EL TRAPEZIO entrevista al profesor argentino Marcelo Gullo: «En 1807, la Corte española debería haberse trasladado a La Habana»

Gullo afirma que "miles de indios de las naciones oprimidas lucharon, junto a Cortés, contra los aztecas"

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Marcelo Gullo Omodeo es doctor en Ciencia Política por la Universidad del Salvador (Buenos Aires). Graduado en Estudios Internacionales por la Escuela Diplomática de Madrid, es profesor de la Escuela Superior de Guerra y de la Universidad Nacional de Lanús (Argentina). Es autor de varios libros, entre ellos, La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones (2008), que obtuvo el premio Oesterheld, y Argentina-Brasil. La Gran Oportunidad (2005). Acaba de publicar Madre Patria (Espasa; 2021).

E.T.: El libro “Madre Patria. Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán” contribuye, desde Hispanoamérica, al debate de la leyenda negra, en un momento donde diversos ensayos han tenido un importante tirón editorial en España. ¿Qué cree que su libro aporta al debate a diferencia (o en complemento) de otros autores?

M.G.: Todas mis obras, desde Argentina Brasil. La gran oportunidad hasta Madre Patria pasando por La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones, intentan ser un pensar desde nuestro ser y nuestro estar. Desde nuestra “periferia iberoamericana”. Al respecto, permítame decirle que yo me considero un verdadero “enano intelectual sentado sobre los hombros de los grandes gigantes del pensamiento hispanoamericano”, que me han precedido: José Enrique Rodó, Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Gilberto Freyre, José Hernández Arregui, Jorge Abelardo Ramos, Alberto Methol Ferré y Helio Jaguaribe... por nombrar solo algunos. Recordemos − como afirmaba Eva Perón − que fue el pueblo español “…el que nos dio el ser y nos legó su espiritualidad”. La visión que siempre he sostenido es que, para conocer la realidad, necesitamos un apropiado “sistema de categorías”. Estas categorías – que, por obvias razones no pueden ser las elaboradas, desde los “grandes centros académicos” financiados por la “oligarquía financiera internacional” que fomentó siempre la Leyenda negra de la conquista española de América – primero, aliada con Inglaterra y luego, con los Estados Unidos.

El aporte de mi obra, pues, es un aporte epistemológico dado que, todo el desarrollo de la misma tiende a demostrar que no debemos utilizar más el concepto de “conquista” de América sino reemplazarlo − por el mucho más preciso − de “liberación” de América. Si España tuviese que pedir disculpas por haber derrotado al imperialismo antropófago azteca, tanto los Estados Unidos, como Rusia, tendrían que pedir perdón por haber derrotado al imperialismo nazi. Claro está que la batalla por Tenochtitlán − que puso fin al imperialismo azteca − fue sangrienta, pero tan sangrienta, por cierto, como la batalla por Berlín, que puso fin al imperialismo nazi.

 

E.T: ¿Podría explayarse al respecto?

M.G.: Para mencionar solo un ejemplo, pero emblemático − que demuestra lo que venimos de afirmar − digamos que, haciendo un análisis objetivo de la historia, es relativamente sencillo demostrar que Hernán Cortés no “conquistó” México. Todo lo contrario: “liberó” a cientos de naciones oprimidas por el  imperialismo más sanguinario que ha conocido la historia de la humanidad: el  imperialismo antropófago de los aztecas. En realidad no hubo conquista, sino que hubo liberación. La “contradicción principal” era, para las naciones dominadas por los aztecas, la contradicción “vida o muerte”. Continuar con la dependencia azteca habría significado, para los los tlaxcaltecas y totonacas, por ejemplo, seguir siendo, literalmente, “devorados” por los aztecas. La liberación, pues, significó dejar de ser “el alimento principal de los aztecas”. Las otras contradicciones eran, dicho esto, evidentemente secundarias. A mayor abundamiento, resulta “materialmente imposible” que, con apenas 300 hombres, cuatro arcabuces viejos y algunos caballos, Cortés pudiera derrotar a un ejército integrado por trescientos mil  feroces soldados disciplinados y valientes, como el que  tenían los aztecas. Habría sido imposible, aunque Cortés hubiese tenido ametralladoras automáticas. El imperialismo azteca fue el más atroz de la historia de la humanidad: sacrificaban, por día, miles y miles de personas provenientes de los pueblos dominados, un dominio que les exigía “tributo” pero “tributo” en sangre.  En México, había una nación opresora y cientos de naciones oprimidas, a las cuales los aztecas no solo le arrebataban sus materias primas – tal y como han hecho todos los imperialismos, a lo largo de la historia −  sino que les arrebataban a sus hijos, a sus hermanos… para sacrificarlos en sus templos y luego, repartir los cuerpos descuartizados de las víctimas en sus carnicerías, como si fuesen cerdos o pollos. Para que esos seres humanos descuartizados, sirvieran de “sustancioso alimento”, a la población azteca. Las evidencias científicas con las que contamos hoy, no dejan lugar a dudas al respecto. Era tal la cantidad de sacrificios humanos que realizaban los aztecas de gentes de los pueblos por ellos esclavizados que, con las calaveras, construían las paredes de sus edificios y templos. El principal alimento de la nobleza, y de la casta sacerdotal azteca, era la carne humana de los pueblos oprimidos. La nobleza se reservaba los muslos y las entrañas se la dejaban al populacho. Esto lo dice todo y eso, precisamente,  es lo que ocultan los pseudo-pensadores y profesores del progresismo “caviar” financiado, hasta hace poco, por los Baring o por los Rockefeller y hoy, por los Soros y compañía. Si Hernán Cortés tuvo éxito, fue porque dijo, a esos pueblos sometidos, que eso se iba a acabar: “…con nosotros esto nunca más va a ocurrir”La conquista fue, en realidad, la liberación del 80 por ciento de los mexicanos del imperialismo más macabro y monstruoso que haya conocido la historia de la humanidad.  Si por caso, hubiese habido una votación “popular” entre Cortés y Moctezuma, sin dudas, habría ganado Cortés. Habría ganado por “goleada”.

España llevó a América un proyecto más justo. Miles de indios de las naciones oprimidas lucharon, junto a Cortés, contra los aztecas. Algo similar pasó en el Perú, con Pizarro.

 

E.T: Por su bibliografía y obra, entiendo que sus lecturas no se circunscriben a un campo ideológico, usted lee a autores de izquierda y de derecha. ¿Cuál ha sido su trayectoria ideológica? ¿Se podría afirmar que evolucionó de un integracionismo latinoamericano a uno hispanoamericano que incluye a la Península?

M.G.: Heredero del pensamiento de Juan Domingo Perón y de Eva Perón fui, siempre, un hispanista convencido aunque, solo en mi madurez intelectual pude comprender que la Hispanidad es una “nación inconclusa” que va de los Pirineos al Pacífico y del Rio Grande a la Tierra del Fuego. Estamos aquí, de nuevo, ante una cuestión epistemológica que es preciso aclarar.

El concepto de “Hispanidad” incluye, tanto a España como a Portugal, tanto a las repúblicas hispanoamericanas como al Brasil, pues la “Hispania” romana abarcaba tanto a lo que hoy es España, cuanto a lo que hoy es Portugal. Por eso, usamos el concepto de “Hispanidad” y no el de “Españolidad”. Por otra parte, resulta preciso aclarar un grave error histórico. La unidad de la península hispánica no se selló en 1492 con la reconquista de Granada por los Reyes Católicos, sino en 1580 cuando, después de la fatídica muerte del Rey Sebastián, de Portugal, en la batalla de Alcazarquivir, su sobrino, Felipe II, hereda la corona de Portugal y se constituye, el Imperio Hispánico –llamado comúnmente, “imperio español”, “imperio ibérico” o “doble monarquía”, con el que habían soñado, tanto portugueses como castellanos pues, la unificación de la península fue, siempre, querida por todo los pueblos que la conforman. Estos fueron los años más gloriosos para nuestra civilización y los más felices para nuestros pueblos. Sin embargo, esa feliz unión, que nos había convertido en el imperio más poderoso y justo de la historia de la humanidad, recibió una “puñalada mortal”, con la independencia de Portugal en 1640, una independencia que fue la obra más genial de la diplomacia inglesa en toda su historia. La independencia de Portugal fue antipopular; el pueblo portugués no quería la independencia. El duque de Braganza y una pequeña minoría de portugueses motivados, manipulados y apoyados por Gran Bretaña, se sublevaron y el Emperador no pudo combatir la sublevación, porque sabía que eso implicaba la guerra con Gran Bretaña. Portugal nació así enfeudado al imperialismo británico. Inglaterra se convirtió, desde entonces, en el “garante de la independencia portuguesa”, y Portugal en un “subimperialismo” del imperialismo inglés. Pero lo que nos interesa remarcar es que el pueblo portugués, antes de 1640, se sentía hermanado al pueblo andaluz, al pueblo gallego, al pueblo extremeño, al pueblo catalán…. porque todos eran hispanos. Luego, el pueblo portugués fue sometido a un “lavado de cabeza”. Se le enseñó una historia falsificada, una historia en que se presentaba a Castilla como el enemigo histórico de Portugal. La balcanización de la América del Sur comenzó en la península ibérica, con la fragmentación de la “Doble Monarquía”. Portugal y España son hermanos gemelos. Hoy, la reconstrucción de la unidad perdida debe comenzar por la América del Sur, con la unidad argentino-brasileña. Si la integración entre Argentina y Brasil fuese real y se basara en una planificación industrial indicativa y no en el librecomercio como acontece hasta ahora – un hecho que terminó de destruir la industria argentina sobreviviente al colapso provocado por la dictadura militar que ocupó el poder de 1976 a 1882 –, ambos países podrían conformar un “polo de aglutinación” que atraiga a la integración. Primero a todos los países de la América del Sur y luego, a los de la América Central y México. Si esta “reunificación” pudiese ser realizada, entonces tanto Portugal como España comprenderían, que Europa es el problema e Hispanoamérica la solución.

 

E.T.: ¿Cómo se aplica la tesis de su libro “la Insubordinación fundante” para el caso hispánico?

M.G.: La teoría de la “Insubordinación Fundante” sostiene que todos los procesos emancipatorios exitosos, que todos los procesos de desarrollo, que alcanzaron resultados positivos, fueron el resultado de una “insubordinación” contra el orden ideológico establecido por la potencia dominante, a lo que sumó un adecuado impulso estatal. Una conjunción que permitió que los elementos de poder, tangibles e intangibles, de un Estado, dejaran de ser una potencialidad, dejaran de ser “potencia” (en el sentido aristotélico) para concretarse en “acto”. Es preciso aclarar que la comprensión cabal de la “Teoría de Insubordinación Fundante” requiere, como condición necesaria, explicitar que, la primera potencia que construyó un “orden ideológico”, destinado a “inhibir la construcción del poder nacional” de los otros Estados, e “inhibir el desarrollo de las otras naciones”, fue Gran Bretaña. Lo hizo a través de la prédica de la “Teoría de la división internacional del trabajo” y “el librecomercio”. Por lo tanto, la construcción del “poder nacional” y del “desarrollo económico” estuvo, a partir de entonces, ligada al rechazo de la división internacional del trabajo y del librecomercio. Así lo hicieron los Estados Unidos, que realizaron la primera “insubordinación fundante” de la historia con George Washington y Alexander Hamilton, y luego lo hizo Alemania, Japón y más tarde Canadá y Corea del Sur. Una de las cuestiones más llamativas pero, a su vez más ignoradas de la Historia de la política y de la Economía internacionales, se refiere al hecho que, a partir de su industrialización, Gran Bretaña pasó a actuar con deliberada “duplicidad”. Una cosa era lo que efectivamente había realizado – y realizaba – en materia de política económica para industrializarse y progresar en esa materia, y otra, aquella que, ideológicamente, propagaba con Adam Smith y otros voceros. El Imperio del Brasil y las repúblicas hispanoamericanas deberían de haber seguido el ejemplo de los Estados Unidos que, al independizarse, rechazaron el librecomercio, aplicaron un fuerte proteccionismo económico y, una vez que se industrializaron, comenzaron a predicar el librecomercio. Ahora, como el mundo marcha a la constitución de Estados continentales, ya no es posible, siquiera, que el Brasil realice una insubordinación fundante, en solitario. Ahora un proceso de insubordinación fundante, que rechace las dos ideologías de subordinación predicadas por el poder mundial, debería abarcar a toda la América del Sur.

 

E.T: El ensayo “La Insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones” tiene el prefacio de Helio Jaguaribe. ¿En qué medida usted es discípulo del politólogo brasileño?                                                          

M.G.: Tuve el privilegio de disfrutar de la compañía de mi gran Maestro, don Helio Jaguaribe, y de pasar horas de conversación con él, tanto en mi casa, en Rosario, como en la morada del Maestro, en Río de Janeiro. Juntos viajamos a Mendoza para presentar mi primer libro Argentina Brasil, la gran oportunidad, también por él prologado. Juntos paseamos por las calles de Buenos Aires cuando fuimos a presentar mi libro: La insubordinación fundante. Tuve el privilegio de compartir con don Helio Jaguaribe largas cenas en Rosario, Buenos Aires, Córdoba y Rio de Janeiro que se extendían, increíblemente, hasta las tres o cuatro de la madrugada. La historia del Brasil, el desarrollo económico de Estados Unidos y Alemania, las discusiones entre Lenin y Kautsky, el vertiginoso crecimiento de China, el examen del pensamiento de Max Scheler, el análisis de los Gobiernos de Vargas y Perón, eran algunos de los temas que discurrían en nuestras cenas y caminatas con total naturalidad. Recuerdo todavía, como si fuese hoy, el día que nos despedimos – estando el ya enfermo. Sus ojos y los míos estaban llenos de lágrimas. Sabíamos que no íbamos a volver a vernos pero él seguía sonriendo, porque era un “optimista absoluto” y me había escrito, en su cuadernito – ya estaba mudo – que él seguiría viviendo, a través de mis obras. Puedo aseverar entonces, con justicia,  que soy discípulo directo de Helio Jaguaribe, a quien además de admirar, quise entrañablemente.

 

E.T.: Cuando se visitan ciudades del barroco brasileño como Ouro Preto se percibe un pasado complejo, mestizo y poderoso. En el libro recuerda la llegada de João VI, a Brasil. En España se desconoce que, durante algunos años, la Metrópoli portuguesa se asentó en Río de Janeiro e incluso, no salió de la “ciudad maravillosa”, en la medida que continuó el Imperio del Brasil. ¿Qué destaca de aquel momento transcendental?    

M.G.: Con la llegada de la Corte portuguesa al Brasil, junto a los quince mil hombres y mujeres que la acompañaban, Rio de Janeiro dejó de ser una simple aldea de barro colonial, para convertirse en la capital de un imperio. El Brasil dejo de ser una colonia, para pasar a convertirse en la capital de un Imperio. Como destaca Luiz Alberto Moñiz Bandeira fue el Estado portugués, en pleno –todo el aparato militar y diplomático–, el que se “mudó” al Brasil, sin sufrir discontinuidad alguna. Este hecho, fue el que salvó al Brasil de la “balcanización territorial” y el que le permitió convertirse en un “Estado-Imperio”, que formó la nación, atribuyéndose un manifiesto destino de potencia. Importa destacar que Darcy Ribeiro quien, realizando un análisis todavía más profundo y agudo, que el realizado por Moñiz Bandeira, se da cuenta que, cuando los portugueses “saltaron el mar océano” convirtieron a Rio de Janeiro en una “Nueva Roma” , en rigor, al Brasil entero en “…una Roma tardía y tropical” – en palabras de Darcy – una “Nueva Roma más alegre – por haber sufrido más y más generosa, por estar abierta a la convivencia, con todas las razas , una “Nueva Roma” que superará a la “Vieja Roma” por estar asentada en la más bella y luminosa provincia de la tierra… cuyo destino es unificar a todos los latinoamericanos por oposición común  al mismo antagonista, que es la América anglosajona para fundar la Nación Latinoamericana… Es decir, un contingente humano con la suficiente magnitud para encarnar la latinidad ante los bloques chinos, eslavos, árabes, y neobritánicos, de la humanidad futura”.

 

E.T.: ¿Cree que la Corte española se debería haber trasladado a América?

M.G.: ¡Sin ninguna duda! La Corte española debería haberse trasladado a La Habana que, con más justos títulos que Río de Janeiro, se hubiese convertido en la “Nueva Roma”, en una Roma más justa y bella que la vieja Roma y que  la “Nueva Roma”, soñada por Darcy Ribeiro, porque la “Nueva Roma” – nacida en la bahía de Guanabara” fue engendrada por un Portugal que, después del fatídico 1640, conducido por los Braganza, se había convertido en un “imperio depredador”, en un “subimperialismo del imperio inglés” y la “Nueva Roma por el creada en el trópico conservó siempre, en las entrañas de su elite de conducción, desgraciadamente, la tentación imperialista. Por otra parte, el traslado de la Corte española a la Habana, a México o Lima, hubiera salvado la unidad de la América española de igual modo que el traslado de la Corte portuguesa, salvó la Unidad de la América lusitana. En dos ocasiones, los ingleses, le ofrecieron al inepto de Fernando VII, trasladarlo a América, claro a cambio del establecimiento del librecomercio, de la apertura del mercado hispanoamericano a los productos británicos, porque los ingleses no hacen nada gratis. Sin duda alguna, la responsabilidad principal de la “disolución caótica y violenta” del Imperio español y de la fragmentación de la América española, en dieciocho repúblicas impotentes recae en Fernando VII, quien prefirió vivir “preso” en Europa, antes que libre en América. La independencia se habría producido de todas maneras pero hubiese sido un divorcio pactado amablemente, un divorcio tranquilo, sin violencia y hubiesen surgido, quizás, en el peor de los casos, dos grandes estados de lengua española. Uno que hubiese abarcado México y la América Central y otro que hubiese reagrupado a toda la América del Sur, de habla española.

 

E.T.: ¿Sin Napoleón la historia de Hispanoamérica hubiese sido bastante diferente?

M.G.: No podemos hacer historia “contra fáctica”, “fantasía histórica” pero, creo que sí.

 

E.T.: En el libro reconoce a Portugal y a Brasil como dentro de una Comunidad Hispánica de Naciones. Esto ya es así en las instituciones iberoamericanas. Salvo entre los iberistas, paniberistas y estudiosos del Brasil hispánico (1580-1640), en España se suele prestar poca atención a la lusofonía en general. Usted que conoce bien las relaciones entre Argentina y Brasil, ¿qué pasos diplomáticos se deben dar para consolidar y empoderar el espacio iberoamericano o, incluso, ampliarlo a una iberofonía?

M.G.: Hasta ahora se ha planteado la “integración de los Estados”. Debemos plantear la “integración de los pueblos”. Tendría que haber miles de brasileños estudiando en Argentina, México o Chile y miles de argentinos estudiando en Brasil, Chile o México. Intensificar los intercambios de estudiantes. Hacerlos multitudinarios. Desde la escuela primaria, de forma gratuita y obligatoria, todos los niños hispanoparlantes deberían estudiar portugués y todos los niños lusoparlantes, español. Todo alumno hispanoparlante, de cualquier carrera universitaria debería cursar becado, un trimestre en Brasil y, todo alumno lusoparlante debería cursar un trimestre, en cualquiera de las Repúblicas hispanoamericanas. Hemos comenzado la integración por la economía cuando deberíamos haber comenzado por la cultura. Por otra parte, hasta ahora, hemos confundido “integración” con “librecomercio” entre Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, cuando la única forma de integrarnos solidariamente, para que el proceso de integración no sirva solo a los intereses de la burguesía paulista bandeirante, hubiese sido la puesta en marcha de una “planificación industrial conjunta” que estableciese qué industrias debían permanecer en Argentina, cuáles en Brasil y cuáles crear en Paraguay y en Uruguay. Esa fue la tesis de mi primer libro Argentina Brasil la gran oportunidad, cuyo prólogo, también tuve el honor que lo escribiese mi gran maestro, don Helio Jaguaribe. Ese el camino que debemos emprender, el camino de la “integración de los pueblos”, basado en una planificación industrial indicativa. 

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