Historia del iberismo (IV): La oportunidad Saldanha-Prim (1870)

Comparte el artículo:

Según el profesor de Historia José Antonio Rocamora: “un hipotético movimiento unificador encabezado por Portugal confrontado con el Estado español en los últimos años del reinado de Isabel II habría tenido claras opciones de éxito, al menos en el corto plazo. En 1866 circuló el rumor en la prensa internacional de que un levantamiento progresista ese año tuvo como lema precisamente la unión ibérica”. Es en esos años que el azoriano Antero de Quental escribe “Portugal Perante a Revolução de Espanha. Conside­rações sobre o Futuro da Política Portuguesa no Ponto de Vista da Democracia Ibérica” (Lisboa, Tipografia Portuguesa, 1868).

La juerguista Isabel II es destronada en 1868 por la revolución La Gloriosa y comienza el Sexenio revolucionario. Un año después, en enero de 1869, el embajador de España en Portugal, y miembro de la generación del 98, Ángel Fernández de los Ríos (“Mi Misión en Portugal”; 1878) encabeza las negociaciones con Fernando II (1816-1885), antiguo rey portugués “consorte” de la reina “lusocarioca” María II y padre del entonces rey Luis I, para unificar ambas coronas. Era el enésimo ofrecimiento liberal de la corona española, pero el primero oficioso, desde el poder y en nombre del Estado y el pueblo español.

Las negociaciones avanzan, con un fuerte impulso de Prim y Olózaga. Tratan de limar la oposición de Francia y resistir a la inglesa. Las negociaciones “tocan hueso” cuando Fernando II pone de condición que nunca las coronas de los dos estados recayesen en una persona. Y precisamente esa era la idea española, que, a la muerte de Fernando II, el rey de Portugal -su hijo- Luis I, heredara la corona española. Querían fichar a la Casa de Braganza entera para que no volviese más la borbónica.

El 14 de agosto de 1870, el presidente del Consejo de Ministros de Portugal, el Duque de Saldanha, veterano iberista que acaba de llegar al gobierno por un golpe, intenta convencer a los Braganza entregándoles una vieja carta de Dom Pedro IV donde exponía su simpatía por la unificación ibérica bajo un Braganza. Saldanha daba cuenta de este encuentro por carta a Fernández de los Ríos, según se recoge en el libro “Portugal e os Seus Detratores” (Luís Augusto Palmeirim, 1877), cita que se reproduce a continuación:

“Ao mesmo tempo o general Prim escrevia telegramas irritados, e nada conseguia demover el rei D. Fernando. Mas o que é mais curioso ainda é que ao lado de Fernández de los Rios, trabalhava para convencer D. Fernando… quem? O presidente do conselho de ministros, o duque de Saldanha, como prova a seguinte carta do duque a Fernández de los Rios: “Acabo de ver os senhores D. Luiz e D. Fernando, e com muito pezar tenho que dizer-le que nada me foi possível obter. Leram a carta de D. Pedro me escreveu, e esperam que as grandes potencias estabeleçam a paz na Europa. Oxalá que assim seja! Contristado, mas com a consciência tranquila, espera os acontecimentos quem é, D V. Ex – amigo verdadeiro- Saldanha- Cintra, 14 de agosto de 1870”

Finalmente, se trunca dicha oportunidad. Una oportunidad histórica de difícil repetición porque tanto el presidente portugués, Saldanha, como el español, Prim, eran iberistas de marcado carácter, valientes y capaces de modificar la historia. Incluso era más iberista el portugués que el español. No obstante, no consiguieron convencer al rey portugués. La hipótesis de una república ibérica no era una opción para Saldanha, tampoco para Prim que lo veía como una solución lejana. Fernando II estaba muy a gusto con su vida contemplativa en su bucólico Palacio da Pena en Sintra. El turno pasó y el parlamento español hizo rey al príncipe italiano Amadeo de Saboya, que no conseguirá estabilizar el caos español de la tercera guerra carlista, el asesinato de Prim y el conflicto independentista en Cuba.

Pablo González Velasco es coordinador general de EL TRAPEZIO y doctorando en antropología iberoamericana por la Universidad de Salamanca

Noticias Relacionadas

A hora da Liberdade

Agora que estamos a poucas horas (mais precisamente sete) do dia em que comemoramos os cinquenta anos da Revolução dos Cravos está na altura de