Amador Bueno: el hombre que no quiso reinar

Comparte el artículo:

“Qué rey soy yo

Sin reinado y sin corona

Sin castillo y sin reina

Después de todo, ¡qué rey soy yo!

Mi reinado

Es pequeño y está restringido

Sólo mando en mi distrito

Porque el rey de allí murió

Mi sangre azul

Nada tiene de realeza

¡Samba es mi nobleza!

¡Pues qué rey soy yo!”

Francisco Alves

 

Hay novedades que son ineludibles. Por mucho que evitemos pensar o hablar sobre algunos temas candentes del momento, la boca de la gente los difunde de una forma más exhaustiva y contagiosa que el propio coronavirus. La tendencia de la semana es comentar la muerte del consorte de la corona británica, Felipe Mountbatten, de quien poco o nada supieron los pueblos latinos hasta la muerte del mismo, el 9 de abril de este año.

Confieso que pocos temas relacionados con la flemática Álbion me atraen. Prefiero tratar con culturas similares a mi país, a saber, las culturas portuguesa, española y africana.

Sin embargo, tengo algunos buenos amigos que son nativos de Inglaterra, todos los cuales residen en Brasil. Y mis conversaciones casuales con ellos, generalmente, dan buenos frutos.

Uno de estos amigos es el señor Hugh, teniente retirado, cinéfilo y profundo conocedor de la historia de Brasil, ilustre habitante de la capital de Goiás, de quien he hablado en una crónica anterior. En cuanto falleció el marido de la reina Isabel, el señor Hugh me telefoneó consternado por la partida «prematura» del soberano de las islas, a quien se refiere como duque de Edimburgo (título que poseía la noble figura). Y, en estos inexplicables giros y vueltas de cualquier coloquio entre amigos, el diálogo voló sobre temas como la película protagonizada por Sean Connery “El hombre que quería ser rey” y terminó en la oscura biografía de Amador Bueno, un terrateniente hispano-brasileño que casi fue coronado rey de São Paulo.

Al final de esta charla tan realesca, decidí que mi próxima crónica debería abordar este curioso interés del ser humano por los detalles de la vida privada de nobles y celebridades, para los que la fama representa, a menudo, una carga casi insoportable. Y este conflicto existencial se concretará, en las siguientes líneas, en la persona del citado Amador Bueno, “víctima” de la Restauración de 1640, descubriendo que era alérgico al poder.

Cada final de historia es un detonante para la siguiente narrativa. Y el detonante de la nuestra es el fin de la Unión Ibérica, período comprendido entre 1580 y 1640, en el que se unificaron las coronas portuguesa y española. La influencia española fue grande en São Paulo, principalmente debido a las rutas comerciales de esa región con Hispanoamérica y la instalación de familias españolas en el territorio. Un fenómeno similar ocurrió con el enclave de Ceuta, un antiguo territorio portugués de ultramar que cambió demográficamente del lusófono al hispano a lo largo de la unión dinástica.

Hijo de un sevillano con la hija de un cacique “tupiniquim”, Amador Bueno vivía en la actual Rua de São Bento, en el centro de São Paulo. Cuando un grupo de españoles decidió que lo mejor era proclamar un reino (para no aceptar la restauración de la independencia portuguesa), su respetado currículum y su ascendencia se tomaron como la elección correcta. Llamaron a su casa y lo proclamaron rey. Se negó y recordó que el rey de allí era Dom João 4º (1604-1656), el portugués que acababa de inaugurar la dinastía de los Bragança. Con los vítores de «¡Viva Amador Bueno, nuestro rey!», la multitud comenzó a ponerse más agresiva. El aclamado huyó y fue a refugiarse en el Monasterio de São Bento, a pocos metros de su casa.

Después de eso, queda la bruma del misterio: la última mención histórica de la persona de Amador Bueno se encuentra en un documento fechado el 6 de agosto de 1641, hoy conservado por el Archivo Municipal de São Paulo, a través del cual conocemos el viaje de Amador Bueno a Lisboa. Sin embargo, entre los descendientes de Amador Bueno, hay figuras relevantes en la historia nacional como los expresidentes Getulio Vargas y Tancredo Neves.

En cualquier caso, la fobia al poder que se apoderó de Amador Bueno es, hasta el día de hoy, motivo de sorpresa entre los historiadores. Después de todo, la conquista del poder es una de las obsesiones más comunes, y cualquiera que se aferre a él, se desespera ante la posibilidad de perderlo.

Lo que sí se sabe, sin embargo, es que Amador Bueno fue un servidor público discreto y experimentado. Estaba consciente, por tanto, que la fiebre separatista que había infestado su aldea no era más que un destello en la sartén: sus paisanos y compatriotas tal vez no hubieran podido mantener su fervor ante una reacción militar del Gobierno central de Lisboa.

Los tiempos no han cambiado tanto, aunque la prudencia de las celebridades ya no es la misma. Los semidioses de la política y los medios de comunicación se exponen narcisistamente sin pensar en las consecuencias, sin imaginar que el confidente de hoy puede ser el chivato (o el detractor) de mañana. «La celebridad es una contradicción», dijo Fernando Pessoa.

Y aún más sorprendente es el hecho de que, incluso después de una pandemia humillante como la que atraviesa la humanidad, el narcisismo y el culto a las personalidades mediáticas continúen en pleno apogeo (mientras los profesionales de la salud, soldados en la primera línea de lucha contra el coronavirus permanecen en la penumbra de la invisibilidad). El triunfalismo también sigue fuerte, adoctrinando a los rebaños con la idea de que la vida ordinaria no es lo suficientemente buena, al contrario, que es casi ignominiosa. Y que el mayor mérito de un ser humano es fingir intimidad con peces gordos para quienes el club de fans tiene poco o ningún valor. Después de todo, se necesita mucho menos trabajo para adherirse a un modelo terminado que para construir uno.

Finalmente, no se puede negar la importancia de un líder nato. Un buen ejemplo que convence sin la ostentosa intención de convencer. Es por eso que la mejor enseñanza que puede proporcionar un líder va de la mano de la precaución y el altruismo. La película “El hombre que quiso ser rey” lo confirma en uno de los versos del personaje de Daniel Dravot: “Dondequiera que esté luchando, un hombre que sepa entrenar otros hombres siempre podrá ser un rey”.

Danilo Arantes

Noticias Relacionadas