Para los judíos, España y Portugal nunca han estado separadas. Todo es Sefarad. La separación en dos naciones nunca ha servido para distinguir a los judíos de un lado y otro de la frontera. No hay diferencias entre judíos portugueses y españoles. Todos son sefardíes. Todos son judíos ibéricos o hispanojudíos. Así ha sido a lo largo de la historia, antes y después de su expulsión en 1492 de España y de Portugal en 1497.
La unificación política hispana fue temprana (1469) y se culminó territorialmente en 1492, a partir del cual el imperio español se extendió por todo el mundo. Sin embargo, Portugal se independizó y siguió su propio camino, algo históricamente comprensible, pero política, territorial y económicamente negativo si pensamos en qué podría haber sido el imperio luso-español. Hoy podríamos aprovechar nuestra cercanía y nuestra historia común para recuperar un proyecto de unión que en cierto modo ha estado siempre presente, y cuyas ventajas pocos podrían racionalmente negar. Evocar a Sefarad, mito y realidad, puede servirnos para impulsar ese proyecto.
Los judíos eran súbditos protegidos por el rey, propiedad del rey, estaban a su servicio. Como recaudadores de impuestos sufrían los ataques que no podían dirigirse directamente contra el rey. Además de recaudadores, también ejercían de prestamistas. No sólo prestaban a cualquiera que necesitara dinero, sino también a la corona. Acabaron constituyendo un grupo que, por su posición y poder, logró adquirir títulos de nobleza. No todos los judíos fueron nobles aristócratas y banqueros acaudalados, sólo una minoría. La mayoría vivía de la artesanía y de las profesiones que les estaban permitidas: médicos, veterinarios, escribanos, comerciantes, sastres, etc. En algunas zonas (León) llegaron a ocuparse de la defensa de la ciudad y también fueron propietarios de tierras y viñedos.
Hay una fecha fundamental en la historia de los judíos de Sefarad: 1391. Este año sufrieron la mayor persecución de su historia desde que, varios siglos antes de nuestra era, se instalaran en Hispania. Ese año fueron asesinados por las turbas miles de judíos, una cruel matanza provocada por la predicación de Vicente Ferrer y sobre todo del arcediano de Écija, Ferrán Martínez, que dirigió el saqueo de la judería de Sevilla y de ahí se extendió a casi todas las aljamas de España. Un tercio de los judíos se convirtió, produciendo la primera gran oleada de conversos. Un siglo después, en 1481, se creó la Inquisición para perseguir a estos conversos que, habiéndose bautizado forzosamente, muchos seguían practicando la Ley de Moisés en secreto. Diez años después de la creación de la Inquisición, y quizás como prueba de la imposibilidad de erradicar las estrechas relaciones entre judíos conversos y no conversos, se aprobó el decreto de expulsión, que obligó a miles de judíos y conversos a refugiarse en Portugal y a dispersarse por todo el Mediterráneo.
No podemos entender la cultura española y portuguesa sin la aportación de los judíos en todos los órdenes, pero especialmente en lo referente a la administración del Estado, a las profesiones llamadas liberales, y al arte y la literatura, tanto durante la Edad Media como en los siglos de Oro, XVI y XVII. Podríamos decir que los judíos han dado continuidad a la Hispania romana a través de los siglos, con la llegada de los visigodos, los árabes y el surgimiento de los reinos cristianos medievales. Artes y ciencias como la exégesis bíblica, la mística, la filosofía, la medicina, las leyes, la astronomía, la navegación, la economía o la literatura, fueron desarrolladas gracias a la aportación judía. España estuvo a la cabeza de Europa durante esos siglos.
Otra aportación fundamental fue el desarrollo de la individualidad. Podemos hablar de la aparición de la subjetividad, del mundo interior, en gran parte debido a la necesidad que los judíos tuvieron de encerrarse en su mundo interior frente a la persecución exterior. El surgimiento de la mística se fundamentó en la existencia de la cábala, que ya desarrolló la importancia de la interioridad y la experiencia subjetiva. Nada de extraño que muchos conversos acabaran refugiándose y ocupando los puestos más importantes dentro de Iglesia y las órdenes religiosas.
Hoy, gracias a leyes impulsoras de la nacionalización o «repatriación» de los sefardíes, tanto en Portugal como en España, han podido nacionalizarse unos miles de judíos, estrechando sus lazos con la Península y favoreciendo la recuperación de ese pasado común. Si queremos dar fundamento a la unión federal entre España y Portugal, el conocimiento de la historia de los judíos de Sefarad servirá para estrechar nuestros vínculos culturales y emocionales, no sólo porque hoy muchos, tanto españoles como portugueses, nos reconocemos en esa herencia y nos sentimos descendientes de aquellos conversos y criptoconversos de los siglos XIV, XV y XVI, sino porque la propia utopía que encierra el mito de Sefarad, como reino de paz y armonía, es un estímulo para superar barreras artificiales, diferencias forzadas y prejuicios hoy carentes de sentido. Sí, Sefarad nos une.
Santiago Trancón es filólogo, escritor, profesor de lengua y literatura y miembro de la Plataforma por la Federación Ibérica.