No quiero poner en duda la enorme contribución de la entrañable Pilar Vázquez Cuesta (1926-2019) para la gramática, la traducción y la divulgación de la lengua portuguesa y gallega en España. Fue encomiable la labor de esta filóloga gallega, que cité en mi tesis doctoral, de dar a conocer la cultura lusófona, con destacado espacio para lo brasileño y lo africano.
He leído el libro A Língua e a Cultura Portuguesas no Tempo dos Filipes de Vázquez Cuesta, publicado en 1986, cuando ya existe un nuevo surto (epidemia) de iberismo entre los escritores portugueses en el contexto: de la disolución europea de la frontera luso-española, de los peligros de la asimilación cultural-protestante norte-europea y del auge de los intercambios transfronterizos e ibéricos de todo tipo. Su contenido va un poco a contracorriente para la época. El texto original fue publicado en español como “La lengua y la cultura portuguesas en el siglo del Quijote”, en la enciclopédica Historia de España XVI. El Siglo del Quijote (1580-1680), volumen II: las letras, las artes, proyecto iniciado por Menéndez Pidal, pero llevado a cabo por más de 400 autores en 68 tomos.
Es indudable el dominio que poseía Vázquez Cuesta de la bibliografía literaria de la época del bilingüismo luso-castellano. No obstante, diré abiertamente que su enfoque no me ha gustado. No se trata de una crítica por intrusismo por su incursión en el ámbito historiográfico. Me parece muy bien que escriba de historia. Siendo benévolos, de entrada y a toro pasado, podemos decir que la obra aparece en un momento inoportuno. El libro justo se publica un año antes de la tesis doctoral de Fernando Bouza, que supone el inicio de una nueva generación de historiadores que revisan la interpretación del periodo filipino, quitándole el sesgo nacionalista. A la buena de Pilar le podemos perdonar esos errores porque lo publica antes de esa revolución historiográfica. No obstante, no quiero caer en paternalismos y dadas las palabras gruesas que emplea en el texto, merece una contestación.
Se trata de un problema de enfoque, de premisas, de principios. Vázquez Cuesta parte de una concepción de compartimentos estancos de las regiones culturales ibéricas, asumiendo un principio de estranjeridad entre lenguas iberorromances y un principio de perniciosidad de la ruptura del monolingüismo vernáculo, algo ajeno al permeable pluralismo lingüístico existente en el conjunto de la edad media ibérica. Es decir, el bilingüismo es visto como problema y como derrota de anacrónicas “naciones oprimidas”. Curiosamente venido de una filóloga es extraño, algo que solamente se explica con la asunción de un compromiso con el nacionalismo portugués en el sentido de defensa a ultranza del monolingüismo portugués. Hay precedentes de filólogos hispanófilos antifilipinos, como es el caso de Fildelino Figueiredo.
Yo siempre digo que la lengua más potente de la Península podría haber sido el portugués, el gallego o el catalán, y no lo vería o veo como un problema, sino como el resultado de una lógica de competición (de buena lid) entre lenguas de prestigio en el marco del expansionismo surpeninsular y extrapeninsular, en un momento histórico en el que no existían soluciones finales jacobinas de homogeneización lingüística.
La península ibérica es una doblemente casi-isla porque es una peculiar península con una muralla natural (Pirineos) justamente en el itsmo continental. Igualmente es indudable la existencia un área cultural ibérica, consecuencia de unas bases civilizatorias comunes. El iberromance constituye una base filogenética-lingüística única y, en última instancia, un único idioma; esto lo saben bien quienes superan el narcisismo de las pequeñas diferencias o aquellos euskaldunes que aprenden catalán, español, leonés, gallego, aragonés o portugués. Todas estas lenguas forman un continuum geolectal con alta inteligibilidad entre lenguas adyacentes. La relación entre el portugués y el gallego es muy íntima. Y de estos con el castellano es bastante íntima. Es el núcleo, junto al leonés, del iberorromance occidental.
El primer capítulo del libro de Vázquez Cuesta habla de la “anexión de Portugal a España”, algo que no casa con lo que caracteriza de “monarquía dual” un poco más adelante. Asume la tesis de “la entrega del país luso por las clases dominantes”, sin duda una exageración porque no fue fácil para Felipe II garantizar un proceso de integración pacífica de las élites portuguesas. Vázquez Cuesta menciona una ingeniosa frase de Vitorino Magalhães Godinho: La anexión fue en realidad “la anexión de Felipe II por parte de las clases dominantes portuguesas”, algo que encaja más en el caso particular de la profesora Vázquez Cuesta que del hijo de Isabel de Portugal.
Hay una cosa en que estamos de acuerdo y es que la unión dinástica ibérica es la consecuencia de un largo proceso de siglos de competencia y convergencia cultural y de las políticas matrimoniales-unitarias de todos los Reinos ibéricos. Esa natural lógica geopolítica, en la cabeza de una nacionalista lusa se configura como pura teoría de la conspiración, consecuencia de una deliberada “infiltración ideológica anterior a la anexión”, una “castellanización del Portugal prefilipino”, iniciando un proceso de diglosia por una invasión de una “cultura extraña”. ¿Es posible hablar de cultura y lengua extrañas cuando siempre nos hemos calificado como hermanos y hemos compartido las mismas capas civilizatorias en la formación antropológica de nuestros pueblos? Manuel Fraga, anti-iberista galleguista, amigo de Pilar, diría la demagogia de que los hermanos no se casan (incesto).
El castellano estaba de moda en Portugal mucho antes de Felipe II y sin necesidad de un plan maquiavélico. Antes de la nacionalización de las masas por las revoluciones liberales, existía un cosmopolitismo lingüístico junto con unas identidades antropológicas que iban crecientemente configurando la identidad de la nacionalidad. Entre los varios proyectos de unidad anteriores, el más sólido fue el del príncipe Miguel de la Paz que sólo fue imposibilitado por su muerte. Entre los artistas y escritores, quien quería promocionarse, usaba la lengua franca castellana (en realidad usaban el portuñol) que posteriormente sería la lengua cortesana filipina para Portugal. Siglos más tarde, esto también ha ocurrido tanto en España y Portugal con idiomas más lejanos como el francés en el siglo XIX y el inglés en el XX y XXI. En España, la lengua franca peninsular se convertiría a través del Estado liberal en la lengua común, sin supresión de las lenguas regionales como ocurriría en Francia. Obviamente, el prestigio y el liderazgo se retroalimentan. Portugal tuvo un bilingüismo luso-castellano en la edad media y el barroco, ha tenido un bilingüismo luso-francés en el siglo XIX y tiene un bilingüismo luso-inglés -muy evidente- hasta la actualidad.
Vázquez Cuesta plantea una dicotomía entre quienes querían aprovechar el vehículo cosmopolita del castellano para divulgar la tradición literaria portuguesa y quienes veían ese movimiento como un suicidio de la tradición. E, incluso, una traición por usar la lengua de los “opresores”. Lo cierto es que el castellano fue utilizado por autores autonomistas y autores filipinos. Para otros, más calculadores, la lengua del “enemigo” también era útil a la causa de la restauración y de hecho la propaganda durante y postunión dinástica se hizo en gran medida en castellano. Lo autonomista y lo filipino, en el espíritu de Tomar, en realidad, no era contradictorio, aunque después la cosa acabara como acabara por insatisfacciones de índole fiscal y militar. Esa dialéctica de lo centrífugo y centrípeto forma parte del natural regionalismo ibérico y de las Españas, dentro de las vicisitudes y tendencias de las modernidades.
El filólogo y cervantista gallego José Ares Montes, planteando la ucronía de una unión dinástica sin restauración, considera que el portugués sí habría coexistido con el castellano. Sin embargo, Vázquez Cuesta niega la posibilidad de una coexistencia pacífica “entre una lengua extranjera apoyada por el poder y la vernácula despojada de la parte o de la totalidad de sus derechos. Arrastrado durante un periodo de tiempo más o menos largo, el bilingüismo diglósico habría terminado por desembocar en un monolingüismo: portugués si -como ocurrió- Portugal recuperarse a su independencia, castellano si fuses totalmente asimilado y se convirtiese, no sólo administrativa como natural y vivencialmente, en provincia española”.
Pasamos del clásico del cautiverio para la caricia del apocalipsis. Para Vázquez Cuesta las élites portuguesas cometieron un error de cálculo que casi lleva a la desaparición de la lengua. La visión contrafactual es posible hacerla con Galicia y Cataluña. Por tanto, Vázquez Cuesta miente dada la evidencia.
Aunque la monarquía hispánica promocionara -supuestamente- el teatro en español en Portugal, también había una demanda, y no existían prohibiciones del portugués en un momento de fervor del Siglo de Oro y del auge de las imprentas en particular las lisboetas. No existe posibilidad alguna de que el portugués hubiera desaparecido; sin duda habría tenido la fuerza de la ruralidad del gallego y la urbanidad del catalán por la proyección comercial al mundo atlántico y del índico lusófono.
Vázquez Cuesta explica que “en general, la lírica culta utiliza alternadamente las dos lenguas, pero el vernáculo es preferido por los poetas manieristas, que más o menos siguen la línea de Camões, y la lengua extranjera por los barrocos, imitadores de Góngora y de Quevedo, por lo que el portugués predomina en los primeros tiempos de la dominación filipina y el castellano en los últimos, manteniéndose este incluso después de la restauración de la independencia”.
A nuestra ayuda viene don Camilo Castelo Branco, uno de los autores más representativos de la literatura portuguesa de todos los tiempos. En su segundo volumen del Curso de Literatura Portuguesa, vemos a un Castelo Branco sin los complejos de inferioridad que Vázquez Cuesta sólo ve en los demás.
Camilo sí que asume orgullosamente esa visión dual del Portugal de Camões y de la Castilla de Cervantes, incorporando el Portugal hispánico a la riqueza compartida de la oleada del Siglo de Oro:
“Acusam os Filipes de abaterem a literatura portuguesa com o propósito de embrutecerem e apagarem os derradeiros lampejos do patriotismo nas almas obscurecidas pela ignorância. Esta arguição poderia vingar, se as ciências em Espanha, no século XVII, se avantajassem às nossas. O menoscabo das letras, no ânimo dos Filipes, pesava igual sobre todos os seus Estados. Portugal, entre 1580 e 1620, produziu, em várias províncias da ciência, livros comparativa e numericamente mais perfeitos e eruditos do que produziera antes de conquistado por Castela, exceptuada a epopeia de Camões”. “Se desde a invenção da imprensa até o ano de 1580 se publicaram em Portugal 182 obras, desde 1580 até 1640 não saíram dos prelos menos de 486, entrando neste número 36 edições de Camões”. “Os reis intrusos, bem longe de impedirem a vulgarização dos engenhos portugueses, deram impulso ao prosseguimento de obras incompletas e iniciaram com o incentivo do louvor a publicação de outras. Entre alguns exemplos que nos ocorrem, lembra o encargo acometido por Filipe II a Duarte Nunes de Leao, e satisfeito em 1616 por João Baptista Lavanha, para a formação da 4ª parte das Décadas, que João de Barros deixara informe; lembra o encargo dado a Diogo de Couto para continuar as mesmas Décadas, de Barros; deu privilégio a Fr. Bernardo de Brito e a Duarte Nunes de Leão para lhes facilitar a impressão das Crónicas; e Filipe IV incumbiu Fr. Luís de Sousa de escrever a Crónica de D. Joao III. Este modo de proceder com escritores portugueses, que encareciam as glórias de Portugal, é o menos significativo que pode ser de intenção hostil às manifestações dos talentos da Nação subjugada”.
Tras esta ironía, Camilo se refiere a la vista gorda de la censura española:
“Quanto à censura política, essa consentia que se divulgassem profecias aplicadas à restauração do Reino, e permitia a Luís da Natividade pregasse em Guimarães mandando arvorar o pelote de D. João I, enquanto discorria violentamente sobre O Retrato de Portugal Castelhano, na presença da guarnição espanhola”. (Citado en A literatura autonomista sob os filipes de Herani Cidade).
Como ya mencioné en otro artículo, el historiador Joaquim Veríssimo Serrão consideró los primeros 45 años de la unión dinástica ibérica como buenos y los 15 últimos como malos. Una buena fórmula para un consenso. Al principio, “o reino se desenvolveu em todos os sectores da vida nacional, tanto ao nível das regiões periféricas como das províncias do interior”. “As energías que os Filipes derramaram no corpo nacional voltaram-se depois contra a Espanha”. La obra material de los dos primeros Filipes en lo que se refiere a la fundación o restauración de conventos, acueductos, ermitas, hospitales, misericordias y fortalezas fue claramente positiva, así como medidas contra la peste.
Sobre el progresivo incumplimiento de los compromisos de Tomar, Vázquez Cuesta siempre ve el vaso medio vacío, incluso desde el minuto 1 del reinado de Felipe II (I de Portugal). Ni en la actual democracia se cumplen todas las leyes y, en pleno barroco, Pilar pide un cumplimiento del 100% e inmediato. En este caso, como siempre, pido mesura y proporcionalidad y apreciar el grado de cumplimiento.
La presencia militar española en fortalezas y prisiones, la no presencia del príncipe en Portugal tras la muerte de la madre, las demoras para superar las trabas a la exportación de productos agrícolas portugueses a Castilla, la portuguesidad dudosa de algunos miembros del Consejo Portugal según avanza la unión dinástica o el proyecto de Olivares, cuestionan objetivamente parte del juramento de los Felipes. Como ya mencioné, los compromisos de Tomar adolecen de un cierto idealismo que necesariamente tenían que pasar por el pragmatismo de la gobernabilidad. Por otro lado, Vázquez Cuesta omite cualquier análisis del desarrollo económico y cultural. La penetración del teatro español y el auge del Siglo de Oro es visto por Pilar como una “colonización cultural”, algo absurdo para un área cultural común como la ibérica. Es decir, la elevación de la riqueza cultural y el aumento de la capacidad de circulación comercial de los portugueses, parece que no suponía un beneficio económico, cultural y geopolítico. A pesar de haber perdido la política exterior, la proyección geopolítica de lo portugués era mayor.
Vázquez Cuesta afirma que Felipe II lleva a Cristóbal de Moura como intérprete a Portugal, “lo que demuestra que no sabía bien el portugués”. Aquí se aprecia una clara animadversión. Vázquez Cuesta sabe que las funciones de Cristóbal de Moura son mucho más importantes que las de intérprete: es el gran negociador de las Cortes de Tomar. Desconocemos la fluencia de Felipe II en portugués, pero sí sabemos su aprecio a la lengua, su interés de que la aprendiera a hablar el príncipe y que -el rey- perfectamente podía entender y defenderse porque había sido educado por portuguesas. En las propias Cortes de Tomar no hubo ningún castellano entre los asistentes y se desarrollaron en la lengua de Camões.
La filóloga gallega, pese haber sido catedrática en la Universidad de Salamanca, observa como un problema que muchos portugueses estudiasen en dicha universidad, antes y durante la unión dinástica ibérica, así como simultáneamente ve la presencia portuguesa en España como una “fuga de cerebros”, mientras que la presencia española en Portugal no es una fuga de cerebros, sino un foco de “ideologización castellanizante”, que compara con la ideologización norteamericana contemporánea. Raro que no haya hecho la comparación con el colaboracionismo napoleónico de los afrancesados españoles y menos mal que no ha hecho paralelismos con el iberismo, cuya esencia es portuguesa. Es absolutamente incomparable, desde cualquier punto de vista, lo que hizo Napoleón con España con lo que hizo Felipe II con Portugal.
Da la sensación de que la autora pusiera la relación España-Portugal al nivel de la relación Estados Unidos-Puerto Rico, insurgiéndose contra una alienígena colonización cultural y contra los colaboracionistas nativos llenos de complejos de inferioridad, intelectuales deslumbrados con el país “opresor”. En este caso, nuevamente, Vázquez Cuesta es un gran ejemplo de este deslumbramiento y su asimilación ideológica por parte del Estado-nación moderno luso como suele ocurrir a los especialistas españoles en asuntos lusos que reciben honoris causas, ordenes honoríficas y oportunidades. Es un verdadero patrón que merece un estudio. Quiero descartar que el lusismo exclusivista y anti-iberista de doña Pilar se deba una fe del converso galleguista, pero no estoy seguro. Habrá alguna explicación identitaria o de oportunismo. Puedo entenderlo humanamente. No lo comparto. Una pena para alguien que había estudiado las conexiones iberistas entre la Geração do 70 y la Generación del 98.
Pablo González Velasco