Desejo que (…) todas as minhas colecções constituam um museu para utilidade de Portugal, minha bem amada pátria. Este museu deve ser denominado «Museu da Casa de Bragança».
Don Manuel II
En el Alentejo Central, a escasos kilómetros de la frontera, en un tramo en que el Guadiana marca la Raya, se encuentra Villaviciosa. Otrora sede de la casa nobiliaria más importante de Portugal, hoy es casi una ciudad museo que conforman la vieja villa amurallada y su castillo, los conventos e iglesias y especialmente el Palacio Ducal, una de las residencias históricas más impresionantes del país.
En 1377 nació en la vecina Estremoz Alfonso de Portugal, hijo natural del rey Juan I y primer duque de Braganza. Para dar descendencia a la más noble casa de Portugal y vincularla también por vía materna a lo más granado de su historia, Alfonso se casó con la hija de Nuno Álvares Pereira, héroe de Aljubarrota y una de las mayores fortunas del reino. El santo condestable regaló a su yerno, entre otras muchas, las tierras de Villaviciosa pero fue el segundo duque, don Fernando, quien en el siglo XV eligió la villa como residencia. Ya en 1501 el cuarto duque, don Jaime, comenzó la construcción del actual palacio y lo llevó a conocer su mayor esplendor instalando allí una corte que conoció fastos principescos, a la altura de las aspiraciones regias de su señor.
El palacio preside la que probablemente sea la primera gran plaza abierta de la Península, rodeada de edificios monumentales, todos ellos relacionados con la familia Braganza. Este impresionante Terreiro do Paço que preside la estatua ecuestre del rey don João IV sigue proclamando a día de hoy el mensaje para el que fue concebido: “somos duques, pero también somos realeza”. Rodeado de jardines clásicos con setos de boj, el edificio se estructura en dos alas perpendiculares y destaca la escala monumental de la fastuosa fachada en mármol local que exhibe la influencia del renacimiento italiano en sus tres cuerpos de órdenes superpuestos. En el lado derecho de la plaza se encuentra la puerta del nudo, la más conocida del palacio. Las cuerdas que en ella se representan atando unas robustas columnas tienen la influencia del estilo manuelino, el estilo nacional, pero guardan una importante simbología en los nudos que forman. Aprovechando la polisemia de la palabra nós que reza en la divisa familiar, nudos y nosotros en portugués, los Braganza eligieron ese símbolo como propio para remarcar su posición. “Después del rey, nosotros”, marcando la posición jerárquica de la casa en relación con la corona y el resto de la nobleza, e incluso postulándose como legítimos herederos de la corona portuguesa en caso de que el rey muriera sin descendencia.
Ya en el interior del paço, la escalera monumental, que exhibe impresionantes pinturas murales representando la batalla de Ceuta y la victoriosa expedición de don Jaime a Azamor en 1513, nos conduce a la planta superior, con estancias decoradas con azulejos del siglo XVII y pinturas de temas variados, desde religiosos como David contra Goliat a mitológicos como las aventuras de Perseo. Son muy interesantes las estancias donde durmió su última noche el rey Carlos I antes de volver a Lisboa y ser asesinado el 1 de febrero de 1908, donde existe una interesante colección de pinturas realizadas por él que permiten al visitante conocer sus gustos y esbozar de alguna manera parte de su personalidad de hombre polifacético, pintor y marinero, cazador y científico.
Pero si hay una estancia del palacio que destaca sobre todas es el salón principal o dos Tudescos. En el techo de esta sala, cuyas paredes cubren magníficos tapices de Bruselas, se pueden admirar los retratos de los duques, que fueron encargados por el rey João V al pintor Domenico Duprà y que constituyen el mayor conjunto de pinturas de este maestro italiano en el mundo. En esta serie integral de dieciocho efigies con un programa unitario se marca el estatus del palacio como casa de la familia hasta la generación reinante. El ciclo se inicia con los retratos del rey João I y Nuno Álvares como patriarcas de la estirpe, ya que sus hijos se casaron y fueron los troncos de los que nació la casa. El linaje se representa al completo en un gesto político con el que se pretende legitimar la realeza de los Braganza, no solo remarcando su antigüedad, como elemento de prestigio dentro de la estructura jerárquica de la nobleza, sino también proclamando que la familia ha sido desde su origen un brazo más de la casa real portuguesa. “Antes de ser reyes, ya éramos realeza porque la sangre de los reyes de Portugal siempre corrió por las venas de nuestra familia”, proclama el rico artesonado.
El final de la época más dorada del palacio coincidió con la caída de la dinastía filipina y la culminación de las aspiraciones históricas de los Braganza. El 1 de diciembre de 1640, tras la deposición de la virreina, la duquesa de Mantua, y un golpe de Estado, los rebeldes arrojaron desde la ventana del palacio Real de Lisboa al secretario de Estado, Miguel de Vasconcelos, causándole la muerte. La defenestración y la sucesión de hechos que desencadenó supusieron el fin de la Unión Dinástica Ibérica y, unos días después, el octavo duque recibió en la capilla de su palacio alentejano la noticia de que había sido nombrado rey como João IV. Se colmaban así las aspiraciones históricas de una familia que ocuparía el trono hasta el advenimiento de la República en 1910 y que protagonizó el último intento de reunificación de ambas coronas ibéricas cuando el general Prim trató de hacer recaer la corona de España en Luis I de Portugal.
Después de la caída de la monarquía, Vila Viçosa se convirtió en el tranquilo pueblo rayano que sigue siendo, centrado en el turismo y en actividades artesanales como la forja o la cerámica y, especialmente, en la explotación de las canteras del mármol que da lustre al antiguo palacio, hoy convertido en museo gestionado por la Fundación Casa de Braganza. Este patrimonio monumental e histórico calipolense (gentilicio de Kallipolis, helenización de Vila Viçosa, ciudad hermosa en portugués) nos transporta al pasado de una familia que, para los iberistas, evoca el intento decimonónico de reunificar las dos coronas peninsulares y que, en toda Portugal, encarna el pasado de un linaje que reivindicó con orgullo su dignidad real bajo el lema: Depois de vós, nós.
Pablo Revilla Trujillo