El legado hispánico de Tomar (II)

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El camino de la toma del poder de Tomar no fue fácil. En 1578, Felipe II encomendó a Cristóbal de Moura la misión de la incorporación pacífica de las élites portuguesas a la monarquía hispánica. Las favorables circunstancias históricas no restan mérito al desafío asumido y cumplido hasta su muerte. En todo momento Felipe II quiso que la política de zanahoria (Cristóbal de Moura) prevaleciese sobre una política de palo (Duque de Alba y Marqués de Santa Cruz). El palo era útil para hacerse respetar y reducir a los irreductibles en última instancia, pero inútil para reducir el anti-castellanismo. Curiosamente los que llevaron la política del palo fallecieron en tierras portuguesas poco tiempo después.

Para llegar a las Cortes de Tomar de 1581 se necesitó el trabajo de investigación y argumentación jurídica de los mejores archivistas y profesores de Derecho; así como la negociación magnánima con otros candidatos al trono y con los principales aristócratas lusos. El proceso de Tomar supone el inicio de una articulación de una estrategia “iberista” para asegurarse la hegemonía ideológica a través del discurso, la celebración, la clemencia (con enemigos secundarios o con la postura anti-filipina de la Universidad de Coímbra), el intercambio académico y la creación de linajes ibéricos (Intelligentsia filipina). En tiempos barrocos, de imagen y propaganda, todo este esmero diplomático y de arte de la alta política era paradigmático.

Sobre los compromisos suscritos como Felipe I de Portugal, en las Cortes de Tomar, podemos rechazar dos hipótesis extremas afirmando que las Cortes: 1) no fueron unas capitulaciones de guerra, a pesar de la derrota militar en Alcántara de los fieles al Prior de Crato (enemigos también de los Bragança), 2) ni tampoco fueron unos privilegios que desbordaran la relación rey-súbdito.

Es decir, si moderamos los extremos, es posible entender el estatuto de Tomar tanto como un pacto contractual derivado de una herencia, así como una merced graciosa en aras de la integración pacífica (con los bolsillos llenos y la autonomía del Reino) de la élite portuguesa tras una elegante conquista de un derecho. Al contrario del iberista Ángel Fernández de los Ríos, cuya misión en Portugal entre 1869 y 1873 no pudo cumplir, Moura sí materializó el ideal de la unidad peninsular.

El objetivo principal de Moura era alcanzar la anuencia de las élites portuguesas a base de paciencia, generosidad, discurso y determinación, en un proceso donde la legitimación tenía que ser limpia y clara. Esto se comprueba muy bien en el libro Diálogo Filipino y en otras obras de proselitismo y fraternidad ibérica que explica Fernando Bouza en Imagen y propaganda (1998). Bouza, en el libro Felipe II y el Portugal dos povos, afirma (con otras palabras) que el Estatuto de Tomar estaba basado en una jurisprudencia de negociación luso-castellana-aragonesa para que heredara los reinos: Don Miguel de la Paz (1498-1500), que murió prematuramente. Un proyecto planificado de Don Manuel. Por tanto, Tomar no es algo improvisado. Se forja en varios siglos, aunque la circunstancia de la muerte del rey Sebastián fuera sobrevenida. Paradójicamente su tío, Felipe II, le aconsejó en un encuentro en Guadalupe que no asumiera tales riesgos.

Desde el inicio, la estrategia de negociación de Moura –el sherpa de Felipe II– estaba encarrilada, pero faltaba algo importante: la renuncia voluntaria de las candidaturas al trono tanto del Prior de Crato como de los Bragança. Primero por las buenas y después por las malas. El presidente de la Academia Portuguesa da História entre 1975 y 2006, Joaquim Veríssimo Serrão, en el libro Em Tempo dos Filipes em Portugal e no Brasil (1580-1668), afirmó que “em termos jurídicos ainda ninguém provou que a herança do cardeal D. Henrique não devia pertencer ao rei de Castela”. Además, el Prior de Crato arrastraba desde hacía mucho tiempo una muy mala imagen dentro de la corte de Sebastião.

Antes de que fuera sofocada fácilmente por el Duque de Alba, la rebelión del Prior contra los gobernadores de Portugal hizo que los Bragança dieran un paso atrás en su pretensión al trono. Ahora comenzaba la segunda parte de la estrategia de Moura, ya sin competidores al trono, que consistía en recibir cartas a los reyes magos de los aristócratas portugueses para adherirse a la monarquía hispánica a cambio de mercedes.

El método fue impecable. Quizá sí que hubo cierto idealismo en Tomar en lo que se refiere a pasar por alto algunas futuras necesidades para gobernabilidad del Reino. No obstante, el error más grave de todo el periodo filipino, y lo digo reconociendo todo el sesgo o ventaja de la retrospectiva, es que Felipe III y IV (II y III de Portugal) no pasaran un par de años de estancia en Lisboa, tal y como lo hizo Felipe II (I de Portugal).

En la visita de Felipe III (II de Portugal) a Lisboa pudo observar una estatua de Felipe II (I de Portugal) sosteniendo dos esferas en una de sus manos representando al Reino de España y al Reino de Portugal, expresando algo así como que ambos reinos eran igualmente importantes el uno para el otro. Por tanto, la idea de la dualidad como reivindicación portuguesa existía ya en aquel momento. Otra cosa es que fuera una ficción, más allá de lo que representó Felipe II, Moura y algunos linajes mixtos que hicieron de mediadores entre ambos Reinos. No obstante, el Madrid filipino fue un Madrid muy luso.

Cuenta la crónica de Isidro Velázquez Salmantino que, en la entrada de la ciudad de Tomar, recibieron a Felipe II con el siguiente lema: Philippo, invictissimo, hispaniarvm rex II. Lusitaniae Vero, primo (p. 181). Velázquez Salmantino afirma que el Duque de Braganza llegó un poco tarde al juramento (p. 188) y menciona (p. 202) que Felipe II mandó incribir Hic tibi requies Hispaniae certae laborum. hic surgunt dextras vtraqve regna suas, en una pieza alta en la Casa Capítulo Incompleta en el Convento de Cristo de Tomar.

¿No tendría sentido que arqueólogos intervinieran allí, además de investigar lo que tienen en sus almacenes? Desconocemos el daño que recibió la casa capítulo por el terremoto de Lisboa. Por otro lado, parece ser que una cruz de oro que Felipe II regaló al Convento de Cristo está en la Catedral de Lisboa.

EL LINAJE DE LOS CASTILLO

El archivista de la Torre do Tombo, António de Castilho, hijo de Juan de Castillo, ayudó a Cristóbal de Moura a buscar papeles en favor de la causa filipina. Esto supone un nuevo hallazgo del legado de la dinastía Castillo en Portugal. António de Castilho, nacido en Tomar, fue “moço fidalgo da Casa Real e alcaide-mor de Mora, doutor em leis pela Universidade de Coimbra, cavaleiro e comendador da Ordem de Avis, desembargador da Casa da Suplicação, embaixador à corte de Londres, guarda-mor da Torre do Tombo. António de Castilho foi a primeira pessoa a quem D. João III, depois de subir ao trono, deu o hábito da Ordem de Avis. Pertenceu também ao conselho do rei D. Sebastião; este monarca o mandou como embaixador à corte de Inglaterra, e, quando regressou a Lisboa. foi nomeado guarda-mor da Torre do Tombo, por alvará de 15 de fevereiro de 1571”.

Bouza en Imagen y Propaganda afirma que “Felipe II ordenó expresamente a Cristóbal de Moura que intentase ganarse” al archivista de la Torre do Tombo “António de Castilho para su causa”. Moura escribe: “El hombre que tiene a su cargo el archivo es mediano letrado, llámasse Antonio de Castillo, es casado con una mujer honrrada que se crio en casa de mi tío Lorenço Pérez [de Távora]. Por aquí le cometí, mas no he podido rendille. Hame venido a ver y hablóme llanamente en el negocio y dice que es verdad que en este Reyno no se admiten representaciones, que es lo que tiene contra sí el de Bergança, mas que el pueblo puede elegir como ha hecho otras veces”.

Bouza añade: “A través de este Guarda-Mor da Torre do Tombo, el agente del Rey Católico consiguió enterarse de cuáles eran los papeles que se buscaban en el archivo lisboeta”. Papeles para fortalecer las tesis de la herencia, de su primacía entre los herederos y de la relación histórica entre familias y reinos.

EL POSIBLE CONSENSO DE JOAQUIM VERÍSSIMO SERRÃO

Con gran honestidad y clarividencia, el historiador Joaquim Veríssimo Serrão argumentó que la rebelión de 1640 es incompatible con “um corpo português sem energias”, en “estado de decadência” o una “longa noite” a la espera de la “clara mañana”. “A verdade manda reconhecer que uma Nação debilitada nas suas estruturas materiais dificilmente podia espalhar o ideal da Independência reconquistada, apenas em duas semanas, a todos os pontos do território nacional”. También considera que “durante os 60 anos da realeza espanhola, o Brasil deixou de ser apenas uma tentadora miragem para a ambição das nações europeias, para se integrar no complexo atlântico que dele fazia um espaço por excelência na política dos oceanos”.

Y agregó: “Antipática no ponto de vista político, para muitos que guardavam as lembranças da independência, e desfavorável no ponto de vista financeiro, devido ao agravamento da tributação que se fez sentir com intensidade desde 1620, a realeza dos Filipes valorizou Portugal em muitos aspectos da vida económica, social e cultural. Pelo menos até 1625, aumentou a população, intensificou-se o progresso do ultramar, em especial do Brasil, aumentou o movimento dos portos, estabeleceu-se apropriada legislação, ampliou-se a vida regional, alastraram os focos de cultura”.

Joaquim Veríssimo Serrão consideró los primeros 45 años de la unión dinástica ibérica como buenos y los 15 últimos como malos. Una buena fórmula para un consenso. Al principio, “o reino se desenvolveu em todos os sectores da vida nacional, tanto ao nível das regiões periféricas como das províncias do interior”. “As energías que os Filipes derramaram no corpo nacional voltaram-se depois contra a Espanha”. La obra material de los dos primeros Filipes en lo que se refiere a la fundación o restauración de conventos, ermitas, hospitales, misericordias y fortalezas fue claramente positiva, así como medidas contra la peste.

Según Joaquim Veríssimo Serrão, el concepto de “cativeiro” fue “criado para justificar a dinastia nova e avolumou-se na segunda metade do século XIX para impedir a difusão do iberismo que certos espíritos tinham como salvador do Reino”. El historiador português Paulo Varela Gomes califica a 1640 como un “golpe de Estado independentista”. La visión que se tiene en Portugal del período filipino y la toma del poder por los Braganza, afirma Varela Gomes, que concuerda con las tesis de Alfonso Danvila y de Veríssimo Serrão, es responsabilidad en gran parte de Luís Augusto Rebelo da Silva. Paulo Varela Gomes considera que “na oposição ao iberismo desempechou papel de relevo o jornalista Rebello da Silva e o seu jornal A Imprensa. O apoio de D. Pedro V à edição da ‘História de Portugal nos séculos XVII e XVIII’ apareceu, neste quadro, como uma clara demarcação do monarca em relação à campanha iberista. Aliás, a portaria governamental que determinou esse apoio prescrevia que a história de 1640 em diante deveria ser “precedida de uma introdução na qual se refiram os sucessos que prepararam a intrusão dos Monarchas Hespanhoes…”.

Las Cortes de Tomar tuvieron continuidad en 1619 en las Cortes de Lisboa, donde estuvieron presentes Felipe III y IV (II y IV de Portugal). Las cortes de Lisboa quedaron eclipsadas por la magnífica parafernalia barroca de la visita. Todo historiador ibérico e iberoamericano debería al menos saber escribir un párrafo sobre ambas cortes o, al menos, uno de las Cortes de Tomar.

Cristóbal de Moura, como virrey de Portugal, vivió por temporadas en La Raya (ya se referían así en la época), en el Castillo de Figueira de Castelo Rodrigo, probablemente en el tiempo en que la corte estaba en Valladolid. Moura siempre pensaba que se perdía algo estando lejos.

En el próximo capítulo hablaremos de la leyenda del fantasma de Moura en el sótano del Parlamento portugués.

 

Pablo González Velasco

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