Recientemente, Antonio Garrigues Walker hacía unas declaraciones en el diario español La Razón en las que, como de pasada, deslizaba sus reflexiones sobre Portugal, recurriendo una vez más a su concepto implícito de iberismo, y llevaba a Portugal al nivel de ejemplo de bien hacer, con su mezcla inglesa, española y europea, e insistía en que lo hace todo bien, con calidad, sensibilidad y cultura, de tal forma que España tiene mucho que aprender y sin embargo vivimos de espaldas a ellos.
Es cierto, vivimos de espaldas a Portugal, de la misma manera que vivimos de espaldas a Andorra, pero no vivimos de espaldas a Inglaterra o miramos a Francia con cierto recelo de injerencia en las cuestiones internas españolas. Antiguos traumas que no hemos sido capaces de superar ni con la Unión Europea.
Imagino que existe un trauma colectivo desde el lado de acá de ambas fronteras, como existe trauma del lado de acá sobre Gibraltar.
Instintivamente, ha debido quedarse en el inconsciente colectivo español, dolor, demasiado dolor, duelo por el sentimiento de pérdida o de ruptura. Aun hoy lo vemos y lo percibimos en la sociedad catastrófica del siglo XXI, con heridas que la idea de Unión Europea no ha sido capaz de cerrar. Estamos más unidos con Portugal, pero solo por la identidad cultural fronteriza de Galicia, Castilla y León, Extremadura y Andalucía. Miremos por donde miremos en la historia internacional, el destino de Portugal y de España ha sido común pero separado. Las inercias históricas han sido las mismas, las órdenes militares, la idea de las exploraciones y los “descubrimientos”, la creación de un imperio de ultramar en África, insular y continental, o en Asia o en América. Pero hemos ido separados, vecinos siempre pero vecinos lejanos, por más que existan proximidades inseparables. No han ido muchos peninsulares del lado de acá al lado de allá, mientras que sí han venido más peninsulares del lado de allá para acá. Creo que la sensación inconsciente colectiva es semejante al que tiene que aceptar un divorcio que no quiere y, una vez que se produce, el dolor le lleva a dar la espalda a quien ha compartido con nosotros una parte importante de nuestra vida.
Hemos tenido nuestros dictadores, pero ellos no han tenido una guerra civil y eso ya debe hacernos pensar. Hemos tenido una persecución política, pero la familia real de la casa de Borbón ha estado refugiada en Portugal, país del que por otra parte oficialmente no ha hablado mucho. Nuestro rey emérito ha hablado de Marruecos y de nuestros hermanos árabes, mientras nosotros considerábamos a los ciudadanos portugueses, antes de la entrada en la Unión Europea, como poco menos que un tercer mundo, peor que nuestro tercer mundo particular. Imagino también que por parte de Portugal se han ido alejando los puentes, puesto que para que la imagen sea tercermundista mejor evolucionar hacia terrenos de mayor cariño y autoafirmación.
Si reflexionamos también dentro de nuestro papel en la Unión Europea, parece que el sur de Europa ibérica y mediterránea se considera como un grupo de “pigs”: Portugal, Italia, Grecia y España, precisamente los que más han aportado a la cultura europea a lo largo de la historia. Los principios de la Unión Europea son económicos de nacimiento y políticos de consecuencia, pasando ahora su propio divorcio Brexit. La Unión Europea nos ha acercado a Portugal y España, al iberismo cultural e histórico, mediterráneo y atlántico, y ha invertido las espaldas recíprocas para acercarnos las miradas y los ojos, ahora más francos. Pero debemos caminar aún más, debemos aproximarnos aun más, repito.
Una federación ibérica consciente, no necesariamente constituida como Estado, pero sólida y coordinada, nos daría una capacidad de influencia en estimulación geométrica por el efecto llamada en toda Iberoamérica. No existe y no se toma en serio por ninguno de los dos lados de la vieja frontera esta apuesta.
Un ejemplo de estos movimientos telúricos de la intrahistoria es, sin embargo, la masonería de las logias de ambos lados. Trabajan desde hace años en conjunto intuitivamente y es a seguir en este camino. La masonería proyecta en la sociedad sentimientos de fraternidad y unidad, cadena de unión y lugar de encuentro. Es como el aceite que se extiende suavemente. Este movimiento ayudará, sin lugar a dudas, a que el sentimiento de unidad cultural existente se vaya concretando en realidad operativa entre los dos lados.
La masonería regular española está marcada por dos hegemonías, la francesa -que es el origen- y la inglesa, que es la etiqueta con la que trata de disimular sus carencias. Pero ha dejado de lado a la portuguesa de forma sorprendente, mientras que la portuguesa parece estar totalmente abierta a estrechar los lazos fraternales. Pero las logias de Extremadura o Galicia se proyectan hacia el Encuentro-Encontro, como se denomina una logia hispano-lusa que se reúne alternativamente en ambos bordes de la frontera, o hacia Oporto o Vigo, igual que el ciclo de conferencias “A maçonaría regular em casa (…e a volta do mundo)” que en estos momentos se está celebrando, incorpora ponentes de México, Argentina, Portugal, Brasil, Bolivia, Italia o España, entre otros países, bajo el amparo de la Gran Logia regular de Portugal y Gran Logia legal de Portugal y de su Gran Maestro, y lo hacen todo bien, como también hacen bien la presencia de la institución en la sociedad en estos momentos de coronavirus y su ayuda al cuerpo de bomberos con mascarillas
Todo debe girar hacia quienes habitan el eje ibérico, tan rico, plural, atlántico y mediterráneo, pero no desde la ruptura sino desde la suma de recursos y de objetivos comunes realista y efectiva. La masonería de ambos lados puede ser, como siempre, un camino discreto en esta dirección y masones de los dos lados existen que apuestan por este giro europeo e ibérico. Un giro al que también Andorra puede incorporarse, indudablemente.
Adolfo Alonso es abogado especializado en derecho de familia y miembro de la Gran Logia de España