19/05/2025

Iberismo y anti-iberismo: ayer y hoy

Comparte el artículo:

La historia

El iberismo es un gran desconocido entre el público general. La existencia de propuestas políticas, culturales y sociales, nacidas a partir del siglo XIX, al calor de las ideas del romanticismo nacionalista y de las reunificaciones de Italia y Alemania, que procuraron y procuran algún tipo de Unión Ibérica, es ignorado por el grueso de la población. Qué de diferentes formas y con diferentes alcances hayan abrazado y abracen ese ideal ibérico, personalidades de primer nivel intelectual, tanto en España como en Portugal, sorprende a una gran mayoría.

El iberismo manejó argumentos similares a los que se usaron en la unificación italiana (1870), una geografía específica, una conciencia histórica, lenguas próximas, origen común de la población, proyección internacional, economía, todo ello en el contexto cultural del romanticismo donde la exaltación de la patria era un elemento fundamental.

El romanticismo contribuyó a la construcción de identidades nacionales; en una línea similar algunos intelectuales lo utilizaron para promover la idea de una hermandad ibérica. De esa forma el iberismo durante siglo XVIII compitió con las ideas nacionales, en pleno proceso de construcción, de España y Portugal.

El iberismo decimonónico se caracterizó por abarcar todo tipo de corrientes, liberales, tradicionalistas, monárquicas y republicanas. Fue un movimiento transversal, lo cual viene a corroborar su profunda raigambre social y cultural. De ahí también la necesidad de hablar de iberismos en plural, pues cada corriente tuvo enfoques y pretensiones diferentes.

El acontecimiento que pudo traer una unión dinástica ibérica, fue el ofrecimiento, por parte del Gobierno del general Juan Prim, instaurado en España tras la Revolución de 1868 que expulsó a Isabel II de la corona de España, a Fernando de Saxe-Coburgo, padre del entonces rey de Portugal Luis I. Las negociaciones estuvieron comandadas por el embajador en Lisboa, Fernández de los Ríos, que trató de convencer también a Luis I para que aceptase una monarquía dual. El ofrecimiento fue rechazado por D. Fernando. Los motivos del rechazo pudieron estar en la falta de consenso en la opinión pública de Portugal y las posiciones de Francia e Inglaterra, que no mostraron apoyo a la pretendida unificación. Finalmente, las cortes españolas acabaron proclamando rey a Amadeo de Saboya, procedente de Nápoles.

A partir del Sexenio Revolucionario decayó cualquier posibilidad de unidad política al estilo de las unificaciones de Italia y Alemania. En Portugal, el iberismo pasó a estar estigmatizado, por buena parte del ambiente político, como una renuncia inaceptable a la identidad portuguesa y, en España, quedó circunscrito a las corrientes republicanas federalistas.

En la parte final del siglo XIX comenzó el llamado iberismo cultural y literario, destacando la obra de Oliveira Martins, “Historia da Civilização Ibérica”; posteriormente el iberismo tuvo influencia en la Reinaxença Catalana, estando, hasta las dictaduras del siglo XX, presente en las diferentes vicisitudes políticas de la época como el ultimátum inglés o la crisis española de 1898.

Durante las dictaduras de Franco y Salazar, se produjo un olvido del iberismo y un distanciamiento sentimental y afectivo. Los nacionalismos portugués y español delimitaron construcciones nacionales apoyadas ya en los medios de comunicación de masas, totalmente diferenciadas y en ocasiones antagónicas.

Con la llegada de las democracias a ambos países a medidos de los años 70 del siglo XX, hubo algunos conatos de recuperación del iberismo en el sentido político del término, que acabaron subsumidos con la entrada conjunta en la Comunidad Económica Europea (posterior UE) en 1986.

En la etapa que abre la incorporación a Europa es donde se empieza a desenvolver y a gestarse las ideas del nuevo iberismo del siglo XXI. Portugal y España tienen un recorrido de 40 años dentro de la UE, que ha posibilitado un acercamiento sin precedentes, y que en gran medida ha logrado los objetivos iberistas planteados en otras épocas, unión aduanera, unión monetaria, integración económica. Es por lo que el nuevo iberismo tiene unos mecanismos muy poderosos para seguir avanzando en una integración específica para España y Portugal que dé relevancia internacional a una Alianza Ibérica.

El anti-iberismo

Toda tesis tiene su antítesis, especialmente si la premisa tiene fuerza y capacidad seductora. Precisamente eso es lo que ocurre con el iberismo. A mediados del siglo XIX, las ideas iberistas están en voga al calor de las revoluciones liberales de 1848. El punto álgido de la difusión de las ideas iberistas se produce con la obra publicada en 1852 “La Iberia: memoria sobre las ventajas de la unión pacífica y legal de Portugal y España”, escrita por el diplomático español Sinibaldo de Mas, y prologada por el significado iberista portugués José Maria Latino Coelho, una obra que alcanzó las cinco ediciones, impresa en castellano y portugués. El libro llevó al centro del espacio público portugués el iberismo, con reacciones tanto positivas, Custódio José Vieria, Henriques Nogueira, como negativas, Casal Ribeiro, Rebelo da Silva. Periódicos como O Progresso de Lisboa divulgaban la idea iberista de manera persistente. La unión sería una garantía de independencia frente a las grandes potencias. En este ambiente de potente propaganda iberista, surgió la aún más potente reacción nacionalista portuguesa, que cristalizó en la creación de la Comisión 1º de Dezembro, que fue fundada por un grupo de políticos e intelectuales en que predominaban hombres ligados al régimen constitucional, muchos de ellos con significados cargos públicos. La Comisión realizó una importante labor de difusión de un ideario anti-iberista y promovió la conmemoración patriótica del levantamiento del 1º de Diciembre de 1640 contra la monarquía hispánica reinante en la figura de Felipe III de Portugal (IV de España).

En cierta medida la construcción nacional de Portugal se realiza contra Castilla y España, que son vistos como una amenaza para la existencia de Portugal. Los mitos nacionales de la batalla de Aljubarrota, cuando en 1385 Castilla fue derrotada por Portugal y del 1º de diciembre de 1640, fueron insistentemente propagados en Portugal, especialmente durante la dictadura salazarista, formando parte del imaginario del nacionalista portugués.

Lógicamente es comprensible que cierto nacionalismo portugués sea reactivo a la idea de aproximación social, cultural y económica con España, al igual que es compresible el iberismo, siempre dentro de los valores de respeto a la libertad de expresión y a la soberanía nacional de los estados.

Cierto nacionalismo español, por su parte, ha tendido a ignorar a Portugal, con una actitud a veces altiva y distante. La ideología iberista en España siempre ha tenido características lusistas, como por ejemplo fomentar el estudio de la lengua de Camões, cuestión que ha sido entendida como peligrosa y disgregadora por ese cierto nacionalismo español, que puede ser calificado, al igual que el portugués, de anti-iberista.

¿Por qué es importante el vínculo ibérico?

Si dedico he dedicado parte de mi tiempo a Iberia es porque considero fundamental la ibericidad. Ciertamente hay una parte de mi interés es de índole sentimental. “El amor no se puede explicar” es la respuesta que me vino cuando el periodista Ramón Font me preguntó en la Conferencia organizada por EL TRAPEZIO en la Casa de América Latina en Lisboa, sobre mi dedicación a la causa ibérica. Como buen ibérico llevo la sensibilidad a flor de piel.

Lógicamente hay muchos más argumentos que el sentimiento de hermandad profunda entre los pueblos. Por encima de todos destacaría el posibilismo y el camino ya recorrido. España y Portugal constituyen ya una realidad económica integrada, de una mayor profundidad de la que se tiene con el resto de los países de Europa. Como datos ilustrativos tenemos que Portugal vende a España más del doble de lo que vende a Francia o Alemania, y España vende algo más a Portugal que al Reino Unido, que tiene una población 6 veces mayor a la de Portugal.

Lo que es una realidad económica puede y en mi opinión debe pasar a tener una dimensión política, social y cultural mayor; algo que se puede realizar con relativa facilidad. Estamos ante una ventana de oportunidad histórica, que nos haría subir escalones en el ámbito europeo y en el concierto internacional, obviamente siempre dentro de nuestro rango de posibilidades. El vínculo con Iberoamérica, aun siendo muy importante, principalmente en el plano cultural, de las inversiones y la inmigración, es débil en lo económico; por poner un ejemplo, Portugal vende a Brasil 18 veces menos que a España. Las realidades de los países de Iberoamérica, en relación a la península ibérica, no permiten alcanzar Alianzas del calado de las que ya se alcanzan con Portugal. No existe una alternativa, al iberismo de convergencia y especial relación, que sea realista, que pueda hacer ganar a nuestros países relevancia internacional. En el ámbito de la Unión Europea, precisamente la Alianza entre España y Portugal nos situaría cerca del nivel de relevancia de Francia, que junto con Alemania componen los motores europeos.

Pablo Castro Abad