Ahora será el turno de la I República española (1873-1874), cuyos principales dirigentes eran iberistas, de la “segunda hornada” de matriz federal, tales como Pi i Margall, Salmerón o Castelar.
En Portugal, si hasta entonces, una de las razones del iberismo había sido la pérdida de Brasil y la recuperación del liderazgo perdido, la nueva política de la década de 1870 de convertir las ocupaciones africanas en ocupaciones efectivas del territorio interior (de Angola y Mozambique) neutralizó al iberismo. La Crisis del Ultimátum (1890), donde el Imperio inglés puso límites al Imperio portugués, supuso una crisis en la alianza histórica anglolusa, lo que favorecía objetivamente al iberismo. Posteriormente el énfasis de la política lusa en construir un nuevo Brasil en África minó las posibilidades del iberismo.
En España se seguirán publicándose libros en clave federal y con especial enjundia: Las nacionalidades (1877) de Pi i Margall, Estados Unidos de Iberia (1881) de Fernando Garrido y Féderation Ibérique (1893) de Magalhães Lima, donde describe un reciente encuentro iberista en Badajoz, de carácter republicano y federal. Dicho cónclave fue presidido por el propio Lima junto con Nicolás Salmerón y asistieron abundantes representantes políticos y de la sociedad civil de ambos países. Uno de los cuatrocientos iberistas que justificaron su ausencia, manifestando su adhesión por telegrama, fue Teófilo Braga. Este político y escritor portugués escribió uno de los dos prólogos del libro Iberisme (1907) de Ignasi Ribera i Rovira, escrito en catalán. El otro prólogo lo firmó Joaquim Casas-Carbó (El problema peninsular; 1933), referente del iberismo catalanista junto con Joan Maragall (l’Himne Ibèric; 1906) y Prat de la Riba (La nacionalitat catalana; 1906). Todos ellos, junto con las gallegas Irmandades da Fala de Castelao (Congreso de Lugo; 1918), Fernando Pessoa y Salvador Madariaga, consideraban que la alianza de Cataluña con Portugal podría hacer posible una Iberia “triuna” equilibrada sobre tres ejes: el portugués, el castellano y el catalán, haciendo énfasis en el primero y el tercero.
El nacionalismo catalán de los años treinta mantendrá en sus discursos públicos el marco ibérico de relación entre pueblos peninsulares. El anarquismo, heredero del republicanismo federal y de sus bases en Andalucía y Cataluña, unifica con éxito sus organizaciones peninsulares en la FAI (1927). Incluso se crearon pequeños partidos iberistas como el Partido Social Ibérico en Sevilla y el Partido Federal Ibérico en Cataluña. El POUM en 1931, fruto de las contribuciones comunistas heterodoxas de Joaquín Maurín, defiende la “Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas”, idea defendida por el dramaturgo Alfonso Sastre en la actualidad. En 1936 sus juventudes adoptan el nombre Juventud Comunista Ibérica.
En la década de los años veinte, Blas Infante, heredero del federalismo y promotor del nacionalismo andaluz, substituye “España” por “Iberia” en su lema, escudo e himno: “ANDALUCÍA POR SÍ, PARA IBERIA Y LA HUMANIDAD”, que posteriormente quedará como escudo interno de la Junta Liberalista.
La llegada de la República portuguesa (1910) supuso un cambio de los colores en la bandera. Del azul y blanco pasó al verde y rojo. En el libro Aliança Peninsular (1925) del monárquico portugués Antonio Sardinha, exiliado en España, citándose a sí mismo en un artículo publicado en 1917, afirma que existía una conspiración, siete años después de la proclamación de la República portuguesa para que su bandera, con orígenes en el iberismo portugués, fuera reconocida por los republicanos españoles una vez que triunfasen:
“Tal es la genealogía de de la famosa ‘armonía ibérica’, que en el fondo no es más que la República federal de Iberia, anunciada para después de la insurrección -la huelga revolucionaria-, ahora malograda en España, por el doctor don Luis Simarro en la logia masónica celebrada en París el 2 de julio pasado -1917-. Se prometió en ella que, al triunfar los revoltosos, la bandera verde y roja sería inmediatamente reconocida como bandera de Iberia. No se trata sino de una ejecución testamentaria de Gomes Freire. Ya la procuraron dar efectividad los hombres de 1820”. (…) “Vencedora en España la República, arbolaría la bandera verde y roja de la República portuguesa, cuyos siniestros colores significa la utopía subversiva de la unificación ibérica”.
El profesor de la Universidad de Lisboa, Ernesto Castro Leal, afirma en 2008 en el libro Partidos e programas: o campo partidário republicano português: 1910-1926, que los colores rojo y verde eran los colores del federalismo ibérico. En el blog Causa Real se afirma en un post: Ibéria -as cores da bandeira republicana- que la bandera republicana portuguesa es la bandera de Iberia y que el color verde representaría a Portugal y el rojo a España. Esta interpretación, obviamente, no es la oficial ni la mayoritaria en Portugal.
Pablo González Velasco es coordinador general de EL TRAPEZIO y doctorando en antropología iberoamericana por la Universidad de Salamanca