¿Descolonizar los museos ibéricos?

Comparte el artículo:

El ministro de Cultura de España, Ernest Urtasun, lleva semanas en el centro de la polémica. Se ve que es un hombre joven, y en cierta forma inexperto, ya que le han sugerido meterse de primera intención en un campo muy minado, como el de los museos, con armas argumentales rudimentarias. Por lo demás me cae bien la valentía de plantear algo innovador, aunque haya errado el tiro.

Me explico. Retomando un argumento que empleé en una columna titulada “Colonialismos Ibéricos”, aquí en EL TRAPEZIO. Hace muchos años, demasiados, le pregunté en Lisboa a un exministro portugués de la época de la revolución, por qué no había en su país grandes museos de etnología, habida cuenta del pasado colonial de Portugal, cuyas últimas colonias africanas y de otras partes del mundo se habían emancipado en 1975. El tipo me soltó que el exotismo en el que estaba basada la construcción del enciclopedismo museístico no estaba en el haber colonial luso. Yo, entonces y ahora, estaba muy sensibilizado con la problemática colonial. En 1992 había publicado un librito que quedó finalista del premio Anagrama de Ensayo llamado La extraña seducción. Variaciones del imaginario exótico de Occidente. Creo que editor, Jorge Herralde, no valoró suficientemente la problemática en su momento. Tras una entrevista que tuve con él, lo dejó pasar. Yo me quedé sin premio, y ni siquiera tuve la consolación de ser editado en la prestigiosa editorial que lo convocaba. Hoy el librito, germinal de otros más importantes en mi trayectoria, está agotado y descatalogado.

Hace unos años se editó un notable volumen en Francia sobre los “zoos humanos”, fenómeno muy vinculado al Jardin d’Acclimation de París, donde se exhibían individuos hotentotes como si fuesen fieras salvajes, y sobre todo a la exposición Colonial de 1931, de Porte Dorée, donde se reprodujo el modelo de pueblo indígena cuyos habitantes vivían allí mismo para ser exhibidos, para distracción de los civilizados parisinos. Incluso se hizo una gran exposición en el Museo Quai Branly. Pero los historiadores quisieron extender el modelo a toda Europa, y en otro libro de parecido título encargaron a una periodista española, ya que no debieron encontrar ningún historiador capaz de hacer este trabajo documental, el capítulo sobre España. Esta se las vio y deseó para crear imaginariamente “zoos humanos”. Siempre se podrá esgrimir el negro de Bagnoles, por supuesto, disecado y exhibido. Pero la comparación con aquel movimiento exhibicionista, contra el que protestaron en su tiempo los surrealistas con una exposición alternativa anti-colonial, no tuvo ningún reflejo de interés en la península ibérica.

Como demostración de todo lo dicho véase el Museo Etnológico de España, sito cerca de la estación de Atocha, cuyas colecciones resultan misérrimas en comparación con otros museos etnográficos similares, incluso de Estados que no fueron coloniales como Austria o el Vaticano. Incluso el portugués se pone en guardia y asegura que la mayor parte de las piezas son de Portugal mismo. No admiten comparación con Francia, que se encuentra a la cabeza, desde las exhaustivas recolectas napoleónicas a Egipto, o la expedición Dakar-Djibouti de los años treinta, o Alemania con las expediciones expoliadoras del alemán Leo Frobenius, tan amado y difundido por nuestro Ortega y Gasset. Basta visitar el museo Quai Branly, que enseña sólo una parte pequeña de los miles de objetos que proceden del Museo del Hombre y del Museo de las Civilizaciones de Asia, África y Oceanía, para hacernos cargo del asunto. Desde luego si uno mira hacia América se da cuenta de la misma política. En el museo Young de San Francisco, por ejemplo, deslumbra su colección sobre Nueva Zelanda. Este tipo de colecciones privadas o públicas resultan raras en España y Portugal. Hace poco nos sorprendió a todos una magnífica colección privada (Sánchez-Ubiría) de arte africano titulada Metamorfosis del ser. Representaciones de la cabeza en África Central y Occidental expuesta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Por lo excelente parecía irreal su presencia en España.

Haciéndose eco de esta política, el diario El País, ofreció hace pocos días un estado de la cuestión muy completo en Europa, pero sin mención a España. La polémica descolonial ha afectado a Francia, como era lógico, que ha enviado algunos objetos a museos nuevos como el de la Civilización africana de Dakar. Pero la polémica continúa. El surrealista Michel Leiris que hizo un célebre relato de la expedición Dakar-Djibouti, Afrique fantônme, enfrentándose en el trayecto a sus propios fantasmas psicoanalíticos, se preguntaba si aquello era un expolio colonial, o si en realidad era una garantía de preservación patrimonial. El etnólogo Marcel Griaule, director de la expedición, sostenía que las espectaculares máscaras dogon que se habían llevado, las retiró de una cueva, donde estaban abandonadas, devoradas por las termitas, y que los restos de una iglesia copta, expuestos luego en el Museo del Hombre, hubieran desaparecido de no haberlos montado en sus camiones camino de París.

Las dudas sobre esta política de expolio surgieron de la mano de la vanguardia, como dijimos de los surrealistas y sus protestas. Siempre es bueno recordar la película Cuando las estatuas también mueren de Alain Resnais y Chris Marker, de 1953, en la que se planea la cuestión del expolio colonial.

El asunto, por lo tanto, tal como lo han expuesto el ministro y sus asesores está mal planteado. ¿Qué vamos a descolonizar sino tenemos con qué hacerlo? El Centro de Arte contemporáneo Reina Sofia, de Madrid, ya es museo “descolonizado”, como la mayor parte de los de arte y cultura contemporánea. Una radicalización chic, quizás de postureo, pero que existe. “Rien ne va plus”, como se diría en el argot de los casinos. ¿Qué más se puede pedir? La dama de Baza y la de Elche, ibéricas, como ha propuesto, no son descolonizables, porque nunca pertenecieron a una colonia, sino a unas provincias maltratadas en todo caso por el poder central. Es justo que se les devuelva lo que fue sacado de sus lugares de origen con nocturnidad. Las piezas colocadas con todas las garantías in situ ganan mucho. Es la tendencia en las exhibiciones de hoy día, y no solo en España. La descentralización luce y se valora mucho más.

Tengo la impresión de que la polémica de los museos en la particularidad ibérica está desenfocada. Puestos a ser valientes, más le valdría al ministro y sus asesores reclamar, por ejemplo, a Francia las piezas que fueron expoliadas del patrimonio ibérico por las tropas de ocupación napoleónicas en la Peninsular War. En San Isidoro de León, por ejemplo, saben mucho de eso. O las compras fraudulentas, como la del patio renacentista del castillo de Vélez Blanco, sito ahora sin asomo de vergüenza en el Metropolitan de Nueva York. En este papel estaría a la altura de Melina Mercuri cuando reclamaba los relieves del Partenón, que se llevó Lord Elgin al Museo Británico, y aún no han vuelto a manos de sus legítimos dueños.

Iberia, España y Portugal, no pueden equiparadas ni maltratadas con un discurso descolonial que no les compete plenamente. Porque, entre otras cosas, no practicaron la avidez objetual que otros, y también porque sufrieron las consecuencias de los expolios. En todo caso, se ha abierto la caja de los truenos.

 

José Antonio González Alcantud

Noticias Relacionadas