Continuamos nuestro recorrido por las historias que nos ayudan a contar la revolución portuguesa del 25 de abril de 1974. Hoy, el relato es de una mujer, Anabela Mota Ribeiro, que no tiene memoria directa de la revolución, pero que se vio particularmente afectada por ella con la ausencia de su padre en casa, que luchó en la guerra colonial. Como periodista, profesión que eligió, es responsable del programa de televisión «Os Filhos da Madrugada», en RTP, en el que habla de las transformaciones de Abril con personalidades nacidas después de 1974. También es feminista, demócrata y defensora de una sociedad que debe seguir luchando por sus derechos, sin olvidar el sudor de las conquistas de un momento estructural para su país.
Nació en 1971, en la remota región de Trás-os-Montes. Difícilmente recuerda aquellos primeros años de su vida, pero, por lo que le han contado, ¿cómo se vivía en aquella época?
Ya, no tengo recuerdos míos de 1974. Era una niña muy pequeña. Pero ese período está muy presente en mi vida a través de una inscripción material, concretamente en fotografías, y en relatos que acompañaron mi crecimiento, especialmente de mi madre y mi padre, después de que regresara de la guerra colonial. Mi experiencia y la de las personas que también nacieron en la década de la revolución, e incluso después, muestra una inscripción muy viva en nuestros cuerpos, en nuestros códigos, de lo que fue antes. En nuestra experiencia, hay algo que se sedimenta y que no nos damos cuenta inmediatamente de que tiene que ver con ese antes. Esa gran marca, diría yo, es la guerra colonial y lo que hizo a las familias portuguesas. No sólo a los hombres que estaban allí, en aquel continente [africano] donde tenían lugar los combates, sino también a las mujeres, a los niños, a los padres que ya no tenían edad para ir. Esa es la marca del miedo, pero también de la ausencia. Mi padre no estaba allí cuando aprendí a andar o a hablar. Eso deja muchas marcas, que tardan mucho en pasar.
¿Qué otras marcas son éstas?
Algunas marcas estaban presentes en la sociedad portuguesa de entonces, y aún lo están hoy, en la forma en que se organizaba la familia y en el lugar que ocupaba la mujer. Ella era la que esperaba, la cuidadora, la que trabajaba duramente para garantizar el sustento de la familia. Y, sin embargo, la sociedad era extremadamente castradora con la mujer. De lo que ella podía hacer, de la forma en que trataba su cuerpo, su sexualidad. Todo esto existía en el pasado, bajo el lema «Dios, Patria, Familia», y aún resuena 49 años después de la revolución. De una forma mucho más suave, por supuesto, con enormes transformaciones de por medio.
Mientras tanto, pasó Abril y se acabó la dictadura. Pero ¿cómo fueron esos primeros años convulsos en democracia?
Es muy fácil situar esos años histórica y políticamente. Fueron los años en los que imperaron las «tres D» – democratizar, desarrollar, descolonizar – con la inestabilidad política propia de estas situaciones. Pero, además, lo que me parece más importante de aquellos años tiene que ver con las primeras elecciones libres de 1975 y la redacción de la Constitución de 1976. Es muy interesante darse cuenta de que para la mayoría de las mujeres fue su primera oportunidad de votar, porque hasta entonces sólo votaban las cabezas de familia, las propietarias o las que habían completado estudios superiores. Por ejemplo, entrevisté a Maria Teresa Horta, una feminista que había escrito las «Novas Cartas Portuguesas», pero que sólo votó por primera vez en 1975 porque no había terminado la enseñanza superior.
Otra cosa muy importante que cambió sustancialmente fue la situación de las mujeres y los niños dentro de la familia. Antes, por ejemplo, no se permitía el divorcio católico y había muchos hijos ilegítimos. Estos niños sabían quiénes eran sus padres, a menudo vivían con ellos, pero su documento de identidad decía «hijo ilegítimo» o «hijo de padre desconocido». Simplemente porque no eran hijos de dos personas casadas entre sí.
También recuerdo que, después de la revolución, lo que mi madre dice es que la revolución «fue lo que trajo a tu padre a casa». Imagino que eso lo habrán oído muchos niños. Lo que demuestra que existe el relato verídico que hacen los historiadores, pero cuando nos adentramos en la trama de los días, hay otras cosas que vienen con eso. Y yo estoy especialmente pendiente de esos cambios.
Aunque estudió filosofía, su vida profesional la ha llevado hacia el periodismo. Si hubiera vivido antes de que llegara la democracia, ¿habría seguido el mismo camino?
No, y creo que eso es incuestionable. Una de las grandes transformaciones que vino con la revolución fue la democratización de la educación. Mucha gente, que antes ni siquiera tenía acceso a la educación secundaria obligatoria, tuvo la oportunidad y el apoyo para hacerlo. Recuerdo el caso de Vítor Cardoso, entrevistado en «Os Filhos da Madrugada» y profesor de Física, cuyo padre era albañil. Cuando le pregunté qué habría hecho si hubiera nacido en 1965 en vez de en 1975, me dijo que probablemente habría empezado a trabajar a los 10 años también como albañil. Pero en su época ya había ayudas a las familias para que sus hijos pudieran estudiar. Tenía bonos para ir en autobús, para comer en el comedor. Estamos hablando de la creación del Estado del bienestar y de la educación como un motor de desarrollo muy importante. Y yo también me beneficié de ello. Mi abuela era analfabeta, mis padres no tienen estudios superiores y yo soy estudiante de doctorado. Son saltos gigantescos en tres generaciones. Y eso es lo que trajo la revolución.
Uno de sus proyectos televisivos más recientes es el mismo programa «Os Filhos da Madrugada». ¿Cómo surgió este formato?
Creo que surgió del deseo de reflexionar sobre mi tiempo histórico. Si, en sentido estricto, no soy una «hija de la madrugada», lo cierto es que mi trayectoria sigue la de las personas que entrevisto. Quise mirar el país a partir de estos testimonios e intentar componer un mosaico diverso y plural de este Portugal que construimos en democracia. Con casos de éxito, pero también con otros que nos hacen reflexionar sobre lo que es el éxito. Por ejemplo, la historia de Maria Inês Marques, nacida en los años 90 y doctora por Yale, nos ayuda en este proceso, porque tuvo el éxito de estudiar en una de las mejores universidades del mundo, pero luego no consiguió encontrar un trabajo que correspondiera a la inversión que hizo en su formación. Otro ejemplo es el de Leonor Teles, cineasta, que ganó un premio en Berlín con su primer cortometraje, pero sigue compartiendo casa porque no gana lo suficiente para tener su propia casa.
Así que intenté contar con personas de diferentes orígenes ideológicos, creencias religiosas, personas negras y de diferentes generaciones, desde los años 70 hasta 2002 (caso de la rapper Nenny). El Portugal que nos devuelven es muy diferente según el año o el estrato social en el que hayan nacido. También he querido traer a personas cuyas trayectorias ya no corresponden a los estereotipos anteriores a la revolución. Por ejemplo, Adolfo Mesquita Nunes, que fue secretario de Estado de un gobierno de derechas, de un partido de derechas [CDS-PP], y que es abiertamente gay. O Assunção Cristas, del mismo partido, que está en contra de la despenalización del aborto, pero está a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo y es feminista. Esto es muy interesante. Las cosas no son simplemente blancas o negras.
¿Qué descubrió sobre el 25 de abril a través de estas entrevistas?
Lo que descubrí es lo que sigo descubriendo en la sociedad portuguesa, todos los días. Debemos seguir «celebrando abril» o «luchando por abril» -que se han convertido en clichés-, pero lo que esto significa es que las conquistas no son irreversibles. Nos hemos dado cuenta ahora con el crecimiento de la extrema derecha, de los movimientos fascistas, que la democracia es más frágil de lo que pensábamos. Requiere un compromiso ciudadano y una atención que no deben decaer. Lo entiendo escuchando estos testimonios, pero también en mi propia vida, mirando a la calle. Creo que es algo que me deja pensando que tiene sentido hacer «Os Filhos da Madrugada», caminar por la Avenida da Liberdade el 25 de abril, manifestarse contra Chega, Bolsonaro, Trump… desgraciadamente ya son muchos.
Entonces, ¿qué necesitan saber las nuevas generaciones sobre esta revolución?
Creo que es necesario mantener vivo en la memoria de la gente aquel período que precedió a Abril. Cuando escucho a los resistentes antifascistas Domingos Abrantes y Conceição Matos, que me cuentan que van a las escuelas y hablan a los niños sobre esto, creo que es un testimonio muy importante. Porque no podemos olvidar lo que pasó. Hay que seguir adelante, construir, pero nunca olvidar lo que hubo antes.
¿Y cuándo las personas mayores propagan mentiras con el argumento de que vivieron esa época y sólo ellas lo saben? ¿Cómo se combate esa idea sesgada?
Es un problema muy complejo. Tiene que ver con una aversión a la democracia, una erosión de la democracia. Filomena Cautela hablaba de ello. No tengo una respuesta para eso. Yo no estaba allí, eso es un hecho, pero no necesito eso para saber cómo era. Escuché a mis padres, a mis abuelos, a otras personas, leí libros [enfatiza con la voz]. Pero los testimonios de esas personas son sólo los testimonios de esas personas. Con esto quiero decir que siempre habrá gente como Domingos Abrantes y Conceição Matos, que digan «yo estuve allí, lo que pasó fue esto», y habrá otros que digan «yo estuve allí, pero no fue tan malo como la gente pensaba». O «antes era bueno». Esto hay que enmarcarlo en una narrativa más amplia e históricamente coherente.
Termino con una pregunta que suele hacer en su programa: ¿cómo marcó su vida el 25 de abril?
Volviendo al principio de nuestra conversación, creo que estuvo marcada esencialmente por el regreso de mi padre a casa. Fue lo más importante de mi vida. Marcó mi tiempo de una manera distinta.