Aproximadamente cuarenta kilómetros separan la histórica ciudad de Coria, en el noroeste extremeño, de la frontera con Portugal. De esos cuarenta kilómetros, aún restan la mitad para concluir la autovía que una sin interrupción el norte de Extremadura con la Beira baixa a través de Termas do Monfortinho. De ahí, otros cincuenta kilómetros de autoestrada quedarían por acometer hasta Castelo Branco. Si nos creemos a los políticos, dentro de “poco tiempo” -¿años?- la conexión será una realidad. Lo cierto es que todavía no lo es.
La culminación de la autovía habrá de marcar un antes y un después en lo que refiere a movilidad transfronteriza: laboral, cultural, turística, etc. No obstante, proyectos como el de la Feria Rayana/Raiana, que alternan un año Idanha a Nova y otro Moraleja, llevan fomentando la interrelación social y económica desde 1994 y demostrando que la ausencia de la deseada infraestructura no es impedimento para quienes tienen la verdadera voluntad de conocer al vecino del otro lado de la Raya/Raia.
Me comenta Juan José Chaparro, gran amigo y encargado del Museo de la Cárcel Real de Coria, que hay, obviamente, visitantes portugueses que llegan a la ciudad atraídos por su patrimonio, pero que deberían ser muchos más dada la cercanía y los lazos históricos que unen la tierra cauriense y la beirense. Sería por estas áreas hoy fronterizas por donde probablemente se extendería el espacio de transición entre lusitanos y vetones. Tal vez el río Erjas ejerce como límite desde tiempos inmemoriales, aunque, sinceramente, no creo que los habitantes de hace dos mil quinientos años pensaran su “frontera” como una línea demarcadora. Buceemos en la Historia.
Considerando, presumiblemente, a Idanha a Velha/Egitania como lusitana, Coria caería -en la teoría- del lado vetón. Un verraco encontrado en la finca de la Cozuela -custodiado en el citado espacio museístico de la Cárcel Real- y una alusión a un cauriense perteneciente al Ala Hispanorum Vettonum del ejército imperial romano en Britania (Bath, Inglaterra) fundamentan de manera tenue, a la espera de otros indicios arqueológicos, la “vetonidad” de Coria. Las divinidades indígenas conocidas en el área cauriense –Arentia, Arentio, Trebaruna, Quangeius– no aparecen, sin embargo, en la zona nuclear de los vetones, esto es, en las provincias de Ávila y Salamanca. En cambio, muchas de ellas sí que coinciden con las encontradas en la de la Beira baixa, lo que refuerza la hipótesis del noroeste extremeño como espacio de transición lusitano-vetón.
En cualquier caso, Coria –Cauria– terminaría elevándose a la máxima potencia romana y la continuidad urbana hasta nuestros días hace que se constituya como una de las ciudades históricas más importantes de Extremadura. Plinio citó a los caurienses como estipendiarios y Ptolomeo recogió el topónimo como Caurium. El futuro puede deparar grandes tesoros si se apuesta por la arqueología, una verdadera mina cauriense. Las pocas intervenciones acometidas hasta el momento -las estructuras domésticas con decoración musiva bajo el claustro de la catedral, el material escultórico encontrado en el entorno de la Plaza de España y conservado en el Museo o inscripciones por doquier, entre otros-, así lo apuntan.
Pero si algún elemento patrimonial de Coria destaca en su romanidad, ese es el recinto amurallado. Sin embargo, sin entrar en precisiones que sólo corresponden a los arqueólogos, digamos que lo que resta de época romana es menos de lo que tradicionalmente se ha considerado. La explicación la encontramos en la condición fronteriza que la ciudad tuvo desde los comienzos de la Edad Media. Los refuerzos y las remodelaciones de los diferentes tramos de la muralla hubieron de ser habituales en las etapas visigoda, andalusí y leonesa-castellana hasta conformar la que tenemos hoy, pese a que el perímetro y alguna que otra puerta pervivieran desde tiempos romanos.
A partir del siglo V, Coria, referencia urbana entre el Sistema Central y el Tajo, incrementaría su carácter estratégico. Egitania había quedado bajo la égida sueva y la idea de frontera entre reinos se imprimiría por primera vez en la comarca. Quizá fuera en aquel contexto cuando se acometieran reformas importantes en la muralla. Conquistado el territorio suevo por los visigodos en 585, la nueva etapa que sucedería vendría protagonizada por la cristalización del cristianismo cauriense en forma de cátedra de obispo (Iaquintus, año 589). Egitania también se erigiría en sede episcopal, lo que vuelve a insistir en la distinción -¿y rivalidad?- entre ambos lados del curso alto y medio del río Erjas. Sea como fuere, los siguientes siglos la historia de aquellas romanas y episcopales ciudades, ora en la Cristiandad, ora en el Islam, correrían unidas. Continuará.
Juan Rebollo Bote