Desde pensar el Iberismo hasta hacerlo propio (II)

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Escribimos en el artículo anterior que el Iberismo, para ser una realidad aprehensible, requiere de certidumbre y provocar deseo.

¿Qué certezas sustentan el Iberismo del siglo XXI?

Las características físicas de la Península Ibérica tan bien descritas en el digital EL TRAPEZIO, su variedad climática que la hace más autosuficiente y permite a sus ciudadanos cambiar de lugar fácilmente para recuperarse de los rigores propios, la riqueza de sus costas, una cultura y arte deslumbrantes que compartimos con toda la Comunidad íber (países de habla portuguesa y española), una historia larga, rica y apasionante, un respeto diplomático que nace de su gran trayectoria, la creatividad de portugueses y españoles…, éstos y otros muchos valores hacen de Hispania o Iberia un modo de creación singular y diferente dentro de la Unión Europea y del resto del Planeta.

Es Iberia, por lo tanto, una realidad, y lo fue política, económica y socialmente durante siglos.

Son certezas históricas que constituyen una buena base para convencernos a nosotros mismos y convencer a la Comunidad Internacional, que ha de reconocernos como nuevo Estado, de que el Iberismo no es un ficto, imaginaciones de grupos nostálgicos y desocupados.

El reconocimiento de Iberia como Estado, cualquiera que sea la fórmula empleada, Confederación, Federación o Estados Asociados, será una pretensión larga y complicada, pues habrá que superar no solo recelos propios, sino lo que podía ser más grave, fobias extranjeras.

Además de estar convencidos un 60% de ibéricos, como mínimo, deberemos aportar a la Comunidad Internacional más certezas y seguridades de las que hoy ofrecemos por separado: Orden, consenso, austeridad, lealtad, solidaridad…

Quien piense que a nivel internacional sería fácil, desconoce como funciona el equilibrio diplomático.

Pero, antes, habría que superar la desinformación, el miedo, las propias diferencias y contradicciones internas, los egoísmos, las numerosas dudas, etc.

En Portugal, porque ahora, en general, se vive mejor; en España, por los recelos históricos del regionalismo y por miedo a que la unión afectara al nivel de vida.

A diferencia de la Transición Española, donde el pueblo fue protagonista pasivo y los acuerdos los pactó una élite bien intencionada, pero presionada por la urgencia y las dificultades, cuyas consecuencias determinaron beneficios para unas comunidades y perjuicios para otras, por ejemplo, Castilla, que fue desmembrada, todo el proceso de la Unión Ibérica debe ser lento, debatido y consensuado desde el pueblo a las instituciones, y no al revés.

El pueblo español y el portugués exigirán certezas evidentes y seguras.

La primera, el apoyo de un 60%, como mínimo, de consenso. Esto provocaría algún rechazo evidente, pero también sería viento favorable para llamar la atención de los medios de comunicación y de todos los sectores culturales y productivos y sociales, debates que llegarían a los propios parlamentos.

Como ocurrió al final de la transición, que aparecieron socialistas y liberales hasta debajo de las piedras, surgirían masas de iberistas nuevos hasta de la vigésima generación.

Ya serían insuficientes las Cumbres Ibéricas, que han servido para muy poco, porque apenas se han visto realizaciones contenidas en los propios acuerdos, propuestas de los organismos legales que defienden desde hace años medidas concretas en la Raya e incluso alguna de las contenidas en las 111 medidas propuestas por íber y MPI.

Ante el hecho consumado de que el pueblo español y portugués ha decidido unirse y se sintiera la urgencia de un proyecto común para enfrentarse a los retos de un futuro mundial diferente y más exigente, instituciones, partidos, sindicatos, iglesias, organizaciones empresariales, ejércitos, etc. deberían aparcar sus ideologías, sobre todo en los primeros momentos, demostrar generosidad y luchar por la unidad.

Sobre todo los jóvenes, que comprobarán en esta década el fin del trabajo tradicional y se verán divididos entre una élite tecnológica muy bien remunerada y una mayoría que trabajará en servicios con salarios de pena.

 

D. Casimiro Sánchez Calderón es presidente de honor del Partido Ibérico Íber y concejal-portavoz del Grupo Municipal Íber en el Excmo. Ayuntamiento de Puertollano

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