovelas de enorme audiencia. Seguramente, millones de brasileños saben de memoria algunos versos de Espanca. De norte a sur, el eco de su voz resonó con fuerza en varios rincones de Brasil. Incluso en mis viajes de vacaciones, en la radio del coche de mis padres.

 

Sérgio Massucci Calderaro (São Paulo, 1971), doctor por la Universidad Complutense de Madrid, es publicista, escritor y profesor.

Noticias Relacionadas

Cuba: el ocaso del quijotismo mágico

Para Hugo Chávez, Fidel Castro era un “Don Quijote de La Habana”. Parece indudable que el caballero andante cubano tenía unos trazos hispánicos y quijotescos