En España estamos haciendo algo bien. El miércoles 13 de mayo asaltaron la calle Núñez de Balboa (Madrid) decenas de españoles protestando contra el Gobierno de Pedro Sánchez, pero antes de profundizar debo poner un contexto a esta situación. La calle antes mencionada es parte del barrio de Salamanca, famoso por ser uno de los barrios de mayor nivel de vida de Europa. Este aristocrático distrito es el feudo del Partido Popular en Madrid y, como ustedes sabrán, en España gobierna su contraparte, el Partido Socialista Obrero Español junto a Unidas Podemos.
Parece ser que el estado de alarma crispa los ánimos de estos ricachones que no pueden hacer sus compras de lujo por las calles Serrano, Claudio Coello u Ortega y Gasset; de modo que han tomado la vía mundana de hacer protestas y, en lugar de hacer caceroladas como personas normales, han decidido saltarse la Ley y tomar las calles en una manifestación ilegal tanto por no haber sido permitida por la autoridad competente como por haber violado el estado de alarma.
Ante esto, la policía no parece dar respuesta. He visto a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado perpetrar un abuso tras otro contra la ciudadanía de a pie por infracciones mundanas, pero no he visto a un solo policía multando o reduciendo a los manifestantes de Núñez de Balboa, aunque quizá la razón sea que, tomando las palabras de El Planeta de los Simios: La Guerra, «simio no mata a simio». Volvemos a encontrar aquí una dicotomía que parecemos haber olvidado en el siglo XXI: la clase oprimida frente a la clase opresora.
No hablaré de conceptos marxistas como proletariado o burguesía, pues trasladar estas palabras a la actualidad requiere de una larga reflexión político-filosófica. Sin embargo, sí hablaré de oprimidos y opresores, pues toda persona debe tener claro en qué posición se encuentra antes de pensar a qué país pertenece. Ninguna bandera da de comer y quien vive subyugado por los poderes fácticos —la banca, las multinacionales, el ejército y la Iglesia— vive en la servidumbre, mientras que quien domina vive “apátrida” en su fortuna.
Y una vez hemos dejado claro esto, podemos continuar. El Gobierno de España ha fallado en muchas cosas, sí, pero algo está haciendo bien si hemos logrado blindar a las clases populares frente a los patrioteros del barrio de Salamanca; algo hemos hecho bien si logramos que mediante sistemas como los ERTE se proteja de la crisis económica a los más indefensos; en definitiva, algo hemos hecho bien si el Gobierno está del lado del pobre en lugar de regocijándose junto a los ricos y vendepatrias. Hemos dado grandes pasos y todavía nos queda camino por recorrer.
Como dijo el presidente de Portugal Marcelo Rebelo de Sousa, «cada portugués contribuyó para hacer viables los bancos. En este momento, sabiendo que la banca está estabilizada, es una ocasión de retribuir a los portugueses lo que hicimos». Y, al igual que los lusos, los españoles también contribuimos al sostén de la banca en la crisis de 2008. Ahora la economía —y sobre todo las economías domésticas— necesita dinero para mantener su funcionamiento; pero una cosa debemos tener clara: ninguna entidad bancaria, española o portuguesa, dará su brazo a torcer.
Por ello, sólo puedo esperar a que nuestras Naciones sean conscientes de que la única forma de contrarrestar sus poderes fácticos es la formando Gobiernos fuertes que estén del lado del pueblo. Gobiernos que miren más allá de sus fronteras. Gobiernos unidos frente aquellos cuyas patrias son la riqueza y el poder. En conclusión, España y Portugal, los españoles y los portugueses, deben hacer frente a los retos en común y, como dije en mi anterior artículo y vuelvo a repetir: sólo el pueblo salva al pueblo.
Daniel Ratón es secretario de Organización de las Juventudes Socialistas de Zamora.